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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 25 de julio de 1982

 

1. "¿Dónde compraremos pan para dar de comer a éstos?" (Jn 6, 5), esto preguntó Cristo a Felipe en los alrededores del lago de Tiberíades cuando vio "la gran muchedumbre que venia a Él" (ib.).

Iba a hablar a aquellos hombres sobre la Eucaristía ―precisamente allí en los alrededores del lago de Galilea, donde había hecho el primer anuncio de la Eucaristía―, pero primero el Señor se ocupó del alimento para su cuerpo.

La Iglesia nos recuerda en la liturgia de este domingo aquel diálogo con el Apóstol Felipe, como también el milagro de la multiplicación de los cinco panes y de los dos peces.

"Así que se saciaron, (Jesús) dijo a los discípulos: Recoged los pedazos que han sobrado para que no se pierdan" (ib., v. 12).

2. En la liturgia de hoy adoramos a Dios y le damos gracias también por todos los bienes espirituales y materiales que el hombre necesita para vivir:

"Todos los ojos se dirigen expectantes a ti, / y tú les das su alimento a su tiempo. / Abres tu mano y sacias / a todo viviente a placer" (Sal 144 [145], 15-16).

"Alábente, Yavé, todas tus obras" (ib., v. 10).

Que nuestra plegaria del Ángelus Domini sea hoy adoración a Dios, acción de gracias por todos los bienes que el Creador ha destinado al hombre en el mundo.

Demos gracias en particular por la buena cosecha de la tierra, por los productos y los frutos del Campo que sirven para mantener la vida del hombre. Repitamos con esta intención las palabras del Salmo pronunciadas hace miles de años.

En el curso de estos miles de años, el hombre ha participado de los bienes creados, de las riquezas del mundo material en una medida mucho mayor. Así, pues, el hombre contemporáneo debe agradecer todavía más a Aquel de quien, ante todo, provienen estos bienes. Desgraciadamente, ¿no sucede quizás lo contrario? El hombre, ¿no olvida cada vez más el deber de agradecer esto?

Por eso ―siguiendo el pensamiento de la liturgia de hoy― tratemos de agradecer a Dios con mayor fuerza todos los bienes de la creación, que sirven al hombre. Y seamos agradecidos a los hombres, instituciones y organizaciones (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura: FAO; el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola: IFAD; el Programa de Alimentación Mundial: PAM; el Consejo Mundial de la Alimentación: WFC), que trabajan con este fin.

3. El Evangelio de hoy habla de la especial solicitud de Cristo para asegurar el alimento a sus oyentes.

Esta solicitud resulta especialmente actual si pensamos en los hombres, grupos y sociedades que en tantas partes del mundo sufren el hambre. Se calcula que en el mundo hay hoy alrededor de 750 millones de personas víctimas del hambre, y que para el año 2.000 este número podría llegar a mil millones.

Cristo se preocupa de sus oyentes hambrientos. Se preocupa también de que no se pierdan ni los más pequeños pedazos de pan que han sobrado.

¿No es, quizá, una gran solicitud de la Iglesia y de la humanidad contemporánea hacer que estas reservas, que existen en el mundo, no se pierdan, que no se destinen a fines de autodestrucción del hombre, sino que sirvan para su verdadero bien y legítimo desarrollo?

Roguemos para que la Victoria de los programas dedicados al desarrollo, a la alimentación, a la solidaridad, prevalezcan sobre aquellos del odio, de los armamentos y de la guerra.

"Alábante, Yavé, todas tus obras" (Sal 144 [145], 10).


Después del Ángelus

Mi más cordial saludo también a los peregrinos de lengua española, presentes aquí o en Plaza de San Pedro, y a los que, por medio de la radio o la televisión, se han unido con nosotros para el rezo del “Ángelus”.

Amadísimos hermanos: Como el Evangelio de este día os animo a buscar por encima de todo la palabra de Dios. En el mundo hay hambre de pan; pero más aun, hambre de Dios. Hoy es además la Fiesta del Apóstol Santiago, evangelizador de España, según narra la tradición. Que vosotros, sus hijos en la fe, seáis siempre portadores de la paz evangélica y, con ella, de Cristo, el único que puede verdaderamente saciar los corazones. A vosotros y a vuestras familias imparto de corazón mi Bendición.



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