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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 27 de junio de 1993

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Ayer, con la promulgación del Libro del Sínodo, tuve la alegría de coronar el largo camino del Sínodo pastoral diocesano de Roma, que empezó hace siete años. Como tantas otras diócesis del mundo, también la Iglesia que está en Roma, treinta años después de su primer Sínodo, ha querido actualizar su vida y su compromiso a la luz de las perspectivas teológicas y pastorales que nos ha abierto el concilio ecuménico Vaticano II. Ahora se abre el camino, igualmente arduo, de las realizaciones: las orientaciones que han surgido de la reflexión sinodal deben traducirse a la vida de toda la comunidad eclesial.

La diócesis de Roma no puede olvidar que tiene el deber de ser ejemplo para las demás.

Es la Iglesia que evangelizaron Pedro y Pablo. Es la Iglesia cuyo Obispo es el Sucesor de Pedro, Pastor, por eso mismo de la Iglesia universal.

Es la Iglesia a la que corresponde presidir en la caridad, como escribió san Ignacio de Antioquía cuando vino a esta ciudad para derramar su sangre por Cristo (Carta a los Romanos, 1, 1). Con razón, los católicos esparcidos por todo el mundo dirigen su mirada hacia Roma.

Hermanos y hermanas de la comunidad cristiana de esta ciudad, sed plenamente conscientes de ese privilegio, y estad siempre a la altura de vuestra misión peculiar, que exige un amoroso y constante esfuerzo apostólico y misionero.

2. Recorriendo los años de preparación y celebración del Sínodo, nos preguntamos espontáneamente: ¿qué ha representado esta Asamblea sinodal para cada uno de nosotros?

Sin duda alguna, ha sido ante todo un gran don de Dios. En efecto, Dios, por medio de su Espíritu, impulsa constantemente a la Iglesia a renovarse y la lleva a una fidelidad cada vez mayor.

Al mismo tiempo, el Sínodo ha sido un acto de amor de nuestra comunidad eclesial a Cristo. Obedeciendo a la voz del Espíritu, la diócesis de Roma se ha preguntado a sí misma acerca de su fe y su testimonio, a fin de descubrir, a la luz de los signos de los tiempos, nuevos caminos para su compromiso eclesial.

Por otra parte, en la Asamblea sinodal gracias a la participación de los sacerdotes, los religiosos y los laicos, las comunidades parroquiales y los grupos eclesiales, la diócesis ha experimentado con gran intensidad la realidad de comunión que caracteriza profundamente a la Iglesia, «pueblo congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (san Cipriano, De Orat. Dom., 23).

En virtud de esta nueva experiencia de fraternidad, los cristianos de Roma también han reavivado su tensión misionera, abriéndose a los problemas del territorio y construyendo un puente para todos los hombres que viven en esta ciudad. Por esta razón, la celebración del Sínodo dará sin duda un nuevo impulso a la evangelización y al testimonio de la caridad.

3. Que la Virgen santísima bendiga este gran esfuerzo de renovación. Ella, que estaba con los Apóstoles cuando, en Pentecostés, el Espíritu descendió sobre la Iglesia naciente, acompañe ahora con su guía materna a la Iglesia que vive en Roma para que, siguiendo las huellas de Pedro y Pablo, quienes la fecundaron con su sangre, llegue a ser una comunidad modelo, cada vez más rica en testimonios elocuentes de fe y caridad.



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