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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 25 de enero de 1987

 

1. Hoy termina la anual "Semana de oración por la unidad de los cristianos".

Esta manifestación de culto y de amor a Dios, común a católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes es para todos un verdadero don de Dios, una verdadera conquista en el camino de la unidad, y un signo de esperanza de que esa unidad pueda llegar a ser realmente plena y conforme a la voluntad de Cristo Señor.

La repetición anual de este gran encuentro de oración ha de evitar el peligro de hacerse como una práctica rutinaria, ya que de hecho escande las etapas de un movimiento que, aun en medio de varias dificultades, está guiado por el Espíritu Santo, y ha dado y da frutos de acercamiento recíproco y de profundización de los valores comunes de la fe y de la vida cristiana.

2. "Llamad y se os abrirá" (Mt 7, 7), ha dicho el Señor. Aunque a veces los resultados tardan en llegar o no son los que esperábamos, no debemos cansarnos ―católicos y no católicos― de implorar del Señor este inestimable don de la unidad, con la certeza de pedir una cosa absolutamente buena, que corresponde a una de las finalidades del Concilio Vaticano II y también a uno de los fines esenciales de la venida del Verbo Divino entre nosotros.

3. Naturalmente, no debemos olvidar nunca los requisitos indispensables para que esta difícil obra del ecumenismo se realice de forma auténtica y, consiguientemente, eficaz: y uno de estos requisitos, junto con las oraciones en común, ha de ser, como dice el Concilio, el esfuerzo constante por una renovación y mejora continua de nuestra vida cristiana, la conversión del corazón y la búsqueda del pleno ejercicio de la caridad. Aquí tenemos verdaderamente "el alma de todo el movimiento ecuménico" (cf. Unitatis redintegratio, 6. 7. 8).

Descubrir juntos la novedad del Evangelio ―"Unidos en Cristo, una nueva creación"―: éste ha sido, el presente año, el lema de la Semana por la Unidad. Cristo nos hace criaturas nuevas. Cristo es el renovador de la creación: "Cielos nuevos y tierra nueva". Su Espíritu renueva todas las cosas. Este ha sido el tema de la meditación común. Nos hemos encontrado, una vez más, en la Palabra de Dios. Démosle gracias.

4. Este momento de oración está bajo el signo de María, la Madre del Señor. ¡Cómo se preocupa Ella por la unidad de todos los discípulos de su Hijo! Ella conoce el camino para esta unidad. Pidamos a Ella, de nuevo, que todos oigan su llamada materna a conocer y realizar hasta el fondo la voluntad de Jesús.



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