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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 10 de febrero de 1991

 

Nuevo llamamiento del Santo Padre en favor de la paz

Queridos hermanos y hermanas:

También hoy invito a todos los presentes —y a cuantos escuchan mi voz— a unirse a mi ferviente y confiada oración a Dios, Padre de toda la humanidad, para que acoja nuestra acongojada súplica de paz.

Que Él impulse a las partes interesa das a buscar con valentía y esperanza el camino concreto del diálogo para poner fin al trágico uso de las armas y encontrar la solución de los muchos y angustiosos problemas de Oriente Medio.

¡Oh María, Reina de la paz, ruega por nosotros!

 

* * *

1. Hoy se usa con frecuencia la expresión "civilización del trabajo". Esta expresión, desprovista de todo énfasis retórico y sin ningún tipo de referencia demagógica tiene un significado preciso y ciertamente positivo. En efecto, afirma que el trabajo, entendido y actuado según su auténtica naturaleza, constituye uno de los factores fundamentales de la civilización humana. Al inicio del proceso, que en la época moderna ha llevado al rescate y a la elevación del trabajo, está no sólo el esfuerzo del hombre, sino también, y de forma decisiva, el influjo de la revelación contenida en el Antiguo y Nuevo Testamento. De ella se saca toda una serie de líneas programáticas, que con razón podrían calificarse como "el evangelio del trabajo" (cf. Laborem exercens, 25 ss.).

Cualquiera que sea el tipo de actividad que el hombre realiza, siempre tiene una dignidad intrínseca que va mucho más allá del marco económico y productivo, a causa de los valores humanos y morales que expresa y encarna. Es, por tanto, necesario que el hombre del trabajo tenga una concepción clara e iluminada de la obra que lleva a cabo, y es también necesario que las condiciones en las que la desarrolla correspondan a sus exigencias de persona.

A esto quería referirse el Papa León XIII cuando, en la encíclica Rerum novarum, afirmaba y sostenía la dignidad del trabajo y, por tanto, inculcaba el respeto a los derechos de cada trabajador.

2. No hay duda de que, en el marco histórico de finales del siglo XIX, la "cuestión obrera" ha tenido gran relieve en la vida social, exasperando los ánimos y desembocando a veces en actitudes de rebelión contra formas y estructuras del ciclo laboral que iban contra derechos precisos.

Era un marco muy diferente del actual. Pero lo que cuenta es que el Pontífice, ya en aquel entonces reconocía las razones sacrosantas de los trabajadores, y a los empresarios les recordaba el importante deber de observar la justicia. Al mismo tiempo, llamaba la atención de todos acerca de la dignidad del trabajo y el sentido de la austeridad y del ahorro. "Ante Dios —escribía— no hay nada que cause vergüenza: ni la pobreza ni vivir del propio trabajo"; y recordaba el ejemplo de Jesús, que "siendo Dios, quiso presentarse como hijo de un carpintero (cf. Mc 6, 3) y no rechazó pasar la mayor parte de su vida trabajando".

3. Hoy, en general, las condiciones económicas y sociales del mundo obrero han cambiado mucho con respecto a la época de León XIII. Pero existen lamentablemente, como sabéis, un tercero y un cuarto mundo, en los que permanecen vastas áreas de pobreza y de miseria, en las que la situación es, a veces, peor que la de las clases obreras del siglo pasado. Para estos países la encíclica del gran Papa conserva toda su actualidad y aplicabilidad. Además, en el caso de los países desarrollados, es siempre válida su enseñanza acerca de la nobleza del trabajo y la necesidad de hacerlo corresponder a la verdad del hombre que, según la voluntad de Dios creador, con su trabajo domina la tierra y al mismo tiempo se perfecciona a sí mismo.

Que María Santísima nos ayude a familiarizarnos con estos pensamientos, y nos forme en ellos, pues en la intimidad de la familia está dedicada a un trabajo asiduo y discreto, junto a su esposo José y a su divino hijo Jesús.



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