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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 21 de julio de 1991

 

1. Esta para terminar el Año ignaciano, celebrado para recordar el 500° aniversario del nacimiento del insigne fundador de la Compañía de Jesús.

Servir a Cristo fue el ideal supremo al que Ignacio de Loyola consagró toda su vida después de su conversión. Llevado por la divina Providencia a Roma, comprendió que dicho ideal podía ponerse en práctica plenamente sólo en el servicio a la Iglesia. En aquellos años la Reforma protestante se iba afirmando y difundiendo en muchas partes de Europa. Ignacio reaccionó frente al drama de semejante laceración en el tejido vivo de la Iglesia, reafirmando su fidelidad a ella y empleando todas sus fuerzas para suscitar en su seno un espíritu nuevo de santidad y apostolado.

Convencido sobre todo del papel fundamental que está llamado a desempeñar el Sucesor de Pedro en la unidad de la Iglesia, quiso para sí mismo y sus compañeros un voto especial de obediencia a las directivas del Papa, estableciendo que "todo lo que el actual y los demás Romanos Pontífices, sus sucesores, ordenen para el bien de las almas y propagación de la fe (...), inmediatamente, sin tergiversaciones ni excusas de ningún tipo, estaremos obligados a realizarlo, en la medida de nuestras posibilidades".

2. Esta actitud muy valiente exigió entonces —como lo exigiría siempre— gran disponibilidad interior y fuerte espíritu de fe por parte de los miembros de la nueva orden religiosa. A distancia de siglos podemos constatar con alegría qué riqueza de frutos han producido para las actividades apostólicas de la Compañía de Jesús y para la vida de toda la comunidad cristiana.

El aniversario que se celebra este año es para los jesuitas un llamamiento a recuperar plenamente la inspiración originaria de su fundador; y, para todos, una invitación a redescubrir la importancia de la adhesión sincera a la Sede de Pedro con miras a un testimonio cristiano auténtico y, por tanto, creíble.

La Virgen María, que se llamó a sí misma esclava del Señor, impulse a los hijos de san Ignacio y a todos los cristianos hacía una actitud de coherente comunión eclesial, en unidad de fe y de caridad y en la fidelidad a la Sede de Pedro, que es principio y fundamento de dicha unidad.

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Después del Ángelus

Saludo con afecto a todas las personas y grupos provenientes de los distintos países de América Latina y de España, así como a cuantos se han unido a nuestra plegaria mariana en la Plaza de San Pedro y mediante la radio y la televisión. En este tiempo de verano, tiempo de merecido descanso para muchos, deseo alentaros a hacer de las vacaciones estivas ocasión propicia para meditar la Palabra de Dios y para alabarle y darle gracias por los muchos beneficios con que nos muestra su amor de Padre. Encomendando a todos a la maternal protección de la Santísima Virgen María, imparto la Bendición Apostólica.



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