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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo
Domingo 24 de noviembre de 2002

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Se celebra hoy la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Esta fiesta está situada oportunamente en el último domingo del Año litúrgico, para poner de relieve que Jesucristo es el Señor del tiempo y que en él se cumple a la perfección todo el designio de la creación y de la redención.

En la conciencia del pueblo de Israel, la figura del Rey Mesías toma forma a través de la antigua Alianza. Es Dios mismo quien, especialmente mediante los profetas, revela a los israelitas su voluntad de reunirlos como hace un pastor con su grey, para que vivan libres y en paz en la tierra prometida. Con este fin, enviará a su Ungido, "Cristo" en lengua griega, para rescatar al pueblo del pecado e introducirlo en el Reino.

Jesús Nazareno cumple esta misión en el misterio pascual. No viene a reinar como los reyes de este mundo, sino a establecer, por decirlo así, la fuerza divina del Amor en el corazón del hombre, de la historia y del cosmos.

2. El concilio Vaticano II proclamó con fuerza y claridad al mundo contemporáneo el señorío de Cristo, y su mensaje fue recogido en el gran jubileo del año 2000. También la humanidad del tercer milenio necesita descubrir que Cristo es su Salvador. Este es el anuncio que los cristianos deben transmitir con renovada valentía al mundo de hoy.

A este respecto, el concilio Vaticano II recordó la responsabilidad especial de los fieles laicos (cf. Apostolicam actuositatem). En virtud del bautismo y de la confirmación, participan en la misión profética de Cristo. Por consiguiente, están llamados a "buscar el reino de Dios, ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios" y también a llevar a cabo "en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde (...) con su empeño por evangelizar y santificar a los hombres" (Novo millennio ineunte, 46).

3. Entre todas las criaturas angélicas y terrenas, Dios eligió a la Virgen María para asociarla de modo singularísimo a la realeza de su Hijo hecho hombre. Es lo que contemplamos en el último misterio glorioso del santo Rosario. Que María nos enseñe a testimoniar con valentía el reino de Dios y a acoger a Cristo como rey de nuestra existencia y de todo el universo.

 



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