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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 17 de enero de 1979

 

La oración es el alma de todo el movimiento ecuménico

Mañana comienza el Octavario mundial de Oración por la Unidad de los Cristianos. Por eso, querría hoy reflexionar junto con vosotros sobre este importante tema que compromete a cada uno de los bautizados, pastores y fieles (cf. Unitatis redintegratio, 5), a cada uno según su propia capacidad, su propia función y el puesto que ocupa en la Iglesia.

1. Este problema compromete de modo especial al Obispo de esta antigua Iglesia de Roma, fundada sobre la predicación y el testimonio del martirio de San Pedro y San Pablo. El servicio a la unidad es el deber primordial del ministerio del Obispo de Roma.

Por eso estoy satisfecho al saber que en nuestra diócesis de Roma, como en tantas otras diócesis del mundo, se organiza este Octavario con esmero y con el fin de comprometer a todos, parroquias, comunidades religiosas, organizaciones católicas, escuelas, grupos juveniles, e incluso ambientes de sufrimiento, como los hospitales. Estoy satisfecho al saber que, donde es posible, se trata de organizar también plegarias en común con otros hermanos cristianos, en armonía de sentimientos, a fin de que, obedeciendo a la voluntad del Señor, podamos crecer en la fe, hacia la unidad plena, para edificación del Cuerpo de Cristo, “hasta que todos alcancemos la unidad de la fe —como escribe San Pablo a los primeros cristianos de Éfeso— y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos, a la medida de la talla (que corresponde) a la plenitud de Cristo (Ef 4, 13).

La búsqueda de la unidad debe penetrar todos los niveles de la vida de la Iglesia, comprometer a todo el Pueblo de Dios, para llegar finalmente a una profesión de fe concorde y unánime.

2. La oración es un medio privilegiado para la participación en la búsqueda de la unidad de todos los cristianos. Jesucristo mismo nos ha dejado su último deseo de unidad a través de una oración al Padre: “Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mi y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21).

El Concilio Vaticano II también nos ha recomendado fuertemente la oración por la unidad de los cristianos, definiéndola como “el alma de todo el movimiento ecuménico” (Unitatis redintegratio, 8). Lo mismo que el alma al cuerpo, así la oración da vida, coherencia, espíritu, finalidad al movimiento ecuménico.

La oración, ante todo, nos sitúa ante el Señor, nos purifica en las intenciones, en los sentimientos, en nuestro corazón, y produce aquella “conversión interior”, sin la cual no hay verdadero ecumenismo (cf. Unitatis redintegratio, 7).

La oración, además, nos recuerda que la unidad, en definitiva, es un don de Dios, don que debemos pedir y prepararnos a él para que nos sea concedido. La unidad, lo mismo que cada don, como cada gracia, depende “de Dios que tiene misericordia” (Rom 9, 16). Porque la reconciliación de todos los cristianos “supera las fuerzas y la capacidad humana” (Unitatis redintegratio, 24), la oración continua y ferviente manifiesta nuestra esperanza, que no engaña, y nuestra confianza en el Señor que hará nuevas todas las cosas (Cf. Rom 5, 5; Ap 21, 5).

3. Pero la acción de Dios exige nuestra respuesta, cada vez más fiel, cada vez más plena. Esto también y sobre todo para la construcción de la unión de todos los cristianos.

Este año, el tema del Octavario de Oración por la Unidad reclama nuestra atención precisamente sobre el ejercicio de algunas virtudes fundamentales de la vida cristiana: “Estad los unos al servicio de los otros para la gloria de Dios”. Este tema está tomado de un pasaje de la primera Carta de San Pedro (1 Pe 4, 7-11). El Apóstol se dirige a algunas comunidades de la diáspora, del Ponto, de Galacia, de Capadocia, de Bitinia, de Asia, en un momento de dificultades particulares. Llama a estas comunidades a la fe cristiana y afirma que el fin de todo está cercano” (1 Pe 4, 7). El tiempo en que vivimos es el tiempo escatológico, es decir, el tiempo que va desde la redención realizada por Cristo, hasta su retorno glorioso. Por esto, es preciso vivir en esperanza activa. En este contexto el Apóstol Pedro llama a la sobriedad para dedicarse a la oración, pide que se conserve la caridad, “una ferviente caridad”, que se practique la hospitalidad, y esto significa la apertura y la donación generosa a los hermanos, en particular, a los marginados, a los emigrantes, pide que se viva de acuerdo con el don recibido y que se ponga ese don al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.

La escucha fiel de estos consejos y su realización práctica, por una parte, purifica las relaciones entre las personas, porque “la caridad cubre la muchedumbre de los pecados” (1 Pe 4, 8), por otra, afianza a la comunidad, la refuerza y la hace crecer. Se trata de un verdadero ejercicio en la búsqueda de la unidad. El tema nos propone vivir juntos, en cuanto sea posible, la herencia común a los cristianos. Los contactos, la cooperación, el amor mutuo, el servicio recíproco, hacen que nos conozcamos mejor los unos a los otros, nos hacen descubrir lo que tenernos en común y nos hacen ver, además, cuanto hay todavía de divergente entre nosotros. Estos contactos nos impulsan también a encontrar caminos para superar tales divergencias.

El Concilio Vaticano II nos puso de relieve que con la cooperación se puede aprender fácilmente “cómo se allana el camino para la unión de los cristianos” (Unitatis redintegratio, 12). Efectivamente, la oración, la caridad mutua, el servicio de unos a otros, construyen la comunión entre los cristianos y los guían hacia la plena unidad.

4. En este Octavario nuestra oración por la unión de los cristianos debe ser, ante todo, oración de agradecimiento y de impetración. Sí, debemos dar gracias al Señor que ha suscitado entre todos los cristianos el deseo de la unión (cf. Unitatis redintegratio, 1), y que ha bendecido esta búsqueda que cada vez se extiende y se profundiza más.

La Iglesia católica, en estos últimos tiempos, ha entablado relaciones con todas las otras Iglesias y Comunidades eclesiales; relaciones que deseamos continuar y profundizar con esperanza y confianza. El diálogo de la caridad con las Iglesias ortodoxas del Oriente nos ha hecho descubrir una comunión casi plena, aunque todavía imperfecta. Es motivo de consuelo ver cómo esta nueva actitud de comprensión no se reduce sólo a los más altos responsables de las Iglesias, sino que penetra gradualmente en las Iglesias locales, porque el intercambio de relaciones a nivel local es indispensable para un progreso ulterior.

La práctica de las virtudes a las que nos invita este Octavario de Oración puede, además hacer surgir nuevas experiencias creadoras de unidad. A este propósito, quiero recordar que está para comenzar un diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias orientales de tradición bizantina, para eliminar las dificultades que aún impiden la concelebración eucarística y la plena unidad. Es fin momento importante y por eso imploramos la ayuda de Dios. Desde hace tiempo también están en curso diálogos con los hermanos de Occidente, anglicanos, luteranos, metodistas, reformados, y se han encontrado consoladoras convergencias sobre temas que en el pasado constituían profundas divergencias. Además, se han entablado relaciones fructuosas con el Consejo Ecuménico de las Iglesias y con otras Organizaciones cristianas confesionales e interconfesionales. Pero no ha terminado el camino, y debemos continuarlo para llegar a la meta. Por eso, renovamos nuestra oración al Señor a fin de que dé a todos los cristianos luz y fuerza para hacer cuanto sea posible por conseguir cuanto antes la plena unidad en la verdad, de manera que, “abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a Aquel que es nuestra Cabeza, Cristo, por quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y lo nutren según la operación de cada miembro, va obrando mesuradamente su crecimiento en orden a su conformación en la caridad” (Ef 4, 15-16).

5. Y ahora, queridos hermanos y hermanas, unámonos en la oración y hagamos nuestras las intenciones antes expuestas, con las siguientes invocaciones, a las que todos estáis invitados a responder: ¡Escúchanos, Señor!

— En el Espíritu de Cristo, Nuestro Señor, oremos por la Iglesia católica y por las otras Iglesias, por toda la humanidad.

Todos: ¡Escúchanos, Señor!

— Oremos por todos los que sufren persecuciones por la justicia y por cuantos trabajan por la liberad y la paz.

Todos: ¡Escúchanos, Señor!

— Oremos por los que ejercen algún ministerio en la Iglesia, por quienes tienen responsabilidades especiales en la vida social y por todos los que están al servicio de los pequeños y de los débiles.

Todos: ¡Escúchanos, Señor!

— Pidamos a Dios para nosotros mismos el valor de perseverar en nuestro empeño por la realización de la unidad de todos los cristianos.

Todos: ¡Escúchanos, Señor!

Señor Dios, confiamos en ti. Concédenos actuar como Tú quieres. Concédenos ser fieles servidores de tu gloria. Amén.

Con la esperanza de que, durante el Octavario por la Unidad continuaréis rezando por estas intenciones, os doy de corazón la bendición apostólica.


Saludos

Entre los grupos presentes en este encuentro, la peregrinación de la diócesis de Diano-Teggiano presidida por el obispo, merece una palabra especial. Hijos queridísimos: Habéis venido a templar vuestra fe junto a la tumba del Apóstol Pedro. Os saludo de corazón y os exhorto a alimentar siempre vuestra fe con la escucha de la Palabra de Dios, la reflexión, el estudio y, sobre todo, la oración. Sed siempre «fuertes en la fe» (1Pe 5, 9), como recomendaba San Pedro. Os acompañe y sostenga mi bendición, que extiendo de corazón a todos vuestros seres queridos.

Un recuerdo afectuoso dirijo también a los pescadores y obreros procedentes de Burano, esa isla pequeña tan bonita de la Laguna véneta. Queridísimos: Sed siempre fieles a vuestras tradiciones religiosas y mantened siempre muy alto el nombre de "cristianos". Al volver a vuestros hogares y a vuestro trabajo, sed portadores de propósitos generosos de vida cristiana, cada vez más consciente y auténtica. El Papa está cerca de vosotros y os bendice de corazón.

(A los enfermos y a los recién casados)

Deseo dedicar un saludo muy particular a los enfermos aquí presentes. Queridos hermanos y hermanas: Os deseo de corazón que se os alivien los sufrimientos y, sobre todo, que configuréis vuestro dolor con el de Jesucristo, que precisamente por medio de la pasión se hizo bendito Salvador nuestro. A la vez que os prometo mi recuerdo en la oración para que el Señor esté cerca de vosotros con su ayuda y consuelo, os imparto mi bendición apostólica llena de afecto.

Igualmente los recién casados deben tener un saludo especial. Sea para vosotros el matrimonio la gran ocasión de auténtico crecimiento común humano y cristiano; y que vuestro amor sea fecundo en vidas nuevas para la Iglesia y la sociedad. Os proteja siempre el amor y os acompañe también mi paterna bendición apostólica.

 



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