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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Viernes 26 de diciembre de 1980
Fiesta de San Esteban

 

Hermanos e hijos queridísimos:

1. Tengo la satisfacción, también hoy, de dirigirme a vosotros, reunidos aquí para la oración del "Ángelus", en el clima tan típico e íntimo de la santa Navidad. Efectivamente, hoy la Navidad continúa su saludable y tonificante atmósfera, y en ella respiran nuestras almas todavía con el sentimiento de duradera maravilla y estupor ante el gran acontecimiento que se ha realizado y que, inagotable en su eficacia, se proyecta en, todo el curso del tiempo. Me refiero al acontecimiento o, más exactamente, al misterio del Hijo de Dios que nace en Belén como Hijo del hombre, para hacerse nuestro hermano y salvador.

Este misterio es tan augusto e insondable, que nunca lo meditaremos bastante. Por esto, la Iglesia, en su sabiduría litúrgica y catequética, nos lo propone cada año, para una conmemoración que se prolonga durante no pocos días y se articula en un ciclo especial que llamamos "ciclo litúrgico de Navidad".

2. Y quiero venerar con vosotros a San Esteban, primer mártir cristiano, tal como lo hace la Iglesia el día después de la solemnidad de Navidad.

"Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado. Ayer, nuestro Rey, revestido con el manto de la carne, saliendo del seno virginal, se ha dignado visitar el mundo; hoy el soldado, saliendo del tabernáculo de su cuerpo, triunfador, ha emigrado al cielo". Estas son las sugestivas expresiones de un santo de la Iglesia antigua, San Fulgencio (Sermo 3, 1), y ellas conservan intacto su significado porque aclaran una relación no sólo de continuidad litúrgica entre la fiesta de Navidad y la del Protomártir, sino también, sobre todo, de intrínseca conexión en el orden de la santidad y de la gracia. Cristo, Rey de la historia y Redentor del hombre, se sitúa en el centro de ese itinerario hacia la perfección, a la que llama al hombre, a todo hombre.

Mientras veneramos a San Esteban y su invicto ejemplo de testigo de Cristo. como él se demostró con su palabra valiente, con la diligencia en el servicio a los pobres, con su constancia durante el proceso y, sobre todo, con su muerte heroica, vemos que su figura se ilumina y se agiganta a la luz de su Señor y Maestro; al que quiere seguir en el sacrificio supremo. Sólo el Señor Jesús da la ayuda y el consuelo necesarios a las almas para ser fieles hasta la muerte.

De esto se deriva una preciosa lección para nosotros: al mirar a San Esteban en la perspectiva de la Navidad, debemos recoger su ejemplo y su enseñanza, que claramente nos llevan a Cristo, el cual, nacido en la gruta de Belén, se encamina ya ―en la intención de la finalidad de su obra redentora― hacia el monte Calvario. Hechos por Él hijos de Dios, llamados a vivir como hijos de Dios, también nosotros seremos coronados como Esteban allá arriba, en la patria, si somos fieles.

 



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