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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 30 de diciembre de 1987

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Cuando todavía estamos inundados por la luz del misterio navideño y cuando aún oímos el mensaje de Belén —mensaje de salvación, de paz y de fraternidad entre todos los hombres de buena voluntad— un motivo particular nos acompaña en esta audiencia y nos sugiere algunas reflexiones, inspiradas siempre en el clima espiritual de la Navidad. El motivo es la terminación del año civil. Estamos, efectivamente, en las vísperas del último día del año 1987. La meditación sobre el final de estos doce meses, que mañana concluirán, nos lleva, en primer lugar, a dar gracias al Señor por los innumerables beneficios recibidos; pero nos invita también a revisar nuestra vida para verificar si ésta se ha anclado verdaderamente en los valores esenciales, por lo que vale la pena gastar la existencia, y a hacer un balance final y preventivo para el Año Nuevo. Nos lleva, en una palabra, a mirar nuestra vida no como entidad autónoma y autosuficiente, sino puesta bajo el influjo misterioso y benéfico de la Providencia divina, que lo dirige todo para el bien de sus criaturas. De hecho, el tiempo en que ahora estamos y actuamos es de un valor incalculable: en él se edifica la ciudad eterna y en él se anuncia y se inicia el reino de Dios que alcanzará su plenitud más allá del tiempo.

2. Esta consideración nos lleva a ver a la Iglesia como peregrina en la tierra, y a los cristianos como caminantes hacia la patria celeste. En esta realidad eclesial resplandece con luz clarísima la Virgen Santa. Ella, que "avanzó... en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo" (Lumen gentium, 58), nos enseña a caminar en esta tierra mirando a Jesús, fruto de su vientre, como punto de referencia. Este es precisamente el significado de la Navidad, de la fiesta de la Madre y del Hijo. Pero es también éste el significado del Año Mariano, que seguirá, también con el Año Nuevo, inspirando la devoción de los fieles durante gran parte de 1988.

A este propósito, deseo de corazón que la continuación de este Año Mariano ofrezca aún más la oportunidad de conocer mejor a la Virgen Santísima en el plan providencial de la Encarnación y de la Redención. En su belleza humana y espiritual deben reflejarse nuestros ojos, a menudo ofendidos y cegados por las imágenes profanas del ambiente que nos rodea y que casi nos agrede. Si ponemos nuestra mirada fija en María, bendita entre las mujeres, podremos recomponer en nosotros la línea y la estructura de la creatura nueva redimida por el Hijo.

En medio de este mundo marcado por episodios de guerras, de odios y conflictos del más variado género, la Virgen Santísima, si sabemos invocarla, no dejará de socorrernos y de interceder por nosotros para que podamos hacer frente a tantas situaciones dolorosas. Ella nos enseñará a amar y a usar misericordia en las relaciones recíprocas. Nos revelará la bondad y la misericordia que Dios tiene para con todas sus criaturas. "Tal revelación —como escribía en la Encíclica Dives in misericordia— es especialmente fructuosa porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre. Es éste uno de los misterios más grandes y vivificantes del cristianismo, tan íntimamente vinculado con el misterio de la Encarnación" (n. 9).

3. Vivido así, el Año Mariano seguirá siendo un tiempo muy importante y decidirá nuestra suerte personal y eterna, en cuanto que nos ayudará a encontrar la orientación en la dispersión del mundo moderno; a promover una armonía grande a nuestro alrededor; a regenerar nuestra manera de pensar y de vivir, y a reconstruir en nosotros una verdadera conciencia cristiana.

Me dirijo sobre todo a los jóvenes, exhortándoles a saber interiorizar el mensaje de este Año Mariano, destinado a preparar los espíritus para el gran jubileo de la Redención, al cumplirse los dos mil años del nacimiento de Jesús. Que ellos, los protagonistas del tercer milenio, sepan escuchar el cántico del Magníficat y hacerlo resonar en todos los ambientes, pero sobre todo entre los marginados, los oprimidos y los despreciados, para que todos conozcan que Dios, como la Virgen proclamó, "enaltece a los humildes / a los hambrientos los colma de bienes" (Lc 1, 52-53). Me dirijo también a todos los enfermos —y hoy, particularmente, al grupo de ciegos-sordomudos del Voluntariado Caritas de Avezzano— para invitarlos a que ofrezcan la aportación sobremanera preciosa, de su sufrimiento a este plan de salvación y consolación. Que, del mismo modo, las familias recientemente formadas, los nuevos esposos, llamados a edificar la Iglesia con imitación de la familia de Nazaret, conducta sinceramente cristiana, se sientan comprometidos en este cuadro general de renovación de la sociedad y de la vida de la Iglesia: tanto mayor será su aportación específica, cuanto mayor sea su imitación de la familia de Nazaret, que en estos días está representada en el portal de Belén.

A todos os deseo un santo y feliz Año Nuevo y os bendigo de corazón.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me complace saludar cordialmente a todos los peregrinos de lengua española, procedentes de España y de América Latina. En particular al numeroso grupo de Legionarios de Cristo, que estudian en Roma, junto con sus familiares y amigos; saludo igualmente al grupo de alumnos del “ Saint John’s College ” de la Ciudad de Concepción (Chile).

Os invito a todos a dar gracias al Señor por los dones recibidos a lo largo de este año que finaliza y a pedirle que nuestra vida, siendo fieles a la propia vocación cristiana, sea cada vez más conforme a su voluntad. Para ello acudimos a la intercesión de la Virgen María, especialmente en este Año Mariano que continuará celebrándose aún en toda la Iglesia. Con la ayuda de nuestra Madre podremos llegar a ser la “ nueva criatura ” redimida por su hijo Jesús.

Al desearos a todos un feliz Año Nuevo, os imparto con afecto mi bendición apostólica.



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