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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 29 de agosto de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Ser discípulos de Cristo es comprometedor y exigente, como recuerda Jesús mismo en el pasaje evangélico de este domingo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24). Negarse a sí mismo y aceptar la cruz significa morir al propio orgullo y confiar plenamente en Dios, viviendo como Cristo con una entrega total al Padre y a los hermanos.

De la enseñanza de Jesús se hace eco san Pablo, quien, escribiendo a los cristianos de Roma, los exhorta a no acomodarse a la mentalidad del mundo, sino más bien a ofrecer toda su existencia como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12, 1-2). El seguimiento de Cristo implica un itinerario marcado a menudo por incomprensiones y sufrimientos. Nadie debe hacerse ilusiones: hoy, como ayer, ser cristiano significa ir contra corriente frente a la mentalidad de este mundo, sin buscar el propio interés y el halago de los hombres, sino únicamente la voluntad de Dios y el verdadero bien del prójimo.

2. Esta fidelidad radical a Cristo resplandece en el martirio de san Juan Bautista, cuya fiesta se celebra hoy. El precursor de Cristo eligió el camino de la coherencia, dando pleno testimonio del Cordero de Dios, cuyo camino había preparado. Y pagó con la muerte su amor a la verdad, sin ceder a componendas.

Siguiendo sus huellas, muchos otros discípulos del Señor han confesado la fe con el sacrificio de su vida. De modo especial, pensamos en los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos que, en los regímenes totalitarios y anticristianos de nuestro siglo, han dado en silencio su vida por amor a Cristo. También en nuestros días, en diversas partes del mundo, muchos siguen sufriendo a causa del Evangelio. Con ocasión del gran jubileo del año 2000, es preciso recordar a los grandes testigos de la fe que, también en nuestro tiempo, han sufrido por ella y han vivido plenamente en la verdad de Cristo. Oremos para que Dios nos conceda seguir su ejemplo, conscientes de que quien pierda su vida por el Evangelio, la encontrará (cf. Mt 16, 25).

3. María, Reina de los confesores de la fe y de los mártires, nos ayude a ser fuertes frente a las tribulaciones de la vida, y a vivirlas en unión con Cristo para la salvación del mundo.

A ella recurramos con confianza en los momentos de la prueba. Y ella, Virgen fiel, infundirá valentía en nuestro espíritu y suscitará en nosotros un compromiso cada vez más generoso de fidelidad evangélica.


Después del Ángelus

En esta hora de la tradicional oración mariana, saludo con afecto a las personas y grupos de lengua española, especialmente a los fieles argentinos de Rosario. Imploro sobre los peregrinos de España y América Latina la protección de Nuestra Señora.

 



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