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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 22 de junio de 1997

 

1. «Reconciliación, don de Dios y fuente de vida nueva». Este es el denso y significativo tema de la Asamblea ecuménica de los cristianos de Europa, que se celebrará los próximos días en la hermosa e histórica ciudad austriaca de Graz. Reflexionar en la reconciliación y orar por ella es muy oportuno en un mundo que conoce aún numerosas formas de división. Como discípulos de Cristo, nos sentimos particularmente comprometidos en ello, en la perspectiva del jubileo del año 2000, durante el cual conmemoraremos la venida del Verbo de Dios a los hombres. Todos los cristianos profesan en el Símbolo niceno- constantinopolitano: «Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo (...), se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre».

La reconciliación es don gratuito de Dios. Es gracia, como explica el apóstol Pablo a los primeros cristianos de esta ciudad de Roma y, a través de ellos, a todo el mundo: «Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Rm 5, 10). Fuimos reconciliados porque fuimos perdonados; y fuimos perdonados porque fuimos amados. «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3, 16).

2. La reconciliación con Dios renueva profundamente al hombre. Sumergido por medio del bautismo en la muerte de Cristo, resurge con él a una vida nueva y está llamado a realizar plenamente en sí la imagen y la semejanza de Dios. También en la comunidad se transforman las relaciones: la reconciliación debe extenderse a todos los hermanos y hermanas.

Un acontecimiento de salvación tan decisivo no puede permanecer cerrado en una persona o en un grupo reducido. La reconciliación debe implicar a todos: a las personas, a las familias y a los pueblos. Tienen necesidad de ella todos los pueblos de Europa, desde el Atlántico hasta los Urales, desde el este hasta el oeste. Toda la humanidad tiene necesidad de ella.

En este contexto, el llamamiento a la reconciliación entre los cristianos tiene particular urgencia. Gracias a Dios, el movimiento ecuménico ya ha dado muchos frutos: ha creado una situación nueva entre los discípulos de Cristo. Pero aún existen algunos problemas sin resolver y, a veces, surgen dificultades inesperadas, nacen nuevos temores y se difunden miedos inconscientes. La Asamblea de Graz para Europa, con su programa de encuentro, intercambio y oración, quiere fortalecer el diálogo de la caridad, el único que verdaderamente puede promover también el diálogo teológico, que tiene ante sí un recorrido aún muy arduo.

 3. Invito a todos los presentes, y a quienes me escuchan, a unirse mediante la oración a los delegados que participan en la Asamblea ecuménica europea, convocados a Graz por el «Consejo de las Conferencias episcopales de Europa» y por la «Conferencia de las Iglesias europeas ». Por mi parte, les aseguro un recuerdo constante en mi oración por el éxito de ese importante encuentro.

Que el Señor nos acompañe hacia la comunión plena, como hizo con los peregrinos a lo largo del camino de Emaús. La Madre de Dios, que oró con los Apóstoles en el cenáculo en espera del don del Espíritu, sostenga nuestro camino. Sería causa de grandísima alegría que los cristianos, en el umbral del tercer milenio, en un renovado Pentecostés, proclamáramos más concordes y más unidos que Cristo es el único Salvador del mundo.



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