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JUAN PABLO II

REGINA COELI

Domingo 18 de abril de 1993

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy el Oriente cristiano celebra la Pascua. La Iglesia de Roma desea enviar un saludo especial a las Iglesias hermanas, uniéndose a ellas en la proclamación del feliz anuncio: ¡Cristo ha resucitado! En Él, vencedor del pecado y de la muerte, tiene origen ese mundo nuevo de amor y de paz que constituye la aspiración secreta de todo corazón humano. Que el Señor resucitado nos conceda dar testimonio, ante la humanidad de hoy, de la comunidad primitiva, en la que «la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32).

2. Los cinco nuevos beatos, elevados hoy al honor de los altares dieron este testimonio de comunión en el amor. ¡Qué atrayente es la caridad efectiva del beato Ludovico de Casoria, que se hizo siervo de los pobres en la difícil situación del sur de Italia! ¡Qué ejemplo de labor educativa, iluminada por los grandes ideales evangélicos, nos brinda Paula Montal Fornés de San José de Calasanz, apóstol de la promoción cultural, humana y cristiana de la mujer! Con razón vibra hoy con gran júbilo Polonia, mi amada patria, que reconoce a tres hijos suyos entre los nuevos beatos: el presbítero Estanislao Kazimierczyk, que vivió en Cracovia en el siglo XV, y es venerado allí desde hace mucho tiempo; la madre María Angela Truszkowska, abrasada por el deseo de hacerse víctima del amor en unión con el misterio de la cruz, y sor Faustina Kowalska, mensajera y testigo de la misericordia divina. He aquí cinco rostros de la santidad, que pueden constituir cinco recorridos de la esperanza, trazados para nosotros por el amor de Dios.

3. La alegría de este día no debe impedirnos dirigir nuestra atención a un acontecimiento, preñado de sufrimientos inhumanos, acaecido hace cincuenta años: la sublevación del gueto de Varsovia. Siento gran necesidad de saludar hoy a los cristianos y judíos que se han reunido en esta plaza para conmemorar ese hecho y los crímenes perpetrados contra el pueblo judío durante la última guerra mundial.

Con profunda solidaridad hacia ese pueblo y en comunión con toda la comunidad de los católicos, quisiera recordar aquellos terribles eventos, ya lejanos en el tiempo, pero grabados en la mente de muchos de nosotros: los días de la shoa han marcado una verdadera noche en la historia, registrando crímenes inauditos contra Dios y contra el hombre. ¿Cómo no estar junto a vosotros, amados hermanos judíos, para recordar en la oración y en la meditación un aniversario tan doloroso? Tened la seguridad de que no sostenéis solos la pena de vuestro recuerdo; nosotros oramos y velamos con vosotros bajo la mirada de Dios, santo y justo, rico en misericordia y en perdón.

Que nuestra solidaridad unánime sea un signo que anticipe para la humanidad inquieta el día de paz anunciado por Isaías cuando «no levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra» (Is 2, 4).

4. Una vez más deseo manifestar un ardiente deseo de paz para las poblaciones de Bosnia-Herzegovina, hacia las que se ha dirigido recientemente una misión humanitaria organizada conjuntamente por el Consejo pontificio Cor unum y por la Cáritas italiana. Espero que esta misión sea un estímulo para las comunidades eclesiales locales y, sobre todo, un nuevo impulso para hacer lo necesario a fin de que se ponga fin lo más pronto posible a esa guerra absurda y cruel.

Confiamos a María los anhelos y las esperanzas de la humanidad, para que los acoja maternalmente y obtenga con su poderosa intercesión una gran efusión de amor misericordioso sobre los hombres de nuestro tiempo.



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