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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 24 de febrero de 2002

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Hoy, domingo segundo de Cuaresma, la liturgia nos vuelve a proponer la narración evangélica de la transfiguración de Cristo. Antes de afrontar la pasión y la cruz, Jesús subió "a un monte alto" (Mt 17, 1), identificado por lo general con el Tabor, juntamente con los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. Delante de ellos "se transfiguró": su rostro y toda su persona resplandecieron de luz.

La liturgia de hoy nos invita a seguir al Maestro al Tabor, monte del silencio y de la contemplación. Es lo que, juntamente con mis colaboradores de la Curia romana, he tenido la gracia de hacer durante esta semana de "ejercicios espirituales", una experiencia que recomiendo a todos, aunque en las formas adecuadas a las diversas vocaciones y condiciones de vida. Especialmente en el tiempo de Cuaresma, es importante que las comunidades cristianas sean auténticas escuelas de oración (cf. Novo millennio ineunte, 33), donde cada uno se deje "conquistar" por el misterio de luz y amor de Dios (cf. Flp 3, 12).

2. En el Tabor comprendemos mejor que el camino de la cruz y el de la gloria son inseparables. Acogiendo plenamente el designio del Padre, en el que estaba escrito que debía sufrir para entrar en su gloria (cf. Lc 24, 26), Cristo experimenta de forma anticipada la luz de la resurrección.

De igual modo nosotros, al llevar cada día la cruz con fe rebosante de amor, no sólo experimentamos su peso y su dureza, sino también su fuerza de renovación y de consolación. Con Jesús, recibimos esta luz interior especialmente en la oración.

Cuando el corazón ha sido "conquistado" por Cristo, la vida cambia. Las opciones más generosas y, sobre todo, perseverantes son fruto de una profunda y prolongada unión con Dios en el silencio orante.

3. A la Virgen del silencio, que supo conservar la luz de la fe incluso en las horas más oscuras, pidámosle la gracia de una Cuaresma vivificada por la oración. Que María nos ilumine el corazón y nos ayude a cumplir fielmente en todas las circunstancias los designios de Dios.


Después del Ángelus

Saludo con especial afecto a los jóvenes, muy numerosos, pertenecientes a las comunidades neocatecumenales de las parroquias y diócesis de toda Italia. Queridos hermanos, estáis "en camino" hacia la Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en Toronto el próximo mes de julio. Sois jóvenes en camino con Cristo. Os doy las gracias porque, con vuestra presencia, me brindáis la ocasión de renovar la invitación a vuestros coetáneos italianos y de los demás países del mundo a prepararse con esmero para esta importante cita. En todas las circunstancias dad razón de vuestra esperanza, con humildad y respeto. Gracias por vuestra visita y ¡hasta la vista en Toronto!

 



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