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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 16 de julio de 1986

 

1. "Con la paz de Cristo por los caminos de Colombia": Estas palabras expresan el motivo principal sobre el cual los obispos colombianos han centrado la peregrinación del Papa a su patria.

Deseo agradecer cordialmente a ese Episcopado la invitación a realizar esta visita, que he podido llevar a cabo en los primeros días de julio.

Agradezco al propio tiempo a las autoridades estatales y, en particular, al Presidente Betancur, tanto su invitación como las diversas facilidades que he tenido en el desarrollo de este ministerio pastoral "por los caminos de Colombia".

2. Estos "caminos" ponen de relieve ante todo la "geografía" de la visita.

Colombia es un gran país (más de un millón de kilómetros cuadrados). Su mayor parte, hacia el sudeste, está cubierta por la selva ecuatorial y está poco habitada. Más densa de población es, en cambio, la costa del Pacífico, donde los habitantes son en su mayoría afroamericanos. Sin embargo, la mayoría de los colombianos se concentra en la región central, entre las grandes cadenas de los Andes, y en la costa Atlántica, la zona del Caribe.

De este modo se explica bien el itinerario de la visita. Iniciado en la capital, Bogotá, el camino se ha dirigido primero al sur: Cali-Tumaco (costa del Pacífico)-Popayán, para orientarse después hacia el norte: Pereira-Medellín-Bucaramanga, hasta la costa del Atlántico: Cartagena-Barranquilla.

3. En la geografía de la peregrinación, así delineada, se inscribe también su dimensión histórica: la historia del país va al mismo ritmo que la historia de la evangelización.

Nos acercamos al quinientos aniversario del descubrimiento de América y al mismo tiempo del comienzo de la evangelización en dicho continente. Para Colombia este comienzo se vincula con el 450 aniversario de la milagrosa renovación de la imagen de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá. Por ese motivo se ha querido celebrar en Colombia también un Año Mariano nacional.

A este santuario se orientó también la peregrinación del Papa el 3 de julio para dar gracias al Señor y a la Virgen Santísima por el gran don de la fe y para rogar a fin de que ella produzca siempre abundantes frutos.

Los comienzos de la evangelización traen a la memoria a aquellos a los que esta obra tanto debe en el curso de las generaciones: los sacerdotes, las familias religiosas, los laicos, recordando especialmente las figuras célebres de San Luis Beltrán y de San Pedro Claver.

4. Desgraciadamente, Colombia —país rico y bello— es con frecuencia víctima de calamidades naturales. En 1983 un terrible terremoto devastó la ciudad de Popayán; y en noviembre de 1985, la explosión del volcán Nevado del Ruiz causó daños ingentes y numerosas víctimas humanas.

La peregrinación a lo largo de "los caminos de Colombia" me ha conducido por ello también a estos lugares de destrucción y de sufrimiento: Popayán, Chinchiná, Armero, Lérida, donde me he detenido en oración y donde he exhortado a todos a la confianza en Dios y al compromiso fraterno.

5. Invitando al Papa a recorrer estos caminos de Colombia, con el espíritu de la paz de Cristo, los Pastores de la Iglesia han tenido ante sus ojos sobre todo la obra universal de la evangelización. Ciertamente la evangelización quiere lograr que Cristo se convierta en nuestra paz y nuestra reconciliación con Dios y con los hombres.

Tanto el Episcopado de Colombia como los obispos de toda América Latina tienen esta convicción y nutren esta esperanza. El encuentro del 2 de julio con la Conferencia Episcopal Colombiana y con el Consejo Episcopal Latino Americano ofreció la ocasión propicia para lanzar a toda América Latina la llamada a la paz en Cristo, a la reconciliación, a la justicia social, a la solidaridad.

De aquí proviene la especial solicitud por las vocaciones sacerdotales y religiosas, que quedó solemnemente destacada con la ceremonia de las ordenaciones sacerdotales en Medellín (5 de julio) y en el encuentro con las religiosas (5 de julio), y con los dirigentes de la Confederación Latino Americana de Religiosos (2 de julio).

6. Unido a la solicitud por los sacerdotes y por las personas consagradas va el despertar de la conciencia del apostolado de los laicos. Este punto tan importante en la Iglesia y en la sociedad actual fue especialmente desarrollado durante la Santa Misa en Bucaramanga (6 de julio) con la participación de representantes de las organizaciones y de los movimientos del laicado.

Se ha hablado especialmente acerca de la familia en la celebración eucarística de Cali (4 de julio), acerca de los jóvenes en el grandioso encuentro de Bogotá (2 de julio), acerca de los niños y sus movimientos misioneros también en Cali (4 de julio), a los hombres de cultura en Medellín (5 de julio) y finalmente, al mundo del trabajo en la industria y sobre todo en la agricultura.

7. La Iglesia en Colombia es consciente de que siempre es misionera; pero no sólo en Colombia, ya que en toda América Latina hay territorios que exigen una pastoral misionera (cf. Discurso en Tumaco, 4 de julio).

Esta conciencia se vincula con la necesidad de asumir también tareas de carácter social en las relaciones con los grupos indígenas (indios, Popayán, 4 de julio), así como con los afroamericanos, descendientes de aquellos que los colonizadores, en otros tiempos, transportaron allá como esclavos (Discurso en Tumaco, 4 de julio, y luego en Cartagena, 6 de julio), y con los grupos socialmente deprimidos, como testimonia el encuentro con los habitantes de los "barrios" en Bogotá (3 de julio) y en Medellín (5 de julio).

8. A fin de que la paz, que Cristo trae, pueda dominar por los caminos de Colombia, es necesaria una evangelización completa y coordinada con el espíritu de la doctrina social de la Iglesia, comprometida en múltiples actividades en favor de la justicia social, de la salvaguardia y promoción de los derechos de la persona, de la familia y de las comunidades humanas, de forma que se cree una más equilibrada igualdad en medio de los evidentes contrastes de un mundo muy rico y otro demasiado pobre.

Todo esto se ha hecho oír en diversas ocasiones durante la peregrinación por los caminos de Colombia (cf. por ejemplo, los discursos a los grupos dirigentes, 1 de julio, o el de despedida en Barranquilla, 7 de julio). Reflexionando sobre la vida y la obra de San Pedro Claver, podemos decir que esta heroica figura de misionero es un signo de la auténtica "teología de la liberación".

9. En el curso de esta peregrinación —de la cual conservo en el corazón un profundo recuerdo— he encontrado una nación profundamente cristiana, llena de esperanza amante de la paz. Por desgracia esta nación está perturbada por el fenómeno doloroso de la guerrilla, que origina tantos sufrimientos y tanto derramamiento de sangre. Desde la ciudad de Bogotá he hecho una llamada para que quienes se han lanzado por este camino "orienten sus energías —inspiradas acaso por ideales de justicia— hacia acciones constructivas y reconciliadoras que contribuyan verdaderamente al progreso del país". Las graves desigualdades sociales se deben superar mediante el diálogo entre las partes: éste es el camino que la Iglesia invita a recorrer desde hace tiempo.

En Colombia he encontrado un pueblo bueno, que quiere luchar contra la esclavitud de la droga, comercio de muerte practicado por un grupo de personas que no refleja el alma y el rostro auténtico de la nación.

Gran esperanza para el futuro de aquella amada nación ofrece la vitalidad del laicado católico, el cual va tomando progresivamente conciencia del propio papel en la Iglesia y de las propias responsabilidades en el compromiso social iluminado por el Evangelio. Se están recogiendo también frutos consoladores en el campo de la pastoral familiar y en el otro, estrechamente vinculado con él, de la pastoral de las vocaciones: jóvenes y chicas en un número cada día más consistente responden con el don total de sí a la invitación de Cristo y aceptan seguirlo sin reservas, poniendo sus propias energías al servicio del reino. Esto permite a la Iglesia que está en Colombia ayudar con sus propios sacerdotes, religiosos y religiosas a otras Iglesias.

10. El viaje apostólico a Colombia se ha concluido con la visita pastoral posterior a la Isla de Santa Lucía: una visita breve, de pocas horas, pero bastante intensa y calurosa. Recuerdo con viva emoción la celebración eucarística en "Reduit Park" de Castries, donde he evocado que la fe es un don precioso, que ha configurado la cultura y la historia de aquella isla. Me he encontrado después con los enfermos, minusválidos y ancianos en la catedral, llevándoles una palabra de aliento.

A todos renuevo la exhortación a la fervorosa perseverancia en la fe cristiana con la coherencia de su vida y el compromiso de la caridad.

Deseo dar las gracias al Gobernador General, Sir Allen Montgomery Lewis, al obispo de Castries, monseñor Kelvin Edward Felix, a todas las autoridades civiles y religiosas, y a la querida población, tan profundamente cristiana.

11. Al terminar este intenso viaje apostólico deseo mostrar mi gratitud de corazón a todos aquellos que con fe viva han rezado y me han acompañado con su afecto. He llevado a cabo, en nombre de Dios, un servicio eclesial. A todas las clases de personas he explicado la Palabra de Cristo que ilumina y salva; a todos, humildes y grandes, pobres, ricos, sanos y enfermos, pequeños y adultos, he dejado un mensaje de amor y de ánimo. Para todos he invocado justicia, concordia y ordenado progreso.

¡Deseo de corazón a las multitudes de Colombia y también a los queridos fieles de Santa Lucía la paz de Cristo, con una fe cada vez más ardiente y fervorosa, con una caridad cada vez más dinámica y comprometida, con una fraternidad siempre más sensible y cordial!


Saludos

Dirijo ahora mi afectuoso saludo a los peregrinos llegados de España y de América Latina, en especial a las peregrinaciones de las parroquias de Finestrat (Alicante), «Regina Mundi» de Granada, «Cristo Rey» de Tristán Suárez (Argentina), así como a las jóvenes «quinceañeras» de México y al grupo «Educamos Viajando» de Colombia.

No podía faltar mi más cordial saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas presentes en este Encuentro. Saludo de modo particular a las «Siervas del Sagrado Corazón de Jesús», de Vich. Que vuestras vidas estén en perfecta sintonía con als enseñanzas de Cristo. Sólo así seréis sus fieles testigos en la Iglesia y en el mundo.

Me es sumamente grato saludar a la peregrinación venida de Puerto rico que, acompañada por el señor cardenal Luis Aponte Martínez, arzobispo de San Juan, está presente entre nosotros. Al regresar a vuestros hogares, decid a vuestros seres queridos que el Papa os recuerda con tanto cariño y que todos los días eleva su plegaria al Señor por los amadísimos hijos portorriqueños.

¡Gracias por vuestra presencia!



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