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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 17 de febrero de 1991

 

El tiempo de Cuaresma, que acaba de empezar, nos brinda la ocasión de una más intensa súplica y de una penitencia más generosa, con el fin de implorar a Dios la gracia de la conversión de los corazones y el don de la paz en la justicia para todos los pueblos.

Pido a todos los fieles de la Iglesia católica —a las diócesis, las parroquias y las diversas organizaciones eclesiásticas— que consagren este tiempo de preparación pascual a la oración por la paz y a gestos concretos de fraterna solicitud hacia los que sufren a causa de la guerra y las injusticias existentes en la vasta y probada zona de Oriente Medio.

Dirijo, además, una especial y acongojada invitación a las comunidades de vida contemplativa, a las que alguien ha definido como el corazón de la Iglesia. A estos hombres y mujeres, que han ofrecido todo a Dios y a sus hermanos, encomiendo la humanidad. ¡Que de cada monasterio y convento, donde se encuentran y se funden las angustias y las esperanzas de la Iglesia y del mundo, se eleve una incesante súplica! Que cada uno de los consagrados a la oración se sienta profundamente unido a todos los creyentes, que en este período se dirigen a Dios misericordioso pidiendo que ilumine a los gobernantes y otorgue la paz al mundo.

¡Que la Virgen María acoja desde el cielo nuestras súplicas y las sostenga con su intercesión maternal!

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Después del Ángelus

Deseo expresar también sentimientos de solidaridad con las poblaciones del Perú que se están viendo afectadas por una epidemia de cólera. La Iglesia en el Perú, asistida también por organizaciones católicas internacionales, está haciendo todo lo posible por mitigar los sufrimientos de tantas personas y familias. Quiero ahora dirigir un llamado a los fieles católicos para que sostengan con sus oraciones y con sus ayudas materiales a estos hermanos que sufren.



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