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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 28 de febrero de 1982

 

1. Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en Él fuéramos justicia de Dios.

"Cooperando, pues, con Él, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios... "

"Este es el tiempo propicio, éste es el día de la salud" (2 Cor 5. 20-21; 6, 2).

2. Estas palabras del Apóstol, tomadas de la segunda Carta a los Corintios, resuenan cada año al comienzo de la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza.

Este año revisten un significado especial, con motivo del trabajo emprendido por el Sínodo de los Obispos, con miras a la VI Asamblea General que se celebrará el próximo año, sobre el tema ¡Reconciliación y penitencia en la misión de la Iglesia.

Desde otoño del año pasado se ha enviado a todas las Conferencias Episcopales el primer esquema, los llamados "lineamenta", de las cuestiones vinculadas con este importante tema.

Ciertamente la Cuaresma de este año constituirá Un período especial de reflexión sobre el problema de la reconciliación y de la penitencia en la Iglesia. Electivamente, es importante que, juntamente con las Conferencias Episcopales, sea invitada toda la Iglesia, sobre todo en este período, no solo a la reconciliación y a la penitencia según el espíritu de la Cuaresma, sino al mismo tiempo a una reflexión intensa y perspicaz sobre el tema de la reconciliación y de la penitencia en la vida y en la misión de la Iglesia.

Y que éste sea un aspecto fundamental de la vida de cada uno de los cristianos y de la acción pastoral de toda la Iglesia, lo indican suficientemente las primeras palabras con las que, según la versión de San Marcos, comienza Jesucristo su predicación: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: Convertíos y creed en el Evangelio" (1, 15).

Convertíos - paenitemini: en todas las épocas históricas esta invitación constituye la base misma de la misión de la Iglesia. ¿Cómo anuncia y cómo realiza esta invitación la Iglesia de nuestro tiempo?

Oremos con fervor para que el trabajo del Sínodo de los Obispos incida con amplia resonancia en la Iglesia, y nos lleve a la verdadera profundidad de la vida divina en el hombre.

3. Encomiendo también a vuestra oración los ejercicios espirituales que se celebrarán en el Vaticano durante toda la primera semana de Cuaresma, comenzando esta tarde.

4. Deseo dirigir ahora un recuerdo muy especial al pueblo de El Salvador. El Salvador: un nombre que evoca en todos los cristianos un sentimiento profundo de reverencia y de amor; es el único país del mundo que lleva el santo nombre de Jesús, Hijo de Dios y Salvador del hombre. En estos meses, el pueblo salvadoreño, angustiado por una guerra fratricida que no da señales de aplacarse, da la impresión de haber sido asociado a la pasión del Señor. Casi todos los días son asesinados centenares de personas, y se amplía la falange dolorosa de las viudas, de los huérfanos, mientras una muchedumbre de prófugos, que supera ya los centenares de millares ―en un país que tiene tres millones y medio de habitantes― busca refugio en las montañas o en las naciones vecinas. La guerrilla deja luto en las ciudades y en los pueblos, y destrucción de puentes, carreteras, instalaciones económicas de importancia vital; por la otra parte, no es menos dura y severa la acción de los grupos armados que trata de extinguir los focos de oposición.

Muchas veces los obispos de El Salvador han levantado su voz angustiada de Pastores para suplicar que se ponga fin a las violencias y que se coloque al país en condiciones de procurarse un orden social justo y pacífico. El drama de El Salvador provoca amplia resonancia en el mundo, con reacciones diferentes, a favor de una u otra parte, mientras la población local, víctima inocente, paga un precio altísimo de lágrimas y de sangre. "Las armas vienen del extranjero ―ha gritado el administrador apostólico de San Salvador, mons. Rivera Damas―, pero los muertos son todos de nuestra gente". ¿No sería mejor que esta emoción internacional, en vez de reproducir a mayor escala la contraposición que desgarra al pequeño país, se dirigiese a un esfuerzo común para que cesen los estragos y el pueblo de El Salvador pueda resolver, sin instrumentalizaciones externas, los graves problemas que le afligen? Si prevaleciera esta búsqueda del bien de todos no resultaría imposible superar los obstáculos, incluso los que parecen invencibles, para volver a encontrar el camino de la pacificación y de la reconciliación.

Hago mía la llamada de los obispos salvadoreños y confío la invocación y el anhelo de paz de esa nación martirizada a la intercesión de la Virgen Santísima, Madre de la Iglesia y Refugio de los atribulados.


Después del Ángelus

Participa en este encuentro de oración un grupo de alumnas de escuelas católicas de Panamá.

Queridas jóvenes:

Me alegra vuestra presencia y os saludo con afecto. Profundizad en vuestra formación humana y cristiana, y vivid vuestra vida con esa alegría plena que tiene su base en un encuentro de fe y amor con el mejor amigo que podéis encontrar: Cristo Jesús.

A vosotros, vuestras compañeras, profesores y familiares doy mi cordial Bendición.



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