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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Viernes 1 de noviembre de 1991
Solemnidad de Todos los Santos

 

 

¡Queridísimos hermanos y hermanas!

1. Hoy, solemnidad de Todos los Santos, elevemos nuestro pensamiento al cielo e invoquemos con fervor a todos los que en el paraíso gozan ya de la felicidad eterna de Dios.

San Juan, en el libro del Apocalipsis, afirma que había visto una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas (cf. Ap 7, 9): es ésta la imagen celestial de la universalidad de la redención. La visión de san Juan nos conforta porque nos hace reflexionar sobre la infinita misericordia del Altísimo, que ha preparado un destino tan inefable para todos los creyentes en Cristo.

La liturgia de esta solemnidad manifiesta la certeza suprema de la gloria eterna, que nos ha adquirido Cristo con su pasión, muerte y resurrección.

A todos los que siguen el camino indicado en las bienaventuranzas evangélicas, Dios los llama a una comunión profunda con Él. En efecto, los santos son los que han realizado el programa del sermón de la montaña y se han hecho pobres, humildes, misericordiosos, caritativos, pacientes, puros de corazón y constructores de paz por amor de su nombre.

Nosotros debemos comportarnos así si queremos seguir su destino de bienaventuranza sin fin.

2. La solemnidad de Todos los Santos nos introduce también en la conmemoración de todos los fieles difuntos que no se encuentran todavía en la plena visión de Dios, pero lo esperan vivamente en una purificación misteriosa. Durante la visita a los cementerios, que realizamos hoy y mañana elevemos oraciones de sufragio por nuestros queridos difuntos, para que entren pronto en la luz y en la paz. Yo también iré esta tarde al cementerio romano de Prima Porta donde celebraré la Eucaristía por todas las almas del purgatorio. Os invito a uniros a mi oración por las almas que necesitan nuestra solidaridad espiritual y a pasar estos dos días con sentimientos de piedad cristiana.

3. Encomendemos las almas de nuestros seres queridos a la Virgen Santísima, a quien invocamos como "Reina de todos los santos". Por medio de ella, cuya imagen se encuentra frecuentemente en las tumbas cristianas, confiemos a la misericordia de Dios todas las almas que esperan ser acogidas en la morada eterna.

 

© Copyright 1991 - Libreria Editrice Vaticana

 



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