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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Primer Domingo de Adviento, 1 de diciembre de 1996

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con este primer domingo de Adviento se inicia el nuevo año litúrgico, pero al mismo tiempo comienza el camino de preparación inmediata hacia el gran jubileo del año 2000. Quisiera aprovechar estos encuentros, con ocasión del Ángelus dominical, para reflexionar con vosotros en este gran acontecimiento eclesial.

Como he indicado en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, los próximos tres años serán un tiempo de fuerte compromiso espiritual y apostólico para las Iglesias particulares esparcidas por el mundo, pues están llamadas a un itinerario de conversión que, en este primer año —1997—, está centrado sobre todo en la meditación del misterio de Cristo (cf. n. 40). Queremos fijar nuestra mirada en Jesús, Hijo de Dios e hijo de María, Verbo encarnado, hombre como nosotros, muerto y resucitado por nosotros, para presentarle las necesidades y las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo. Implorémosle con confianza: ¡Sálvanos, oh Salvador del mundo!

2. El Adviento, que comienza hoy, reaviva en los creyentes el sentido de la vigilancia y de la esperanza activa. Debemos asegurar que todo el camino de preparación para el jubileo tenga este carácter propio del período de espera de la Navidad. En efecto, con el jubileo la Iglesia desea invitar a todos los corazones a crecer en la escucha de Dios y en la búsqueda constante de la solidaridad fraterna.

Es hora de vencer la pereza y la mediocridad, renovando toda la existencia a la luz del Evangelio. Es hora de redescubrir el valor de la oración. Así nos prepararemos de modo más adecuado para el jubileo, que deberá ser una gran «plegaria de alabanza y de acción de gracias sobre todo por el don de la encarnación del Hijo de Dios y de la redención realizada por él» (Tertio millennio adveniente, 32). A la oración debe ir unido un fuerte compromiso de caridad con los hermanos necesitados, en quienes encontramos y servimos de modo especial a Cristo, Redentor del hombre.

3. María, la Virgen del Adviento, nos acompaña en las diversas etapas de preparación para el jubileo. ¿Y cómo podría ser de otro modo? Gracias a su «he aquí» fue posible el adviento del Señor. Que su respuesta a Cristo Salvador reviva hoy en la Iglesia y resuene de nuevo con fuerza en toda la humanidad, que se encamina hacia el tercer milenio.

 



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