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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 29 de junio de 1980

 

1. "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).

Repetiremos estas palabras también hoy ―como cada domingo― rezando juntos el "Ángelus" aquí, en la plaza de San Pedro. Es necesario que estas palabras penetren en el corazón mismo de la gran solemnidad de hoy, vivida por toda la Iglesia y en especial por Roma.

Cuando en las cercanías de Cesarea de Filipo, Simón hijo de Juan, a quien el Señor llamó "Pedro", hizo aquella profesión de fe sobre la cual se construye la Iglesia como sobre una piedra, y cuando dijo: "Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16), sus palabras reafirmaron el misterio que se realizó en María, la sierva del Señor, gracias a su "sí", a su aceptación.

En virtud de su "Fiat" nazareno ―"hágase en mí según tu palabra"― el Hijo de Dios vivo se hizo hombre en su seno virginal; y he aquí que ahora Él está ante Pedro y ante los Doce y pregunta: "¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?" (Mt 16, 13). Entonces, escucha varias respuestas, varias opiniones sobre Sí mismo y, por último, pregunta: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16, 15).

En ese momento llegan las palabras de la respuesta de Pedro, sobre las cuales, como sobre una piedra, se construye la Iglesia.

En este día, mientras toda la Iglesia, y sobre todo la Iglesia romana, se llena del eco especial de esa profesión, conviene que, pasando a través de ella, volvamos atrás hasta Nazaret, hasta el corazón de la Virgen, bajo el cual fue concebido como hombre el Hijo de Dios vivo.

Y conviene que en nuestra común oración del "Ángelus" adoremos este misterio, en virtud del cual nosotros crecemos, todos en unión con Pedro, como Iglesia del Verbo Eterno, que se hizo carne.

2. Que el mundo no nos considere más que "como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (1 Cor 4, 1).

¡Bienaventurado eres también tú, Pablo de Tarso, Apóstol de las Gentes, perseguidor convertido, admirable amante y testigo de Cristo crucificado y resucitado! Bienaventurado eres, Apóstol de Roma, radicado juntamente con Pedro en el comienzo mismo de la Iglesia en esta capital. Bienaventurado eres, dispensador de los misterios de Dios, tú, para quien "la vida es Cristo" (Flp 1, 21); tú que tanto deseaste ser llamado exclusivamente ministro de Cristo, ―deseando ser solamente eso―, de modo que por tí habla tu maestro y el nuestro. Analógicamente, halla también aquella a quien el Padre eligió para ser Madre de su eterno Hijo. Ella, en primer lugar, dijo de sí misma: ¡"He aquí la esclava del Señor"!

Os bendecimos, Pedro y Pablo, en el día de vuestra fiesta común, y damos gracias a Dios, porque ante esta ciudad ―y ante el mundo os hicisteis tan grandes testigos de la verdad según la cual "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros " (Jn, 1, 14).

3. A vosotros, Santos Apóstoles de la Iglesia y de Roma, me dirijo en la vigilia del viaje que voy a emprender mañana; para responder a la llamada procedente del gran Brasil. Que pueda yo, detrás de ti, Pedro, anunciar por doquier a Cristo que es el Hijo de Dios vivo y que es el único que tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

Que pueda yo, detrás de ti, Pablo, repetir que ninguno debe considerarnos más que lo que somos, es decir, "ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (1 Cor 4, 1).

Que acompañe esta peregrinación y todo mi servicio pastoral María la sierva del Señor.


Después del Ángelus

(A la colonia brasileña de Roma)

'¡Muchas gracias, queridos brasileños!

Vuestra presencia aquí es una afirmación de esperanza, en la víspera de mi salida para el viaje pastoral a vuestra patria; esperanza en Dios, esperanza en la iniciativa del Papa y esperanza en vuestro querido Brasil.

¡Muchas gracias, hermanos y hermanas!

También el Papa parte con mucha esperanza, hacia la antigua "Tierra de Santa Cruz"; meta principal del viaje es la adoración del Santísimo Sacramento, misterio de fe y Pan de vida, en Fortaleza; pasaré por diversas ciudades importantes; pasaré sobre todo por Aparecida, donde rezaré, con el Brasil y por el Brasil, a su celestial Patrona, Nuestra Señora Aparecida. La Cruz, la Eucaristía y María Santísima son las luces de mi peregrinación apostólica.

Con un mensaje de amor, de paz y de esperanza, voy confiado en la oración de toda la Iglesia y en particular de la vuestra. En este momento, saludo y bendigo en vosotros a todo el querido Brasil.

(A una peregrinación alemana)

Una bienvenida cordial al grupo de las Katholischen Frauengemeinschaft de la archidiócesis de Paderborn.

Habéis venido porque también para vosotras Roma es el corazón de la Iglesia. Aquí la unión de todos nosotros con la Iglesia católica puede crecer, al reunimos en oración con toda la Iglesia universal junto a las tumbas de los Apóstoles. Esto os deseo y lo pido de todo corazón. Recibid también mi bendición apostólica y mi saludo cordial, y al volver a vuestra patria transmitidlos a vuestras familias y a vuestras comunidades.

(En italiano)

El júbilo de este día resulta, por desgracia, velado por la tristísima noticia de la muerte de 81 personas —entre ellas, trece niños— que viajaban en el avión que se precipitó en el mar, cerca de Ustica. Ante el misterio de este trágico suceso, recojámonos en oración por la eterna paz de las almas de los desaparecidos y unámonos, en fraterna y cristiana solidaridad, al dolor de sus familiares, a los que envío con gran afecto mi confortadora bendición apostólica.

Deseo recordar en este día, con particular afecto, a cuantos están impedidos de participar en la alegría de la festividad de hoy, porque se encuentran en manos de quienes les han secuestrado.

Po explícita petición de los respectivos familiares, dirijo hoy un público llamamiento, a fin de que el niño Sergio Isidori, de Villa Potenza, y el señor Cesare Pedesini, de Milán, sean pronto devueltos al cariño de sus familias, que angustiosamente esperan tener noticias y poder volver a abrazar a esos seres queridos. Elevo al Señor mi más ferviente oración para que proporcione la fuerza de la fe y la serenidad de la esperanza a nuestros hermanos injustamente privados de su libertad y para que abra a la humana piedad el corazón de quienes les tienen secuestrados.

(A los peregrinos polacos)

De modo particularmente cordial os saludo hoy en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo; os saludo a vosotros que os habéis congregado junto a las tumbas de los Santos Apóstoles. Saludo sobre todo a los sacerdotes, a todos los peregrinos y a mis compatriotas que están en la patria. Y de modo especial saludo al Episcopado reunido hoy en el Monte de Santa Ana, diócesis de Opole, bajo la presidencia del Primado de Polonia y del Metropolitano de Cracovia.

 



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