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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

 Domingo 5 de febrero de 1995

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En el Mensaje de este año para la Jornada mundial de la paz he reflexionado en el papel que la mujer está llamada a desempeñar como «educadora para la paz». A este respecto, señalaba cómo la historia es rica en «admirables ejemplos de mujeres» que sostenidas por la fe y el amor, «han sabido afrontar con éxito difíciles situaciones de explotación, de discriminación, de violencia y de guerra» (n. 5; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de diciembre de 1994, p. 4).

En éste domingo, y en los próximos, quisiera volver a recordar el testimonio concreto de algunas figuras femeninas que se han distinguido, en la historia de la Iglesia, precisamente por su obra de paz.

2. Hoy deseo atraer vuestra atención hacia santa Brígida de Suecia. Brígida, que vivió entre los años 1303 y 1373, realizó una misión significativa en favor de la Europa de su tiempo. No es difícil comprobar la actualidad de su mensaje, mientras en algunas zonas del continente, aunque ya se esté caminando hacia la unificación, tienen lugar aún hoy preocupantes y absurdas explosiones de odios fratricidas y el fragor de las armas hace sentir su amenaza.

También en la época de santa Brígida la fuerza de las pasiones ponía en peligro la paz y la serenidad de los pueblos: fuertes contrastes de intereses causaban a menudo conflictos sangrientos e, incluso dentro de la Iglesia, se vivían momentos de dolorosas tensiones.

En ese marco resplandece el testimonio de Brígida. Desde los confines septentrionales de Europa se sintió llamada a una misión de paz que la trajo a Roma y la hizo mensajera de Cristo ante las autoridades eclesiales y civiles de su tiempo.

3. En esa obra expresó toda su femineidad, acrisolada por una profunda experiencia de Dios. Brígida, que era dulce y a la vez enérgica, supo transmitir ante todo a sus hijos —tuvo ocho— el amor a la concordia y a la paz: basta pensar que también a su hija Catalina se la venera como santa. Por sus reconocidas dotes de educadora se le confiaron también encargos prestigiosos en los ambientes principescos en los que había crecido.

Sin embargo, el salto de calidad de su femineidad emprendedora se verificó cuando, con la fundación de la orden del Santísimo Salvador pudo abrazar plenamente la vida contemplativa. No fue una fuga del mundo; al contrario, la profundidad de la experiencia mística le permitió hacerse eco privilegiado de la voz de Dios para la Iglesia y para la sociedad. Incluso al Sumo Pontífice, que residía entonces en Aviñón, llegó la imploración insistente y eficaz de Brígida para que regresara a su sede natural de Roma. La Iglesia sigue aún hoy alabando a Dios por el don de esta mujer excepcional.

4. Nuestro pensamiento va ahora a María, modelo de Brígida y de todos los santos. María, que encierra en sí plenamente la belleza y la fuerza de la femineidad según el designio de Dios, acompañe a todas las mujeres con su ayuda eficaz.

Infunda especialmente en las mujeres de nuestro tiempo una conciencia cada vez más viva y activa de su misión de paz y las ayude a hacerse mensajeras de los valores religiosos y morales, porque sólo gracias a ellos se puede construir una paz auténtica y duradera.



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