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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 31 de julio de 1994

 

Queridos hermanos y hermanas que estáis presentes aquí en Castelgandolfo, que os habéis reunido en la plaza de San Pedro, y que me escucháis a través de la radio y la televisión:

1. Al reanudar el tema de la paternidad y la maternidad responsables, quisiera destacar hoy una exigencia específica del amor con que los esposos están llamados a engendrar. Deben querer a su hijo con un amor gratuito y oblativo, y evitar convertirlo en instrumento para sus intereses o para su gratificación personal.

Ciertamente el hijo que nace es también un don para sus padres. ¿No es verdad que a veces la sonrisa de un niño es capaz de revivir un amor conyugal un poco cansado y marchito? Pero este don han de invocarlo y acogerlo con profundo respeto, conscientes de la dignidad trascendente de la nueva criatura.

El Concilio enseña que «el hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma» (Gaudium et spes, 24). Toda la creación, en cierto sentido, tiende hacia el hombre, cuya genealogía —como he escrito en la Carta a las familias (n. 9)— va mas allá de sus padres e implica directamente la intervención creadora de Dios. En efecto, sólo el hombre es un ser, a la vez, corpóreo y espiritual, llamado a un destino eterno y sobrenatural. Los padres, por tanto, deben imitar el amor gratuito de Dios, queriendo a su hijo por sí mismo, respetando plenamente su autonomía y su originalidad.

2. Por desgracia, en el ámbito delicado de la generación de la vida no faltan tampoco síntomas preocupantes de una cultura que no se inspira para nada en el verdadero amor. Esto aparece con evidencia cuando se excluye o, incluso, se suprime la vida naciente; pero, paradójicamente, se aplica también a los casos en que se pretende la vida a toda costa, utilizando para ese fin medios moralmente desordenados. En efecto, se difunden con un ritmo creciente tecnologías de la generación humana —como la fecundación artificial o el alquiler de la madre gestante y otras parecidas— que plantean serios problemas de orden ético. Entre otras graves consecuencias, baste recordar que en esos procedimientos se priva al ser humano de su derecho a nacer de un acto de amor verdadero y según los procesos biológicos normales, y así queda marcado desde el comienzo por problemas de orden psicológico, jurídico y social, que lo acompañarán durante toda su vida.

En realidad no se puede interpretar el deseo legítimo de un hijo como una especie de derecho al hijo, que hay que satisfacer a toda costa. Eso significaría tratarlo como un objeto. Por lo que atañe a la ciencia, tiene el deber de apoyar los procesos generativos naturales, pero no la tarea de sustituirlos artificialmente. Sobre todo cuando el deseo de tener hijos puede hacerse realidad también a través del mecanismo jurídico de la adopción, que convendría organizar y promover cada vez mejor, y de otras formas de servicio y de dedicación social, como expresiones de acogida de tantos niños que, de otro modo, quedarían privados del calor de una familia.

3. María santísima ayude a todos los cónyuges a sentir la grandeza de su misión. Dirigiendo su mirada a la Familia de Nazaret, los padres y las madres esfuércense por desear y acoger a sus hijos con gran respeto de su personalidad. Que el amor gratuito a todo ser humano sea la fuerza inspiradora de la construcción de una civilización digna de este nombre.


Después del Ángelus

Saludo ahora con todo afecto a los peregrinos de los diversos países de América Latina y de España, y a quienes desde esas naciones se han unido a esta oración mariana por medio de la radio o la televisión. Os deseo a todos que las diversas actividades veraniegas os ayuden a renovaros también en el espíritu.

Mientras os encomiendo a la maternal protección de la Santísima Virgen, imparto a vosotros y a vuestras familias la Bendición Apostólica.



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