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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 18 de marzo de 1981

 

(La audiencia general del miércoles 18 de marzo se desarrolló en dos partes. La primera en la Basílica Vaticana estuvo dedicada a numerosos grupos de jóvenes italianos provenientes de diversas diócesis. La segunda parte de la audiencia tuvo lugar en el Aula Pablo VI.)

 

Discurso a los jóvenes en la Basílica Vaticana

 

La doctrina paulina sobre la pureza

1. En nuestro encuentro de hace algunas semanas, centramos la atención sobre el pasaje de la primera Carta a los Corintios, en el que San Pablo llama al cuerpo humano "templo del Espíritu Santo". Escribe: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados aprecio" (1 Cor 6, 19-20). "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?" (1 Cor 6, 15). El Apóstol señala el misterio de la "redención del cuerpo", realizado por Cristo, como fuente de un particular deber moral, que compromete a los cristianos a la pureza, a esa que el mismo Pablo define en otro lugar como la exigencia de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto" (1 Tes 4, 4).

2. Sin embargo, no descubriremos hasta el fondo la riqueza del pensamiento contenido en los textos paulinos, si no tenemos en cuenta que el misterio de la redención fructifica en el hombre también de modo carismático. El Espíritu Santo que, según las palabras del Apóstol, entra en el cuerpo humano como en el propio "templo", habita en él y obra con sus dones espirituales. Entre estos dones, conocidos en la historia de la espiritualidad como los siete dones del Espíritu Santo (cf. Is 11, 2, según los Setenta y la Vulgata), el más apropiado a la virtud de la pureza parece ser el don de la "piedad" (eusebeía, donum pietatis)[1]. Si la pureza dispone al hombre a "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto", como leemos en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5), la piedad, que es don del Espíritu Santo, parece servir de modo particular a la pureza, sensibilizando al sujeto humano para esa dignidad que es propia del cuerpo humano en virtud del misterio de la creación y de la redención. Gracias al don de la piedad, las palabras de Pablo: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros... y que no os pertenecéis?", adquieren la elocuencia de una experiencia y se convierten en viva y vivida verdad en las acciones. Abren también el acceso más pleno a la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo y de la libertad del don vinculada con él, en la cual se descubre el rostro profundo de la pureza y su conexión orgánica con el amor.

3. Aunque el mantenimiento del propio cuerpo "en santidad y respeto" se forme mediante la abstención de la "impureza" —y este camino es indispensable—, sin embargo, fructifica siempre en la experiencia más profunda de ese amor que ha sido grabado desde el "principio", según la imagen y semejanza de Dios mismo, en todo el ser humano y, por lo tanto, también en su cuerpo. Por esto, San Pablo termina su argumentación de la primera Carta a los Corintios en el capítulo 6 con una significativa exhortación: "Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo"(v. 20). La pureza como virtud, o sea, capacidad de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto", aliada con el don de la piedad, como fruto de la inhabitación del Espíritu Santo en el "templo" del cuerpo, realiza en él una plenitud tan grande de dignidad en las relaciones interpersonales, que Dios mismo es glorificado en él. La pureza es gloria del cuerpo humano ante Dios. Es la gloria de Dios en el cuerpo humano, a través del cual se manifiestan la masculinidad y la feminidad. De la pureza brota esa belleza singular que penetra cada una de las esferas de la convivencia recíproca de los hombres y permite expresar en ella la sencillez y la profundidad, la cordialidad y la autenticidad irrepetible de la confianza personal. (Quizá tendremos más tarde ocasión para tratar ampliamente este tema. El vínculo de la pureza con el amor y también la conexión de la misma pureza en el amor con el don del Espíritu Santo que es la piedad, constituye una trama poco conocida por la teología del cuerpo, que, sin embargo, merece una profundización particular. Esto podrá realizarse en el curso de los análisis que se refieren a la sacramentalidad del matrimonio).

4. Y ahora una breve referencia al Antiguo Testamento. La doctrina paulina acerca de la pureza, entendida como "vida según el Espíritu", parece indicar una cierta continuidad con relación a los libros "sapienciales" del Antiguo Testamento. Allí encontramos, por ejemplo, la siguiente oración para obtener la pureza en los pensamientos, palabras y obras: "Señor, Padre y Dios de mi vida... No se adueñen de mí los placeres libidinosos y de la sensualidad y no me entregues al deseo lascivo" (Sir 23, 4-6). Efectivamente, la pureza es condición para encontrar la sabiduría y para seguirla, como leemos en el mismo libro: "Hacia ella (esto es, a la sabiduría) enderecé mi alma y en la pureza la he encontrado" (Sir 51, 20). Además, se podría también, de algún modo, tener en consideración el texto del libro de la Sabiduría (8, 21) conocido por la liturgia en la versión de la Vulgata: "Scivi quoniam aliter non possum esse continens, nisi Deus det; et hoc ipsum erat sapientiae, scire, cuius esset hoc donum"[2].

Según este concepto, no es tanto la pureza condición de la sabiduría, cuanto sería la sabiduría condición de la pureza, como de un don particular de Dios. Parece que ya en los textos sapienciales, antes citados, se delinea el doble significado de la pureza: como virtud y como don. La virtud está al servicio de la sabiduría, y la sabiduría predispone a acoger el don que proviene de Dios. Este don fortalece la virtud y permite gozar, en la sabiduría, los frutos de una conducta y de una vida que sean puras.

5. Como Cristo en su bienaventuranza del sermón de la montaña, la que se refiere a los "puros de corazón", pone de relieve la "visión de Dios", fruto de la pureza y en perspectiva escatológica, así Pablo, a su vez, pone de relieve su irradiación en las dimensiones de la temporalidad, cuando escribe: "Todo es limpio para los limpios, mas para los impuros y para los infieles nada hay puro, porque su mente y su conciencia están contaminadas. Alardean de conocer a Dios, pero con las obras le niegan..." (Tit 1, 15 ss). Estas palabras pueden referirse también a la pureza, en sentido general y específico, como a la nota característica de todo bien moral. Para la concepción paulina de la pureza, en el sentido del que hablan la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5) y la primera Carta a los Corintios (6, 13-20), esto es, en el sentido de la "vida según el Espíritu", parece ser fundamental —como resulta del conjunto de nuestras consideraciones— la antropología de nacer de nuevo en el Espíritu Santo (cf. también Jn 3, 5 ss). Esta antropología crece de las raíces hundidas en la realidad de la redención del cuerpo, realizada por Cristo: redención cuya expresión última es la resurrección. Hay razones profundas para unir toda la temática de la pureza a las palabras del Evangelio, en las que Cristo se remite a la resurrección (y esto constituirá el tema de la ulterior etapa de nuestras consideraciones). Aquí la hemos colocado sobre todo en relación con el ethos de la redención del cuerpo.

6. El modo de entender y de presentar la pureza —heredado de la tradición del Antiguo Testamento y característico de los libros "sapienciales"— era ciertamente una preparación indirecta, pero también real, a la doctrina paulina acerca de la pureza entendida como "vida según el Espíritu". Sin duda, ese modo facilitaba también a muchos oyentes del sermón de la montaña la comprensión de las palabras de Cristo cuando, al explicar el mandamiento "no adulterarás", se remitía al "corazón" humano. El conjunto de nuestras reflexiones ha podido demostrar de este modo, al menos en cierta medida, con cuánta riqueza y con cuánta profundidad se distingue la doctrina sobre la pureza en sus mismas fuentes bíblicas y evangélicas.


[1] La eusebeía o pietas en el período helenístico-romano se refería generalmetne a la veneración de los dioses (como "devoción"), pero conservaba todavía el sentido primitivo más amplio del respeto a las estructuras vitales.

La eusebeía definía el comportamiento recíproco de los consanguíneos, las relaciones entre los cónyuges, y también la actitud debida por las legiones al César y por los esclavos a los amos.

En el Nuevo Testamento, solamente los escritos más tardíos, aplican la eusebeía a los cristianos; en los escritos más antiguos este término caracteriza a los "buenos paganos" (Act 10, 2. 7; 17, 23).

Y así la eusebeía helénica, como también el "donum pietatis", aun refiriéndose indudablemente a la veneración divina, cuentan con una amplia base en la connotación de las relaciones interhumanas (cf. W. Foerster, art. eusebeía en "Theological Dictionary of the New Testament", ed. G. Kilttel-G. Bromiley, vol.VII, Grand Rapids 1971, Erdminans, págs. 177-182).

[2] Esta versión de la Vulgata, conservada por la Neo-Vulgata y por la liturgia, citada bastantes veces por Agustín (De S. Virg., par. 43; Confess., VI, 11; X, 29; Serm. CLX, 7), cambia, sin embargo, el sentido del original griego, que se traduce así: "Sabiendo que no la habría obtenido de otro modo (= la Sabiduría), si Dios no me la hubiese concedido...".

 


 

Discurso a los jóvenes en la Basílica Vaticana

Queridísimos jóvenes:

1. Me da gran alegría encontrarme con vosotros esta mañana, en la Basílica Vaticana, en esta audiencia reservada sólo a vosotros, que con vuestra vivacidad y alegría traéis el don de la esperanza y la confianza.

Por ello saludo con gran afecto a todos: a los chicos y chicas de las escuelas elementales y medias; a los jóvenes y a las jóvenes de los cursos superiores. Dedico también un saludo a los decanos y directores, a los profesores, a los maestros, a los padres y a cuantos os acompañan.

Os expreso mi cordial agradecimiento por esta visita vuestra movida por sentimientos de fe, y deseo aseguraros mi afecto y mi recuerdo en la oración.

Habéis venido a Roma de muchas partes de Italia, y yo quisiera que esta peregrinación se os grabara en la memoria para que os sirva de ayuda e inspiración toda la vida, especialmente en los momentos difíciles.

2. El tiempo de Cuaresma que estamos viviendo para prepararnos dignamente a la conmemoración de la Pascua, me sugiere dos pensamientos que os dejo de recuerdo y programa.

Ya sabéis que antes de dar comienzo a la vida pública, Jesús se retiró a orar cuarenta días en el desierto. Pues bien, queridísimos jóvenes, procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor fervor y hacer propósitos con más decisión. Hoy resulta difícil crearse "zonas de desierto y silencio" porque estamos continuamente envueltos en el engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos y en el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz interior corre peligro y encuentran obstáculos los pensamientos elevados que deben cualificar la existencia del hombre. Es difícil pero es importante saberlo hacer.

Santa Teresa del Niño Jesús cuenta en su autobiografía que siendo niña desaparecía de vez en cuando y se escondía para orar. "¿Qué piensas?", le preguntaban sus familiares, y ella respondía con sencillez inocente: "Pienso en Dios, en la vida, en la eternidad" (cf. cap. IV). Reservaros también vosotros un poco de tiempo sobre todo por la noche para orar, para meditar, para leer una página del Evangelio o un episodio de la vida de un santo; crearos una zona de desierto y de ese silencio tan necesario para la vida espiritual. Y si os es posible, tomad parte en retiros y ejercicios espirituales organizados por vuestras diócesis y parroquias.

3. Junto al valor del recogimiento, también inculca Jesús la necesidad de voluntad de vencer el mal. Por la narración de los Evangelistas sabemos que el mismo Jesús quiso someterse a la tentación. Lo hizo para poner de relieve la realidad de la misma y enseñar la estrategia del combate y de la victoria. También vosotros tenéis vuestras tentaciones en la niñez y la juventud; ser cristianos significa aceptar la realidad de la vida y entablar la lucha necesaria contra el mal siguiendo el método enseñado por el Divino Maestro. Os exhorto a ser valientes ahora y siempre, sin extrañaros de las dificultades, confiando siempre en Quien es vuestro amigo y vuestro redentor, y velando y orando para mantener firme la fe, viva vuestra "gracia".

Os proteja la Virgen María y os acompañe mi bendición.


Saludos a los peregrinos en la Sala Pablo VI

Con satisfacción particular recibo y saludo a los treinta diáconos del seminario de Venegono, presididos por su arzobispo, mons. Carlo Maria Martini, y doy una bienvenida afectuosa a los dieciséis sacerdotes de la diócesis de Piacenza y a los ocho religiosos de la congregación de Clérigos Regulares de San Pablo, que celebran respectivamente los 40 y los 25 años de sacerdocio. A vosotros, queridos jóvenes que esperáis el mes de junio fijado para vuestra ordenación, dirijo mi exhortación paterna; gustad ya desde ahora el gozo inefable de vuestra vocación de ser luz del mundo, fermento de vida, anunciadores de la Palabra de Dios, administradores de gracia y perdón.

Y a vosotros, queridísimos hermanos sacerdotes, que habéis venido a Roma para una pausa saludable de oración y comunión, os dirijo mi invitación a perseverar con confianza en vuestro testimonio fervoroso. Habéis llegado a ser partícipes de Cristo y de su ministerio de salvación "en el supuesto de que conservemos hasta el fin la firme confianza del principio" (Heb 3, 14). Pido para vuestros tres grupos nueva efusión de dones celestes y os bendigo de corazón.

(A varios grupos italianos)

También están presentes en esta sala las participantes en el Congreso nacional del Patronato para la asistencia espiritual a las Fuerzas Armadas, presididas por la presidenta doña Livia Andreotti. Queridísimas hermanas: Me complazco con vosotras por la importante actividad que desplegáis en un sector tan delicado como es el de la asistencia y acogida a los soldados en las comunidades eclesiales locales. Sabed sacar estímulo de vuestra reunión aquí en Roma, centro de la cristiandad, para reafirmar vuestra fe y hacer más activa vuestra caridad. De este modo daréis testimonio verdaderamente evangélico a las personas entre las que ejercéis vuestra meritoria labor. Con mi bendición apostólica.

Todavía hay otros dos grupos que destacan ante mi mirada. Están formados por los fieles de la parroquia de Santa María de la Piedad de Prato y de las parroquias de Ronciglione, diócesis de Sutri.

Os diré sólo una palabra y es ésta: ¡Amad a vuestras parroquias! En ellas encontraréis solidaridad, simpatía y unidad en la misma oración; en ellas os sentiréis más hermanos y encontraréis fuerza para hacer de la familia un nido de amor, de fidelidad y de piedad; y también para transformar vuestra comunidad en verdadero Pueblo de Dios. Vivid así vuestra vida parroquial y no dejará el Señor de bendeciros a vosotros y todos vuestros esfuerzos.

(En alemán)

Dirijo un saludo muy cordial de bienvenida al señor Regens y a los diáconos aquí presentes del seminario diocesano de Paderborn. Desearía, queridos jóvenes amigos, que el diaconado que habéis aceptado solemnemente en la Iglesia no fuera para vosotros sólo un mero peldaño externo en vuestra escalada hacia el presbiterado, sino un entrenamiento en el ministerio sacerdotal mediante una constante actitud de disponibilidad y servicio desinteresados. Ser sacerdote significa ser servidor: servidor de Jesucristo, servidor del Pueblo de Dios y de todos los hombres para honra y gloria de Dios. En este sentido os deseo un período de diaconado espiritualmente fructuoso, y en vuestro caminar hacia el sacerdocio os acompaño con mi especial bendición apostólica.

(A un grupo de Bolonia)

Un saludo particular va ahora al numeroso grupo del Gremio de carniceros de Bolonia que han querido tomar parte en esta audiencia para expresar su fe cristiana y su adhesión al Papa.

Sé que tenéis por Patrona de vuestra floreciente Asociación a la Virgen del Burgo de San Pedro y os reunís en este santuario no sólo para celebrar actos litúrgicos, sino también para organizar vuestras obras de caridad. Os expreso mi viva complacencia por todo ello y pido al Señor por intercesión de la Virgen del Burgo, que os ayude siempre en vuestra actividad y os conceda abundantes recompensas celestes por cuanto hacéis en favor de los hermanos más necesitados.

(A los enfermos y a los recién casados)

¿Qué palabras diré ahora a vosotros, queridos enfermos? Ante todo recibid mi saludo cordialísimo: Bienvenidos seáis; si Jesús estaba lleno de tanta sensibilidad hacia cuantos sufrían según nos hace saber el Evangelio, su Vicario el Papa no puede dejar de estar muy cerca de vosotros y de vuestras tribulaciones.

Quisiera añadir después lo siguiente. Estamos en el tiempo santo de Cuaresma que se desarrolla toda ella y para todos bajo el signo dominante de la cruz del Señor. El Señor quiso su cruz; podía haberla alejado de sí, pero la quiso y la quiso por amor, por amor nuestro, para otorgarnos los dones de la gracia y de la salvación, del valor y de la serenidad. Queridísimos: Mirando a Jesús en vuestras horas tristes, unid con amor vuestra cruz a la suya. Vuestra alma recibirá gran consuelo de ello y vuestra vida acumulará méritos incalculables; y por vuestra fe y amor también vosotros, aun en lo escondido, podréis ser misioneros, apóstoles, sacerdotes. Tened, pues, estas intenciones generosas que agradan a nuestro divino Redentor. Con mi afecto paterno llegue a vosotros mi bendición.

Y ahora una palabra afectuosa a los recién casados que veo rebosantes de alegría en esta sala. A vosotros no sólo un saludo cordial sino también el deseo de una vida serena, llena de comprensión mutua y generosa, fortalecida por un amor inmutable, alegrada por el don de los hijos. Para vosotros y vuestra nueva familia el Papa pide gracia abundante del Señor e implora de modo especial la ayuda de la Sagrada Familia, a cuyo responsable principal, San José, recordamos mañana y del que celebramos la fiesta. ¡Qué familia ejemplar aquélla en sus virtudes! y ¡qué unida al Señor y en el Señor! Todos debemos contemplar, aprender, imitar y suplicar a José, María y Jesús; pero particularmente sobre vosotros descienda, queridísimos esposos, la luz y el favor de la Sagrada Familia. A todos imparto mi bendición especial y prometo mis oraciones.

 



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