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JUAN PABLO II

REGINA COELI

 Domingo 14 de mayo de 1995

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Esta mañana he tenido la alegría de ordenar a 41 sacerdotes, a quienes el Señor ha llamado a ser pastores fieles de su pueblo y a estar dispuestos a prestar su servicio donde él quiera. Se trata de un servicio de verdad, porque se les pide ante todo hacerse heraldos del Evangelio; un servicio de santificación, para ayudar a sus hermanos, especialmente a través de los sacramentos, a abrirse a la gracia de Dios, y un servicio de caridad porque deberán trabajar para hacer crecer en el amor la comunidad cristiana y la sociedad entera, mostrando una solicitud especial a los más humildes y débiles.

Gran misterio y gran don de Dios es el sacerdocio. Por eso, quiero dar gracias a Dios por este don; también quiero agradecer a los nuevos presbíteros la generosidad con que han respondido a la llamada divina Doy gracias a sus padres y a sus familias, porque los han alentado y acompañado en su camino. Doy gracias a sus formadores, porque los han ayudado a desarrollar los diversos aspectos de su formación.

Y doy también las gracias a sus coetáneos, y felicito a todos los jóvenes de Roma por esta ordenación sacerdotal, dado que los nuevos ordenados provienen de esta generación. Felicito a la Iglesia de Roma y de modo especial con esta joven Iglesia de Roma con la que he tenido ocasión de encontrarme de forma especial el domingo de Ramos.

2. Además, deseo invitar a toda la comunidad cristiana a orar por la santificación de los sacerdotes.

Recuerdo también el día de mi ordenación sacerdotal. De nuevo expreso mi gratitud a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, por esta gracia que me concedió hace casi 49 años.

La santidad es una vocación común a todos los creyentes. Pero el sacerdote, que debe ser guía para sus hermanos, tiene un motivo más para hacerse santo. Por tanto, no se equivoca el pueblo de Dios, y tampoco la opinión pública, cuando espera de los sacerdotes el testimonio de una profunda coherencia de vida, incluso hasta el heroísmo. Sin embargo, no hay que olvidar que la santidad ha de implorarse a Dios, porque es un camino de suyo arduo, en el que los sacerdotes llevan, al igual que los demás hombres, el signo de su fragilidad.

Por tanto, es preciso que la comunidad cristiana los apoye con su oración. Para ello, en mi Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves santo de este año, he sugerido a todas las diócesis del mundo que celebren una «Jornada para la santificación de los sacerdotes», durante la cual invoquen al Señor para que todos sus ministros vivan conformándose cada vez más plenamente al corazón del buen Pastor.

3. A la Virgen santísima encomendamos a estos nuevos presbíteros y, junto con ellos, a todos los sacerdotes del mundo, especialmente a los que más sufren, a los que se encuentran más solos y probados, para que, sostenidos por su ternura materna, puedan vivir la alegría plena de su misión.



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