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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 15 de marzo de 1987

 

1. "El carácter secular es propio y peculiar de los laicos" (Lumen gentium, 31). Con esta afirmación, el Concilio destaca el aspecto específico y distintivo de la personalidad eclesial de los fieles laicos.

Miembros a pleno título del Pueblo de Dios y del Cuerpo místico, partícipes, mediante el bautismo, de la triple función sacerdotal, profética y real de Cristo, los laicos expresan y ejercen las riquezas de su propia dignidad viviendo en el mundo. Lo que puede constituir una tarea añadida o excepcional para quienes pertenecen al ministerio ordenado, para los laicos es misión típica. La vocación propia de ellos consiste en "tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios" (Lumen gentium, ib.).

2. Con su presencia y su acción, los laicos aseguran la presencia y la acción de la Iglesia en el complejo multiforme de las realidades terrenas. Realizan, individual y colectivamente un papel insustituible en "primera línea", donde no siempre puede llegar directamente la atención del servicio jerárquico.

En el mundo de la cultura, de la investigación científica, de la política, del trabajo, en todas las ramas de la vida social, los hijos y las hijas de la Iglesia, en la trama de los acontecimientos cotidianos, hacen fructificar los carismas de la identidad cristiana. Lo hacen cooperando de forma leal y consciente al progreso hacia el que tiende, en todos los campos, la comunidad humana, evaluando constantemente sus orientaciones y métodos a la luz de la visión trascendente, con la convicción de que la espera de los cielos nuevos y de las tierras nuevas "no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra" (Gaudium et spes, 39).

3. El Vaticano II ha dado un acento nuevo a las comprometedoras imágenes evangélicas de "sal", "luz", "levadura" (cf. Mt 5, 13-14; 13, 33). El Concilio ha puesto inequívocamente en guardia contra intentos de compromiso con el espíritu mundano, y al mismo tiempo ha hecho notar que toda la creación está bajo un designio providencial, cuya primigenia verdad y belleza corresponde a los cristianos recordar y testimoniar.

Es un estímulo para volver a descubrir en la sucesión de los días el sentido profundo de la historia y colaborar con ferviente esperanza en la preparación del "mundo nuevo", de ese reino "cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen del corazón humano" (Gaudium et spes, 39).

Toda actividad digna del ser humano, saca de Dios Creador su origen supremo, y en último término está siempre ordenada a Dios (cf. Rom 8, 19).

Para que crezca cada vez más en el laicado católico la madurez que requieren su peculiar vocación y misión, pedimos la constante asistencia de María y de su Esposo, San José, cuya fiesta litúrgica celebraremos dentro de pocos días.



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