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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 5 de diciembre de 1982

 

1. Cada cinco años, mis hermanos en el Episcopado vienen a Roma, de todas las partes del mundo, por naciones y continentes, para visitar "las memorias de los Apóstoles" (Ad Limina Apostolorum), de acuerdo con una antiquísima tradición.

Se trata de un acontecimiento importante, que sirve para renovar el vínculo que estrecha a todas las Iglesias en su unidad católica mediante la Iglesia de Roma.

Igual que el domingo pasado, al rezar la oración del Ángelus, quiero corresponder a estas visitas, recordando, uno tras otro, a cada uno de los Episcopados de los distintos países. Con la oración expreso mi agradecimiento a los queridos hermanos en el servicio episcopal, con quienes me une la identidad del ministerio en la Iglesia de Dios.

2. Este domingo mi pensamiento se dirige en particular a los obispos de Madagascar, que han venido para la visita ad Limina el pasado mes de mayo. Son 24 obispos, con el cardenal arzobispo de Tananarive, para una comunidad católica que corresponde al 22 por ciento de una población de cerca de 9.000.000 de habitantes.

Los prelados me han puesto al día sobre la situación de sus diócesis, hablándome de la vitalidad y fidelidad de aquellos católicos, y de las dificultades y esperanzas de sus comunidades, a las que envío mi afectuoso saludo y mi estímulo.

Los sacerdotes diocesanos son cerca de 150, mientras que los religiosos, incluidos los hermanos legos superan los 800, de los cuales una parte son autóctonos y los otros misioneros. Las religiosas alcanzan casi la cifra de 2.000.

Cerca de 7.500 catequistas desarrollan un trabajo particularmente benemérito y precioso.

Los seminarios, contando los varios pequeños seminarios menores, son 13 y brindan consoladoras esperanzas para el porvenir.

La Iglesia desarrolla una intensa actividad, incluso a nivel escolar y asistencial: su testimonio cristiano adquiere así una gran importancia social.

Juntamente con estos obispos he pedido al Señor para que ayude a la Iglesia en Madagascar a crecer y a desarrollarse cada vez más en la fidelidad al Evangelio y al hombre, superando, con la gracia de Dios, las dificultades. Y también os invito a todos vosotros a recordar estas intenciones en vuestras súplicas.

3. Y ahora, con algunas palabras tomadas de la Carta de San Pablo a los Filipenses, quisiera expresar lo que une a todos los obispos en Cristo y en la Iglesia. Son palabras que leemos en la liturgia de este domingo de Adviento: "Doy gracias a mi Dios..., siempre que rezo por vosotros con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy. Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús" (Flp 1, 4-6).

4. "Esta empresa", "esta empresa buena", unida al servicio de cada obispo, se la encomendamos ahora a la Virgen, que acogió en su corazón y preparó con su maternidad el Adviento del Dios-Hombre.



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