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VISITA PASTORAL A ASTI

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 26 de septiembre de 1993

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Al final de esta solemne celebración eucarística, el pensamiento se dirige naturalmente a la Virgen María, que aquí en Asti se venera con el sugestivo título de Porta Paradisi: Puerta del Paraíso.

Desde la antigüedad su efigie se halla sobre una de las puertas de ingreso a la ciudad, la de san Marcos, y su culto se ha ido desarrollando progresivamente, dando vida al grandioso santuario actual.

Porta Paradisi es un título que expresa muy bien el papel de la Madre de Dios, como «puerta» de acceso a Cristo.

Generaciones de creyentes han pasado a través de esta puerta: «ad Iesum per Mariam». ¡Cuántas de las gracias recibidas por los habitantes de Asti han sido atribuidas a la Virgen del Portón, como se le llama comúnmente en el lenguaje popular!

Siguiendo esta antigua tradición, nos ponemos también nosotros bajo su protección celestial. Sobre todo queremos acudir a su escuela, acogiendo su invitación materna a orientar hacia Cristo toda nuestra vida.

2. ¡Porta Paradisi! Eso fue María para el beato José Marello, obispo de Acqui e hijo ilustre de esta tierra al que acabo de elevar ahora a la gloria de los altares. Era devotísimo de san José, a quien dedicó su congregación de los Oblatos; pero era también un enamorado de la santísima Virgen.

Es impresionante ver cómo destaca en su vida, precisamente en algunos momentos decisivos, la figura materna de María. Era muchacho cuando visitó en Savona el santuario de la Virgen de la Misericordia. Fue como el comienzo de un diálogo. A ese santuario se dirigió antes de hacerse sacerdote para dar gracias a la Madre, que lo había llevado por el camino de la vocación en un momento crítico de sus años juveniles, y para confiarle los comienzos de su ministerio. En Savona se hallará también providencialmente los últimos días de su vida. La visita al santuario de su infancia debió de ser, esa vez quizá con el misterioso presentimiento de su próximo fin, un adiós hasta el Paraíso. María lo había guiado con mano materna hasta el vértice de la santidad. No sorprende pues, oírle repetir: Debemos mirar continuamente a ella (cf. Briciole d'oro. Massime e sentenze del Serro di Dio Giuseppe Marello, Milán, 1939, p. 41). Eran las expresiones de ternura de un hijo para con su madre. Pero eran también palabras comprometidas, que incluían un propósito de imitación: «Hagámonos pequeños discípulos de María —decía— y pidámosle la gracia de poderla imitar; imitarla no en las virtudes grandes y sublimes, sino en las virtudes humildes y escondidas, que son propias de María...» (ib., pág. 4).

3. Virgen Santa, protectora de la noble ciudad de Asti, a ti confío esta querida población.

Porta Paradisi, Puerta del Paraíso dirige tu mirada de Madre a esta ciudad a esta Iglesia del Piamonte y de Valle d'Aosta a Italia y al mundo entero. En ti ponemos nuestra confianza, a ti encomendamos nuestras familias y nuestras vidas.

¡María, Puerta del Paraíso, ruega por, nosotros!



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