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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 21 de agosto de 1983

 

1. Hemos celebrado hace pocos días el misterio de la glorificación personal inmediata de la Madre y Cooperadora del Redentor enseguida después de su vida terrena. La Iglesia entera ha recordado con gozo este privilegio de la Virgen santa porque, además, ve en él la imagen realizada ya del destino final de gloria hacia el que la misma Iglesia camina.

Con la Asunción de María comenzó la glorificación de toda la Iglesia de Cristo que tendrá su cumplimiento en el día final de la historia. El Concilio Vaticano II recalcó este reflejo eclesial de la Asunción. La Virgen Inmaculada de Nazaret no sólo es el miembro inicial y perfecto de la Iglesia de la historia, sino que con su glorificación inmediata representa también el comienzo e imagen perfecta de la Iglesia en la edad futura. En el tiempo y la historia, la Asunción tiene valor de signo escatológico para la esperanza del Pueblo de Dios en camino hasta que se cumpla el día del Señor. Al indicarla como comienzo e imagen de la Iglesia de la gloria final, el Concilio nos ha querido decir que con la Asunción se ha iniciado ya la parusía de la Iglesia, es decir, la manifestación del Cuerpo místico en su realidad cumplida y perfecta.

2. En el plan salvífico de Dios este hecho, singular bajo algunos aspectos, tiene finalidad de signo para todo el Pueblo de Dios, signo de esperanza segura de alcanzar plenamente el reino de Dios. Confortada por este signo glorioso, la Iglesia en camino en la historia espera su propia realización final no pasivamente o en condiciones alienantes, sino comprometida en el desenvolvimiento de su ser histórico en medio de los sucesos del mundo.

Por otra parte sabe que puede contar en todo momento con la intercesión de María elevada a la gloria de los cielos. Puesto que el Señor, al situarla en esta condición de privilegio, quiso que pudiera continuar en la Iglesia y para la Iglesia su función materna en favor de los hombres, comenzada ya en su vida histórica al lado de Cristo Redentor. Y nunca como hoy la hemos sentido Madre y ayuda para nosotros.


Después del Ángelus

Me es grato saludar ahora a todos y cada uno de los peregrinos de lengua española que han participado en esta plegaria en honor de la Madre del Redentor, en particular a los peregrinos de Cuenca.

El lunes pasado la Iglesia ha celebrado la solemnidad de la Asunción. En el designio de la Salvación, este singular acontecimiento tiene la finalidad de signo para todos los cristianos: signo de esperanza en la consecución del Reino de Dios. Que la Virgen Santísima, a quien tanto queréis, siga ocupando un lugar de privilegio en vuestros hogares y corazones. Con afecto os imparto mi Bendición.



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