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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 17 de marzo de 1985

 

"Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo" (Jn 3, 16).

1. La liturgia del IV domingo de Cuaresma invita a perseverar en la práctica de la penitencia como preparación a la Pascua, en el sublime contexto del amor de Dios. Dios, que es amor en la intimidad de su ser, envió por amor su Hijo unigénito al mundo, para que sufriese, muriese y resucitase por nosotros.

La respuesta del hombre a este inefable proyecto que tiene a Dios como protagonista, está grabada en el axioma sobre el que se apoya la perfección de toda la ley: "Ama al Señor tu Dios; ama al prójimo como a ti mismo" (Mt 22, 37-39). El cristianismo es la religión del amor. El cristianismo es la religión de la "sociabilidad", de esa sociabilidad que encuentra en la parábola del samaritano su paradigma programático y vital, su explicitud existencial más concreta e imperativa: "Anda, haz tú lo mismo" (Lc 10, 37).

2. La Cuaresma, por su conexión íntima con la vicisitud pascual del Hombre-Dios, es un tiempo privilegiado para el ejercicio del amor al prójimo. Tiempo de genuina caridad.

En la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia, a la que quiero referirme en los encuentros dominicales de esta Cuaresma, he subrayado que la penitencia tiene una dimensión social. La Iglesia, entre las varias formas penitenciales, ha recomendado siempre la limosna, y la recomienda aún como "medio para hacer concreta la caridad, compartiendo lo que se tiene con quien sufre las consecuencias de la pobreza" (n. 26).

No es raro encontrar en la mentalidad contemporánea, marcadamente sensible a los cánones de la justicia, varias contraindicaciones para con la caridad menuda. Y sin embargo, Jesús asegura que ni un vaso de agua, dado en su nombre, será olvidado en el balance de la vida (cf. Mc 9, 41). Basta la palabra del Maestro para precaver contra las diversas insinuaciones del egoísmo, que querría inducir al cristiano a cerrar la mano y volver la espalda a quien le pide algo (cf. Mt 5, 42).

Las privaciones penitenciales, realizadas tanto por obediencia a la norma eclesial, como por impulso de creatividad personal, encuentran un campo casi ilimitado de aplicación. El drama del hambre, que existe en más de una región de nuestro planeta, interpela apremiantemente a las conciencias.

Cada hermano que muere de hambre, pesa sobre la conciencia de todos. Para estimularnos en este grave deber de solidaridad, contribuye la Virgen María con las palabras amonestadoras del Magníficat: "A los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos" (Lc 1, 53).



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