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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 30 de junio de 2002

 

1. Celebramos ayer la fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo, a los que la Iglesia de Roma venera como sus patrones principales. En esta especial circunstancia sentí, como Sucesor de Pedro, la profunda solidaridad de toda la comunidad eclesial. Me vinieron a la memoria las palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles: "La Iglesia oraba insistentemente por él [Pedro]" (Hch 12, 5). Sí, sentí la intensa oración de toda la Iglesia por mí, y por eso deseo expresar hoy a todos mi gratitud cordial.

2. En efecto, experimento cada día que mi ministerio está sostenido por la oración incesante del pueblo de Dios: de numerosas personas que no conozco, pero muy cercanas a mi corazón, que ofrecen al Señor sus oraciones y sacrificios por las intenciones del Papa. En los momentos de mayor dificultad y sufrimiento, esta fuerza espiritual es una gran ayuda y un íntimo consuelo.

Amadísimos fieles de Roma y del mundo entero, necesito siempre vuestra oración. En efecto, sin ella ¿cómo podría responder a las palabras del Señor, que ordena a Simón Pedro: "Duc in altum", "rema mar adentro"? (Lc 5, 4).

3. San Pedro y san Pablo, después de superar múltiples pruebas, incluso mortales, con la ayuda de Dios cumplieron su misión apostólica en nuestra ciudad, donde tantos vestigios recuerdan su memoria.

Animados por su testimonio, renovemos el compromiso de permanecer unidos en la oración, como un solo corazón y una sola alma. Junto con nosotros, como en la primera comunidad de Jerusalén, ora la Madre del Señor y de todo cristiano, María santísima. A ella, modelo de la Iglesia orante, nos dirigimos con confianza filial.

 



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