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VIAJE APOSTÓLICO A CANADÁ

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 16 de septiembre de 1984
Catedral de Santa María de Winnipeg

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. A la hora del mediodía nos hallamos reunidos en la catedral de Santa María para rezar juntos el Ángelus. El Señor nos invita a hacer una pequeña pausa y a pensar en compañía de la Santísima Virgen y de todos los santos en el misterio de la Redención y elevar nuestra voz en alabanza de la Santísima Trinidad. Es una alegría encontrarme con vosotros aquí, en Winnipeg, y sobre todo unirme en oración con la comunidad católica local. A todos os saludo en la paz y amor de Cristo, y extiendo mi saludo cordial a todo el querido pueblo de esta ciudad y de la provincia de Manitoba.

En el Evangelio de este domingo XXIV del tiempo ordinario. Pedro plantea a Jesús esta pregunta: "Si mi hermano me ofende, ¿cuantas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete" (Mt 18, 91-22).

"Setenta veces siete". Con esta respuesta el Señor quiere que Pedro tenga claro, y nosotros también, que no debemos poner límites a nuestro perdón a los demás. Al igual que el Señor está siempre dispuesto a perdonarnos, también nosotros debemos estar prontos a perdonarnos mutuamente. Y ¡qué grande es la necesidad de perdón y reconciliación en nuestro mundo de hoy, en nuestras comunidades y familias, en nuestro mismo corazón! Por esto, el sacramento específico de la Iglesia para perdonar, el sacramento de la penitencia, es un don del Señor sumamente preciado.

En el sacramento de la penitencia Dios nos concede su perdón de modo muy personal. Por medio del ministerio del sacerdote, vamos a nuestro Salvador con el peso de nuestros pecados. Confesamos que hemos pecado contra Dios y contra nuestro prójimo. Manifestamos nuestro dolor y pedimos perdón al Señor. Entonces, a través del sacerdote, oímos a Cristo que nos dice: "Tus pecados quedan perdonados" (Mc 2, 5): "Anda y en adelante no peques más" (Jn 8, 11). ¿No podemos oír también que nos dice al llenarnos de su gracia salvífica: "Derrama sobre los otros setenta veces siete este mismo perdón y misericordia"?

3. Esta es la obra de la Iglesia en todos los tiempos, este es el deber de cada uno de nosotros: "profesar y proclamar la misericordia divina en toda su verdad" (Dives in misericordia, 13), derramar sobre todos los que nos encontremos cada día la misma misericordia ilimitada que hemos recibido de Cristo. Y también ponemos en práctica la misericordia cuando nos sobrellevamos "mutuamente con amor; siempre humildes y amables, comprensivos" (Ef 4, 2). Y damos a conocer la misericordia de Dios por medio del servicio generoso e incansable como el que requiere el cuidado de la salud de los enfermos y la investigación médica realizada con entrega perseverante.

En este día del Señor en que celebramos la expresión más plena de la abundante misericordia de Dios la cruz y resurrección de Cristo, alabemos a nuestro Dios que es rico en misericordia. E imitando su gran amor, perdonemos a todo el que nos haya ofendido del modo que sea. Con la Bienaventurada Madre de Dios, proclamamos la misericordia de Dios que se extiende de generación en generación.

 



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