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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 14 de diciembre de 1986

 

1. "Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes porque la venida del Señor está cerca" (Sant 5, 7-8).

Estas palabras de la Carta de Santiago Apóstol las lee la Iglesia en la liturgia de este domingo de Adviento.

2. Con estas palabras te saludamos también a Ti, Virgen de Nazaret, que esperas el fruto de tu vientre.

La Iglesia ve en Ti el ejemplo permanente de su maternidad. Pues la Iglesia también está llamada como Tú a ser madre en el orden de la gracia, mediante el sacramento del bautismo.

Y así como Tú has concebido y dado al mundo al Hijo de Dios, dejándote cubrir por la fuerza del mismo Espíritu Santo, así también la Iglesia se deja cubrir siempre por la fuerza santificante de este Espíritu que da la vida divina, y la dona a los hijos y a las hijas del género humano.

"Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros", exclama San Pablo (Gál 4, 19).

3. Bendita Tú eres, Madre del Hijo de Dios.

En este domingo de Adviento, en que la liturgia nos recuerda la maduración del fruto de la tierra cultivada por la mano del hombre, te encomendamos a Ti, Virgen y Madre de Dios, todos los frutos del cultivo espiritual de la Iglesia.

Recemos de modo particular por las vocaciones: sacerdotales y religiosas: son un signo particular de la gracia del Espíritu Santo; son también una confirmación especial de la maduración espiritual de cada una de las personas y comunidades dentro de la gran familia del Pueblo de Dios.

La Iglesia tiene tan gran necesidad de estas vocaciones, como grande es la mies del Adviento divino en el mundo entero.

¡Bendita Tú eres, Madre del Hijo de Dios!

¡Ruega junto con nosotros! Ruega al "Dueño de la mies" que envíe operarios a su mies.



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