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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 21 de marzo de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La tradición popular cristiana dedica el mes de marzo a san José. En efecto, el 19 de marzo hemos celebrado su fiesta litúrgica.

San José, esposo de la santísima Virgen María, es patrono de la Iglesia universal, y en el pueblo de Dios goza de especial veneración, testimoniada también por el gran número de cristianos que llevan su nombre. A su figura y a su misión de custodio del Redentor y de la Iglesia dediqué, hace diez años, una exhortación apostólica, que me complace proponer hoy de nuevo a la atención de todos, en el ámbito de este último año de preparación para el gran jubileo, consagrado precisamente a Dios Padre. En efecto, en san José, llamado a ser el padre terreno del Verbo encarnado, se refleja de modo muy singular la paternidad divina.

2. San José es el padre de Jesús porque es efectivamente el esposo de María. Ella concibió virginalmente por obra de Dios, pero el Niño es también hijo de san José, su esposo legítimo. Por eso, en el evangelio a ambos se les llama «padres» de Jesús (cf. Lc 2, 27.41).

Mediante el ejercicio de su paternidad, san José coopera, en la plenitud de los tiempos, en el gran misterio de la redención (cf. Redemptoris custos, 8). «Su paternidad se ha expresado concretamente al haber hecho de su vida un servicio (...) al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; (...) al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa» (ib.). Con este fin, Dios hizo que san José participara en su mismo amor paterno, el amor «del que toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 15).

Como todo niño, Jesús aprendió de sus padres las nociones fundamentales de la vida y el estilo de conducta. Y ¿cómo no pensar, con gran admiración, en el hecho de que, desde el punto de vista humano, maduró su perfecta obediencia a la voluntad de Dios sobre todo siguiendo el ejemplo de su padre José, «hombre justo»? (cf. Mt 1, 19)

3. Deseo invocar hoy la protección celestial de san José sobre todos los padres y sobre sus tareas en el ámbito de la familia. A él le encomiendo también a los obispos y a los sacerdotes, a quienes en la familia eclesial se ha confiado el servicio de la paternidad espiritual y pastoral. Ojalá que en el cumplimiento concreto de sus responsabilidades cada uno refleje el amor providente y fiel de Dios. Quiera Dios que nos lo obtengan san José y María santísima, Reina de la familia y Madre de la Iglesia.

 



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