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FIESTA DE SAN ESTEBAN PROTOMÁRTIR

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Castelgandolfo
Jueves 26 de diciembre de 1996

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1; La alegría de la Navidad colma también hoy nuestros corazones, mientras el admirable anuncio del evangelista sigue resonando en toda la. Iglesia: «La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). El motivo de nuestra alegría es precisamente este: hoy Cristo ha nacido por nosotros y trae al mundo la paz.

En el misterio de la Navidad se encuentra ya presente el misterio pascual. Jesús viene al mundo para cumplir su misión de salvación, que alcanzará su culminación en la crucifixión y en el acontecimiento extraordinario de la Resurrección. El martirio de san Esteban, que recordamos hoy, en cierto sentido nos impulsa a contemplar esta realidad, llevándonos al centro de nuestra fe.

El protomártir Esteban, lleno del Espíritu Santo, es lapidado porque confiesa su adhesión al divino Rey, nacido en la cueva de Belén. El Unigénito que viene al mundo invita a todo creyente a escoger el camino de la vida (cf. Dt 30, 19). Este es el significado profundo de su venida a nosotros. El diácono Esteban, amando al Señor y obedeciendo a su voz, escogió a Cristo, vida y luz para todo hombre. Eligiendo la verdad, se convirtió al mismo tiempo en víctima del misterio de iniquidad presente en el mundo.

2. Como en tiempos pasados, también en este siglo la Iglesia, por dar testimonio de la verdad, ha sufrido en muchos de sus hijos la prueba suprema del martirio. Es consciente de que, acogiendo al Hijo de Dios, está llamada a ser participe de su destino: de la misma manera que vive, unida a él, la alegría de su nacimiento, así está dispuesta también a seguirlo en el supremo acto de amor de la Pascua.

Al acoger en nuestro corazón al Hijo de Dios, que se nos regala como don en la Navidad, también nosotros renovamos la voluntad de seguirlo fielmente por el camino de la cruz, con la certeza de que la meta última es el encuentro bienaventurado con el Padre.

Elevemos a la Virgen María, Madre de Dios y Reina de los mártires, nuestra oración, para que nos guíe y nos sostenga en nuestro camino hacia el encuentro con Cristo, a quien contemplamos en la cueva de Belén.



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