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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 27 de agosto de 1986

 

El mal en el hombre y en el mundo y el plan divino de salvación

1. Después de la catequesis sobre Dios Uno y Trino, Creador y Providente, Padre y Señor del universo, comenzamos otra serie de catequesis sobre Dios Salvador.

El punto fundamental de referencia de estas catequesis está constituido por los Símbolos de la fe, sobre todo por el más antiguo, que es llamado el Símbolo Apostólico, y por el llamado Niceno-Constantinopolitano. Son los Símbolos más conocidos y más usados en la Iglesia, especialmente en las "oraciones del cristiano" el primero, y en la liturgia el segundo. Los dos textos tienen una disposición análoga en el contenido, en el cual es característico el pasaje de los artículos que hablan de Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles, y de los que hablan de Jesucristo.

El Símbolo Apostólico es conciso: (yo creo) "en Jesucristo, su único Hijo, (de Dios), nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen...", etc.

El Símbolo Niceno-Constantinopolitano amplía, en cambio, notablemente la profesión de fe en la divinidad de Cristo, Hijo de Dios, "nacido del Padre antes de todos los siglos... engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre", el cual -y he aquí el paso al misterio de la encarnación del Verbo- "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre". Y a este punto entre ambos Símbolos presentan los elementos del misterio pascual de Jesucristo y anuncian su nueva venida para el juicio.

Sucesivamente los dos Símbolos profesan la fe en el Espíritu Santo. Es necesario, por tanto, subrayar que su estructura esencial es trinitaria: Padre-Hijo-Espíritu Santo. Al mismo tiempo en ellos están inscritos los elementos más salientes de lo que constituye la acción "hacia fuera" (ad extra) de la Santísima Trinidad: por eso hablan primero del misterio de la creación (del Padre Creador), y seguidamente de los misterios de la redención (del Hijo Redentor), y de la santificación (del Espíritu Santo Santificador).

2. He aquí por qué siguiendo los Símbolos, después del ciclo de las catequesis referentes al misterio de la creación, o mejor, referentes a Dios como creador de todas las cosas, pasamos ahora a un ciclo de catequesis que se refieren al misterio de la redención, o mejor, a Dios como Redentor del hombre y del mundo. Y serán catequesis sobre Jesucristo (cristología), porque la obra de la redención, aunque pertenece (como también la obra de la creación) a Dios Uno y Trino, ha sido realizada en el tiempo por Jesucristo, Hijo de Dios que se ha hecho hombre para salvarnos.

Observamos enseguida que en este ámbito del misterio de la redención, la cristología se sitúa en el terreno de la "antropología" y de la historia. Efectivamente, el Hijo consubstancial al Padre, que por obra del Espíritu Santo se hace hombre naciendo de la Virgen María, entra en la historia de la humanidad en el contexto de todo el cosmos creado. Se hace hombre "por nosotros los hombres (propter nos homines) y por nuestra salvación" (et propter nostram salutem). El misterio de la Encarnación (et incarnatus est) es visto por los Símbolos en función de la redención. Según la revelación y la fe de la Iglesia, ello tiene por tanto un sentido salvífico (sotereología).

3. Por esta razón los Símbolos, al colocar el misterio de la Encarnación salvífica en el escenario de la historia, tocan a la realidad del mal, y en primer lugar la del pecado. Efectivamente, salvación significa sobre todo liberación del mal, y, en particular, liberación del pecado, aunque si obviamente el alcance del termino no se reduce a eso, sino que abraza la riqueza de la vida divina que Cristo ha traído al hombre. Según la Revelación, el pecado es el mal principal y fundamental porque en él está contenido el rechazo de la voluntad de Dios, de la verdad y de la Santidad de Dios, de su paterna bondad, como se ha revelado ya en la obra de la creación y sobre todo en la creación de los seres racionales y libres, hechos "a imagen y semejanza" del Creador. Precisamente esta "imagen y semejanza" es usada contra Dios, cuando el ser racional con la propia libre voluntad rechaza la finalidad del ser y del vivir que Dios ha establecido para la criatura. En el pecado está, por tanto, contenida una deformación particularmente profunda del bien creado, especialmente en un ser, que, como el hombre, es imagen y semejanza de Dios.

4. El misterio de la redención está, en su misma raíz, unido de hecho con la realidad del pecado del hombre. Por eso, al explicar con una catequesis sistemática los artículos de los Símbolos que hablan de Jesucristo, en el cual y por el cual Dios ha obrado la salvación, debemos afrontar, ante todo, el tema del pecado, esa realidad oscura difundida en el mundo creado por Dios, la cual constituye la raíz de todo el mal que hay en el hombre y, se puede decir, en la creación. Sólo por este camino es posible comprender plenamente el significado del hecho de que, según la Revelación, el Hijo de Dios se ha hecho hombre "por nosotros los hombres" y "por nuestra salvación". La historia de la salvación presupone "de facto" la existencia del pecado en la historia de la humanidad, creada por Dios. La salvación, de la que habla la divina Revelación, es ante todo la liberación de ese mal que es el pecado. Es esta una verdad central en la soteriología cristiana: "propter nos homines et propter nostram salutem descendit de coelis".

Y aquí debemos observar que, en consideración de la centralidad de la verdad sobre la salvación en toda la Revelación divina y, con otras palabras, en consideración de la centralidad del misterio de la redención, también la verdad sobre el pecado forma parte del núcleo central de la fe cristiana. Sí, pecado y redención son términos correlativos en la historia de la salvación. Es necesario, por tanto, reflexionar ante todo sobre la verdad del pecado para poder dar un sentido justo a la verdad de la redención operada por Jesucristo, que profesamos en el Credo. Se puede decir que es la lógica interior de la Revelación y de la fe, expresada en los Símbolos, la que se nos impone al ocuparnos en estas catequesis ante todo del pecado.

5. A este tema nos hemos preparado, en cierto sentido, por el ciclo de catequesis sobre la Divina Providencia. "Todo lo que ha creado, Dios lo conserva y lo dirige con su Providencia", como enseña el Concilio Vaticano I, que cita el libro de la Sabiduría: "Se extiende poderosa del uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad" (cf. Sab 8, 1; DS 3003).

Al afirmar este cuidado universal de las cosas, que Dios conserva y conduce con mano potente y con ternura de Padre, dicho Concilio precisa que la Providencia Divina abraza de modo particular todo lo que los seres racionales libres introducen en la obra de la creación. Así se sabe que ello consiste en actos de sus facultades, que pueden ser conformes o contrarios a la voluntad divina; por tanto también el pecado.

Como se ve, la verdad sobre la Divina Providencia nos permite ver también el pecado en una justa perspectiva. Y bajo esta luz los Símbolos nos ayudan a considerarlo. En realidad, digámoslo desde la primera catequesis sobre el pecado, los Símbolos de la Fe apenas si tocan este tema. Pero precisamente por esto nos sugieren examinar el pecado desde el punto de vista del misterio de la redención, en la soteriología. Y entonces podemos enseguida añadir que si la verdad sobre la creación, y todavía más su Divina Providencia, nos permiten acercarnos al problema del mal y, especialmente, del pecado con claridad de visión y de precisión de términos en base a la revelación de la infinita bondad de Dios, la verdad sobre la redención nos hará confesar con el Apóstol: "Ubi abundavit delictum, superabundavit gratia": "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20), porque nos hará descubrir mejor la misteriosa conciliación, en Dios, de la justicia y de la misericordia, que son las dos dimensiones de esa su bondad. Podemos, por tanto, decir desde ahora que la realidad del pecado se convierte, a la luz de la redención, en ocasión para un conocimiento más profundo del misterio de Dios: de Dios que es amor (1 Jn 4, 16 ).

La fe nos pone así en atento diálogo con tantas voces de la filosofía, de la literatura, de las grandes religiones, que tratan no poco de las raíces del mal y del pecado, y con frecuencia ansían una luz de redención. Y precisamente a este terreno común la fe cristiana trata de llevar a todos la verdad y la gracia de la divina Revelación.


Saludos

Dirijo ahora mi más cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos de lengua española.

En particular, saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas aquí presentes y les aliento a una ilusionada entrega a la sublime vocación de servicio y alabanza a que han sido llamados.

A cuantos han venido a Roma, sede del Apóstol Pedro y centro de la catolicidad, les deseo que esta visita a la Ciudad Eterna les confirme en la fe y les anime a un decidido compromiso de testimonio cristiano en sus familias, en los lugares de trabajo, en la sociedad.

Junto con mi afecto, imparto a todas las personas y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España mi bendición apostólica.



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