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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Jueves 8 de diciembre de 1988
Solemnidad de la Inmaculada Concepción

 

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. "Tota pulchra es, Maria!". La solemnidad litúrgica de hoy, la Inmaculada Concepción, llena nuestras almas de profunda y mística alegría, "¡Oh Virgen bendita, bendita por encima de todo, ―decimos con San Anselmo―, por cuya bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por la criatura!" (Disc. 52; PL: 158, 955-956).

En efecto, sabemos por la divina Revelación que María, que pertenece al género humano como todos nosotros, fue preservada del "pecado original" en previsión de su futura maternidad divina. Como ha señalado el Concilio Vaticano II, María es verdaderamente toda hermosa, toda pura, toda santa y en Ella la humanidad entera tiene su ideal de sublime grandeza y auténtica dignidad (cf. Lumen gentium, 56).

2. El Dogma de la Inmaculada Concepción puede decirse que es una maravillosa síntesis doctrinal de la fe cristiana. En efecto, concentra en sí las verdades fundamentales del mensaje revelado: desde la creación de los progenitores en estado de justicia, hasta el pecado con el que comprometieron la propia situación y la de los descendientes; desde la promesa inicial hecha a Adán y Eva en el Protoevangelio, a su maravillosa realización mediante la encarnación del Verbo en el seno purísimo de María, desde la situación desesperada de una humanidad arrojada a la condenación eterna a la perspectiva de la salvación final en la participación de la felicidad misma de Dios.

3. Queridos hermanos y hermanas: Entre las dificultades de la vida cotidiana elevamos nuestras almas a María: Ella nos recuerda con afecto materno y a la vez exigente la voluntad de Dios, que nos llama a realizar el proyecto inicial de santidad a pesar de las dificultades que derivan de las consecuencias del pecado original. Ella está junto a nosotros en este esfuerzo, en el cual está empeñada nuestra fragilidad humana: "Tota pulchra es, Maria... advocata peccatorum".

Que la solemnidad de la Inmaculada Concepción incida profundamente en nuestras almas, fascinándonos con su admirable esplendor como le ocurría a San Maximiliano Kolbe, el "Caballero de la Inmaculada" quién el 12 de mayo de 1941, ya prisionero y partiendo para Auschwitz, escribía desde Varsovia a los compañeros de Niepokalanòw: "Dejémonos guiar siempre cada vez más perfectamente por la Inmaculada, donde y como Ella quiera llevarnos, para que cumpliendo bien nuestros deberes, contribuyamos en modo tal que todas las almas sean conquistadas para su amor".



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