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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 4 de febrero de 1981

 

Las enseñanzas de San Pablo sobre la pureza de corazón

1. En nuestras consideraciones del miércoles pasado sobre la pureza, según la enseñanza de San Pablo, hemos llamado la atención sobre el texto de la primera Carta a los Corintios. El Apóstol presenta allí a la Iglesia como Cuerpo de Cristo, y esto le ofrece la oportunidad de hacer el siguiente razonamiento acerca del cuerpo humano: "...Dios ha dispuesto los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos como ha querido... Aún hay más: los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y a los que parecen más viles los rodeamos de mayor respeto, y a los que tenemos por menos decentes los tratamos con mayor decencia, mientras que los que de suyo son decentes no necesitan de más. Ahora bien: Dios dispuso el cuerpo dando mayor decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera escisiones en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual unos de otros" (1 Cor 12, 18. 22-25).

2. La "descripción" paulina del cuerpo humano corresponde a la realidad que lo constituye: se trata, pues, de una descripción "realista". En el realismo de esta descripción se entreteje, al mismo tiempo, un sutilísimo hilo de valuación que le confiere un valor profundamente evangélico, cristiano. Ciertamente, es posible "describir" el cuerpo humano, expresar su verdad con la objetividad propia de las ciencias naturales; pero dicha descripción —con toda su precisión— no puede ser adecuada (esto es, conmensurable con su objeto), dado que no se trata sólo del cuerpo (entendido como organismo, en el sentido "somático"), sino del hombre, que se expresa a sí" mismo por medio de ese cuerpo, y en este sentido "es", diría, ese cuerpo. Así, pues, ese hilo de valoración, teniendo en cuenta que se trata del hombre como persona, es indispensable al describir el cuerpo humano. Además, queda dicho cuán justa es esta valoración. Esta es una de las tareas y de los temas perennes de toda la cultura: de la literatura, escultura, pintura e incluso de la danza, de las obras teatrales y finalmente de la cultura de la vida cotidiana, privada o social. Tema que merecería la pena de ser tratado separadamente.

3. La descripción paulina de la primera Carta a los Corintios 12, 18-25 no tiene, ciertamente, un significado "científico": no presenta un estudio biológico sobre el organismo humano, o bien, sobre la "somática" humana; desde este punto de vista, es una simple descripción "pre-científica", por lo demás concisa, hecha apenas con unas pocas frases. Tiene todas las características del realismo común y es, sin duda, suficientemente "realista". Sin embargo, lo que determina su carácter específico, lo que de modo particular justifica su presencia en la Sagrada Escritura, es precisamente esa valoración entretejida en la descripción y expresada en su misma trama "narrativo-realista". Se puede decir con certeza que esta descripción no sería posible sin toda la verdad de la creación y también sin toda la verdad de la "redención del cuerpo", que Pablo profesa y proclama. Se puede afirmar también que la descripción paulina del cuerpo corresponde precisamente a la actitud espiritual de "respeto" hacia el cuerpo humano, debido a la "santidad" (cf. 1 Tes 4, 3-5, 7-8) que surge de los misterios de la creación y de la redención. La descripción paulina está igualmente lejana tanto del desprecio maniqueo del cuerpo como de las varias manifestaciones de un "culto del cuerpo" naturalista.

4. El autor de la primera Carta a los Corintios 12, 18-25 tiene ante los ojos el cuerpo humano en toda su verdad; por lo tanto, al cuerpo impregnado, ante todo (si así se puede decir) por la realidad entera de la persona y de su dignidad. Es, al mismo tiempo, el cuerpo del hombre "histórico", varón y mujer, esto es, de ese hombre que, después del pecado, fue concebido, por decirlo así, dentro y por la realidad del hombre que había tenido la experiencia de la inocencia originaria. En las expresiones de Pablo acerca de los "miembros menos decentes" del cuerpo humano, como también acerca de aquellos que "parecen más débiles", o bien acerca de los "que tenemos por más viles", nos parece encontrar el testimonio de la misma vergüenza que experimentaron los primeros seres humanos, varón y mujer, después del pecado original. Esta vergüenza quedó impresa en ellos y en todas las generaciones del hombre "histórico", como fruto de la triple concupiscencia (con referencia especial a la concupiscencia de la carne). Y, al mismo tiempo, en esta vergüenza —como ya se puso de relieve en los análisis precedentes— quedó impreso un cierto "eco" de la misma inocencia originaria del hombre: como un "negativo" de la imagen", cuyo "positivo" había sido precisamente la inocencia originaria.

5. La "descripción" paulina del cuerpo humano parece confirmar perfectamente nuestros análisis anteriores. Están en el cuerpo humano los "miembros menos decentes" no a causa de su naturaleza "somática" (ya que una descripción científica y fisiológica trata a todos los miembros y a los órganos del cuerpo humano de modo "neutral", con la misma objetividad), sino sola y exclusivamente porque en el hombre mismo existe esa vergüenza que hace "ver" a algunos miembros del cuerpo como "menos decentes" y lleva a considerarlos como tales. La misma vergüenza parece, a la vez, constituir la base de lo que escribe el Apóstol en la primera Carta a los Corintios: "A los que parecen más viles los rodeamos de mayor respeto, y a los que tenemos por menos decentes los tratamos con mayor decencia" (1 Cor 12, 23). Así, pues, se puede decir que de la vergüenza nace precisamente el "respeto" por el propio cuerpo: respeto, cuyo mantenimiento pide Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 4). Precisamente este mantenimiento del cuerpo "en santidad y respeto" se considera como esencial para la virtud de la pureza.

6. Volviendo todavía a la "descripción" paulina del cuerpo en la primera Carta a los Corintios 12, 18-25, queremos llamar la atención sobre el hecho de que, según el autor de la Carta, ese esfuerzo particular que tiende a respetar el cuerpo humano y especialmente a sus miembros más "débiles" o "menos decentes", corresponde al designio originario del Creador, o sea, a esa visión de la que habla el libro del Génesis: "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gén 1, 31). Pablo escribe: "Dios dispuso el cuerpo dando mayor decencia al que carecía de ella, a fin de que no hubiera escisiones en el cuerpo, antes todos los miembros se preocupen por igual unos de otros" (1 Cor 12, 24-25). La "escisión en el cuerpo", cuyo resultado es que algunos miembros son considerados "más débiles", "más viles", por lo tanto, "menos decentes", es una expresión ulterior de la visión del estado interior del hombre después del pecado original, esto es, del hombre "histórico". El hombre de la inocencia originaria, varón y mujer, de quienes leemos en el Génesis 2, 25 que "estaban desnudos... sin avergonzarse de ello", tampoco experimentaba esa" desunión en el cuerpo". A la armonía objetiva, con la que el Creador ha dotado al cuerpo y que Pablo llama cuidado recíproco de los diversos miembros (cf. 1 Cor 12, 25), correspondía una armonía análoga en el interior del hombre: la armonía del "corazón". Esta armonía, o sea, precisamente la "pureza de corazón", permitía al hombre y a la mujer, en el estado de la inocencia originaria, experimentar sencillamente (y de un modo que originariamente hacía felices a los dos) la fuerza unitiva de sus cuerpos, que era, por decirlo así, el substrato "insospechable" de su unión personal o communio personarum.

7. Como se ve, el Apóstol, en la primera Carta a los Corintios (12, 18-25), vincula su descripción del cuerpo humano al estado del hombre "histórico". En los umbrales de la historia de este hombre está la experiencia de la vergüenza ligada con la "de desunión en el cuerpo", con el sentido del pudor por ese cuerpo (y especialmente por esos miembros que somáticamente determinan la masculinidad y la feminidad). Sin embargo, en la misma "descripción" Pablo indica también el camino que (precisamente basándose en el sentido de vergüenza) lleva a la transformación de este estado hasta la victoria gradual sobre esa "de desunión en el cuerpo", victoria que puede y debe realizarse en el corazón del hombre. Este es precisamente el camino de la pureza, o sea, "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto". Al "respeto" del que trata en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 35), Pablo se remite de nuevo en la primera Carta a los Corintios (12, 18-25), al usar algunas locuciones equivalentes, cuando habla del "respeto", o sea, de la estima hacia los miembros "más viles", "más débiles" del cuerpo, y cuando recomienda mayor "decencia" con relación a lo que en el hombre es considerado "menos decente". Estas locuciones caracterizan más de cerca ese "respeto", sobre todo, en el ámbito de las relaciones y comportamientos humanos en lo que se refiere al cuerpo; lo cual es importante tanto respecto al "propio" cuerpo, como evidentemente también en las relaciones recíprocas (especialmente entre el hombre y la mujer, aunque no se limitan a ellas).

No tenemos duda alguna de que la "descripción" del cuerpo humano en la primera Carta a los Corintios tiene un significado fundamental para el conjunto de la doctrina paulina sobre la pureza.


Saludos

(A un grupo de militares estadounidenses)

Cada semana encuentro entre los grupos de habla inglesa presentes en la audiencia, uno formado por "Hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos". Sé que para fijar su presencia aquí colaboran las "United Service Organizations", que conmemoran hoy los cuarenta años de servicio. Se ha calculado que la oficina de Roma ha atendido a un cuarto de millón aproximadamente de miembros de las Fuerzas Armadas que deseaban asistir a las audiencias papales. Expreso mi aprecio de la obra realizada por dicha oficina en éste y en otros campos, para ayudar a los que están fuera de su país y de sus casas; y pido a Dios que siga bendiciendo esta labor.

(A los participantes en un congreso de hoteleros)

Quisiera saludar asimismo a los participantes en un congreso de hoteleros que se está celebrando en Roma, que han venido a esta audiencia. Os ha tocado prestar un servicio particular a los hombres y mujeres que están fuera de sus casas. Pido a Dios que bendiga vuestra labor y que también vosotros y vuestras familias disfruten de esta gracia.

(Al personal del Circo Medrano)

Hemos visto y oído todos en esta audiencia la calidad y la carga de entusiasmo de los artistas del Circo Medrano que se halla en Roma esta temporada.

Hermanos y hermanas queridísimos: A todos los que formáis una gran familia itinerante y a través de vuestro trabajo constante ofrecéis a los hombres, y especialmente a los niños, una distracción serena y sana, quiero decir mi aplauso sincero y estímulo paterno. Sé bien que la vuestra es una actividad dura, fatigosa y peligrosa: en estos días precisamente ha ocurrido un accidente a una trapecista vuestra, a la que dirijo mi saludo particularmente afectuoso. Sabed que en la obra que realizáis la Iglesia os es cercana, la Iglesia os ama, el Papa os ama.

En vuestro largo caminar por las rutas de tantas regiones y naciones, seguid llevando a pequeños y mayores vuestro típico mensaje de solidaridad, bondad. alegría y honradez, recordando a todos, según la invitación de la Sagrada Escritura, que debemos servir siempre al Señor con alegría (cf. Sal 99 [100], 2), aun a costa de sacrificios personales.

A todos vosotros mi bendición apostólica.

(A un grupo de suboficiales del hospital militar de Roma)

Están presentes también en este encuentro los suboficiales de la "Sala Convegno" del principal hospital militar de Roma.

A vosotros va mi saludo afectuoso y mi augurio sincero de que a la luz de la fe cristiana y de la obligación que entraña, seáis siempre ciudadanos ejemplares de la patria, y al mismo tiempo miembros dinámicos de la Iglesia, dispuestos en todo momento a dar testimonio concreto y generoso del mensaje evangélico.

Para vuestras personas y familias y para todos los que amáis, pido al Señor abundancia de gracias celestiales y os imparto mi cordial bendición apostólica.

(A lo jóvenes)

Y ahora, como siempre, una palabra a los jóvenes presentes en esta audiencia, entre los que se distinguen los del Movimiento GEN 2, que participan en un congreso en el Centro Mariápolis de Rocca di Papa, y a varios grupos de estudiantes de centros de distintos grados.

La presencia de grupos juveniles que vienen a la Sede de Pedro es constante y no puede menos de hacer pensar en una gran sed de religiosidad enraizada en vosotros.

Se trata de una religiosidad costosa, a veces, pero siempre religiosidad profunda que mira a lo esencial porque pone en primer lugar la conversación directa con Dios y la prontitud de acción ante las necesidades de los hermanos.

Ello levanta gran esperanza y simpatía en el corazón del Papa, que os está cercano con su oración y os augura que tal afán de búsqueda encuentre en Cristo el amigo que os sacie y dé sentido al entusiasmo de vuestra existencia. Para ello os bendigo de corazón.

(A los enfermos)

También a los queridos enfermos una palabra de saludo, consuelo y ánimo por el puesto de predilección particular que ocupan en mi corazón. Habéis venido aquí superando las dificultades del viaje y trayendo, a la vez, la riqueza de vuestra valentía en el afrontar los sinsabores de la vida diaria.

Vuestro sufrimiento puede parangonarse a la semilla que se desarrolla lentamente durante el invierno, en espera de florecer en primavera. Así es el sufrimiento de un enfermo: semilla preciosa que recibirá premios inesperados del Señor, símbolo de la cruz que ha regenerado al mundo y ha hecho florecer por todas partes retoños de comunidades cristianas.

El Papa os recuerda en la oración y de corazón os bendice.

(A los recién casados)

A los recién casados presentes en esta audiencia, mi saludo y felicitación. Sabed sacar de aquí, de la Sede de Pedro, fuerza para dar testimonio intrépido de la presencia de Cristo en vuestra familia, en la comunidad parroquial y en la sociedad civil, por medio de la vida de comunión que acabéis de emprender. Vivid en la fe el amor fecundo que os ayuda a construir cada día algo positivo y os hace instrumentos en manos de Dios en la tarea maravillosa de transmitir la vida.

Portad a vuestra casa mi recuerdo y bendición.

 



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