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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 31 de octubre de 1993

 

1. «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19, 17).

Estas palabras de Jesús indican el sentido profundo del esfuerzo moral, poniéndolo en relación con el deseo de vida que existe en el corazón humano (cf. Veritatis splendor, 7). Se trata de una indicación preciosa para el hombre de nuestro tiempo, tan sediento de vida y, paradójicamente, tan expuesto a los halagos de una insidiosa cultura de muerte.

Ofrece una imagen deformada quien presenta la ley moral como una cadena que mortifica el deseo de vivir que hay en el ser humano. Al contrario, el hombre vive y es plenamente libre en la medida en que guarda los mandamientos de Dios. Éstos, bien entendidos, no se reducen a una serie de prohibiciones; al contrario, expresan valores fundamentales, íntimamente vinculados con la verdad y la dignidad de la persona. Al cumplirlos, el hombre actúa en conformidad con su ser y con su vocación más profunda, y se encamina hacia la vida plena, que tiene en Jesús su paradigma, su fuente y su coronación. Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

2. Pero ¿qué es el hombre? ¿Cuándo comienza a existir como persona? ¿Cuál es su destino? ¿Cuál es su dignidad?

A estas preguntas cruciales la cultura contemporánea da respuestas evasivas y a veces equivocadas. El relativismo ético no se detiene ni siquiera ante la frontera de la identidad y la dignidad de toda vida humana, abriendo el camino a experimentos ilícitos y desconcertantes. Con mucha razón la conciencia universal reacciona. ¿Cómo no estar profundamente preocupados?

En efecto, se intuye que, una vez superado también este límite, no existe ya nada que proteja al hombre de alucinantes manipulaciones y de las tentaciones de una locura autodestructiva, que puede ser fácilmente impuesta también por diversas instancias jurídicas, por parlamentos, como enseña la historia de este siglo. Lo sabemos bien. Y no es preciso ya citar los casos.

El respeto al ser humano desde su concepción como recordé en la encíclica Veritatis splendor es una de las exigencias fundamentales e imprescindibles de la ley moral.

3. Muchas cosas cambian en el hombre y en torno a él. Pero hay algo que no cambia, y es su naturaleza, como se manifiesta a la luz de la razón, a su vez confirmada y profundizada por la divina Revelación.

En esa verdad imperecedera se funda el carácter universal e inmutable de la ley moral, que nos indica el horizonte ilimitado del bien, señalándonos el límite infranqueable de los actos intrínsecamente malos, que ninguna circunstancia o intención podía hacer aceptables y buenos (cf. Veritatis splendor, 80-81).

Pidamos a la Virgen Santísima, Madre del Redentor, que salve al hombre contemporáneo del abismo de la inconsciencia y de la mala conciencia, obteniéndole una clara percepción de la verdad moral, de cuya realización depende en gran medida su futuro.

* * *

Después del Ángelus

Saludo ahora con todo afecto a los miembros del personal de bordo de la nave «Costa Classica», a quienes encomiendo a la materna protección de la Santísima Virgen, e imparto la bendición apostólica.

 



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