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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 25 de mayo de 1988

 

1. En 1992 se celebrará el gran jubileo histórico del descubrimiento de América y, al mismo tiempo, del comienzo de la evangelización en todo el continente. La Iglesia en América Latina se está preparando para este acontecimiento con una novena de años, comenzada en Santo Domingo el otoño de 1984. La visita pastoral, que he realizado los días del 7 al 18 del presente mes de mayo, se inserta en este importante contexto. Esta vez en el recorrido de la peregrinación papal ha habido tres naciones: Uruguay, Bolivia, Paraguay, y la capital de Perú, Lima, que visité el domingo 15 de mayo, para la clausura del Congreso Eucarístico Mariano de los países bolivarianos.

Deseo, ante todo, dar gracias a la Providencia divina por este ministerio que he tenido la alegría de realizar en el Año Mariano. Deseo, al mismo tiempo, dar las gracias a todos: a quienes me han invitado, a cuantos han colaborado en los preparativos de la visita, a todos aquellos con los que he tenido ocasión de encontrarme durante el viaje. Hago extensivo, igualmente, mi agradecimiento a los representantes de las autoridades civiles de cada uno de los países visitados y a todas las instituciones administrativas, civiles y militares, especialmente a los responsables de los numerosos servicios de orden público y de comunicación social.

Naturalmente, mi agradecimiento va también, de manera especial, a los obispos, es decir, a mis hermanos en el ministerio episcopal, y a sus sacerdotes, así como a todos los religiosos y religiosas. Mi agradecimiento, finalmente, a los distintos sectores de la sociedad y del Pueblo de Dios. En cada etapa del viaje me he sentido invitado y mi presencia ha sido deseada por todas aquellas poblaciones: me he encontrado en medio de ellos no sólo como huésped, sino como uno que va a casa de los suyos. En todas partes he podido sentirme realmente "en mi casa".

2. En esta narración deseo delinear antes que nada la geografía de esta peregrinación apostólica, comenzando por Uruguay. La visita a este país ha sido, en cierto sentido, el complemento del encuentro que tuvo lugar el año pasado en Montevideo, su capital, la cual, como es sabido, desempeñó un importante papel en la resolución de la tensión que se había creado entre Argentina y Chile al final de 1978. El año pasado, visitando estos dos países, para dar gracias a Dios por la feliz solución del problema con la mediación de la Sede Apostólica, fue oportuno hacer etapa en Montevideo, ciudad en la que había comenzado la reconciliación entre Chile y Argentina, gracias a los esfuerzos del llorado cardenal Antonio Samore.

La visita de este año tenía que completar, en el sentido pastoral, el encuentro del año pasado. Por eso, mi estancia en Montevideo se ha extendido a otros tres lugares importantes para la historia de la evangelización y de la organización eclesiástica en Uruguay. En primer lugar, a las dos sedes episcopales más antiguas, Melo y Salto, y, después, a la ciudad de Florida, con el santuario nacional mariano "Virgen de los Treinta y Tres", donde han tenido lugar las ordenaciones sacerdotales. El nombre del santuario recuerda a aquellos treinta y tres héroes nacionales que, precisamente allí, el 25 de agosto de 1825, juraron la primera Constitución de Uruguay y decidieron la independencia de la nación.

3. He visitado después, por vez primera, Bolivia. He podido familiarizarme con la rica y diferenciada "geografía" de este extenso país (más de un millón de kilómetros cuadrados), donde la altiplanicie central, con cerca de 4.000 metros de altura, a los pies de las cadenas montañosas de los Andes bolivianos, se transforma gradualmente en vastas llanuras que abarcan la mayor parte del territorio de Bolivia.

El programa de la visita, de cinco días de duración, se ha adaptado a las características geográficas del país. Comenzando por La Paz, actual capital de la nación, en dirección a Cochabamba y, después, nuevamente hacia la altiplanicie, para ir a visitar a los mineros y agricultores de Oruro. De Cochabamba, a la primera capital, Sucre, la sede episcopal más antigua del extensísimo territorio del Sur americano, más extenso entonces que la actual Bolivia. De Sucre, donde reside el anciano cardenal Maurer, a Santa Cruz, la segunda ciudad boliviana por número de habitantes, y de aquí a Tarija, situada al Sur, cerca de la frontera con Argentina, donde he tenido un encuentro inolvidable con los niños. Finalmente, hacia el Norte, la parte más "verde" y menos poblada, a Trinidad, sede de uno de los seis vicariatos apostólicos.

El programa pastoral era rico y variado: ha permitido la celebración de encuentros con todos los componentes de la sociedad y de la Iglesia bolivianas. Sería difícil entrar ahora en detalles: sin embargo, es conveniente llamar la atención por lo menos sobre uno de ellos. Bolivia es un país en el cual la mayoría de la población (el 65 por ciento) está formada por descendientes de los primeros habitantes, los indios. Su presencia en esta tierra, en las condiciones difíciles de la montaña y de la llanura, se remonta a miles de años atrás. Igualmente antigua es su tradición cultural, que ellos han conservado, al acoger el Evangelio hace 450 años. Como seguidores de Cristo, las poblaciones indias han encontrado un apoyo también para su moralidad tradicional, a la que han permanecido fieles en la vida personal, familiar y social. Parece que se puede referir a ellos, de manera particular, el tema evangélico de los "pobres", no sólo en su significado material, sino también espiritual: "pobres de espíritu". Mi encuentro con ellos queda grabado profundamente en mi memoria. Una parte especial de esta "impresión" —impresión que la sociedad boliviana entera me ha dejado, en todas las etapas de mi visita— la constituyen los aymara, los quechua, los uru, los cipaya, poblaciones que defienden su identidad étnica y antropológica.

4. El Congreso Eucarístico de los países bolivarianos, celebrado en Lima, capital del Perú, ciudad que cuenta hoy con más de seis millones de habitantes, ha sido la etapa siguiente de mi peregrinación-visita al continente sudamericano. Han participado en este Congreso Eucarístico, del 7 al 15 de mayo, los representantes de las Iglesias de los siguientes países: Colombia, Venezuela, Panamá, Ecuador, Bolivia y Perú. Estas naciones están unidas por un vínculo histórico particular, ligado al nombre de Bolívar, el Libertador, que dio comienzo a su independencia, después del período de la colonización. El V Congreso Eucarístico de Lima ha tenido también un carácter mariano y mariológico.

Respondiendo a la invitación particular del arzobispo de Lima, cardenal Landázuri Ricketts, participé, el pasado domingo 15 de mayo, en la clausura del Congreso, celebrando la Santa Misa solemne ante una gran multitud de participantes. Además de esto, han tenido lugar también algunos encuentros especiales: con los jóvenes, con las religiosas, y, en particular, con los representantes del mundo de la ciencia y de la cultura, así como con personas que realizan tareas importantes en el campo de la economía y de la vida política. Los encuentros con la Conferencia Episcopal Peruana, con todos los obispos que han participado en el Congreso y, después, con el Presidente de la República, han puesto en evidencia el carácter peculiar de esta visita. Es importante subrayar, finalmente, la numerosa y cordial presencia de los habitantes de Lima durante toda la visita, que duró apenas un día.

5. La última etapa del viaje era Paraguay, país e Iglesia que he visitado ahora por primera vez. Su momento culminante ha sido la canonización del Beato Roque González de Santa Cruz, jesuita, y de los otros dos misioneros, Alfonso Rodriguez y Juan del Castillo. Ellos pagaron con la muerte de los mártires su actividad apostólica, que está en los orígenes de la evangelización de este país, entre los siglos XVI y XVII. Son los primeros Santos del Paraguay.

El punto central de la visita fue la capital del país, Asunción. Desde aquí me dirigí sucesivamente a otros lugares: Villarrica, donde celebré la Santa Misa y tuve un encuentro con los agricultores; la localidad de Mariscal Estigarribia, situada en la extensa región del Chaco, donde tuve un encuentro con los indígenas, primeros habitantes de aquella tierra; después, el último día, visité Encarnación, cerca de la frontera argentina; luego fui al principal santuario mariano del país, Caacupé. Hay que poner de relieve que los nombres de estas tres ciudades, Concepción, Encarnación y Asunción, confieren a este país una particular fisonomía mariana.

El programa —necesariamente conciso e intenso al mismo tiempo—, además de los encuentros ya mencionados, incluía también otras citas: con los representantes de las autoridades, con los así llamados "Constructores de la sociedad", con los sacerdotes diocesanos, con los religiosos y, finalmente, con los jóvenes.

Es necesario recordar también que sobre todo al territorio paraguayo está vinculada la experiencia histórica de las "reducciones" jesuíticas, en las cuales la evangelización de los indígenas dio vida a una particular organización social y económica del país.

6. El jubileo del 500° aniversario del comienzo de la evangelización de América Latina, que ya se acerca, pone de relieve —al final del siglo XX y después del Concilio Vaticano II— la tarea principal de la Nueva evangelización. La reciente visita se ha desarrollado en la perspectiva de esta tarea: su programa y el carácter de los encuentros litúrgicos y paralitúrgicos dan testimonio de cómo la Iglesia la ha comenzado ya felizmente. Con estas finalidades, el primer puesto se le ha dado a la comunidad familiar, a los jóvenes y a los niños, a los ancianos, a los enfermos y a los minusválidos. Junto a todos estos contactos, el programa ha hecho también posible otros encuentros con personas que desempeñan en ambientes diversos por trabajo, profesión y vocación.

En los distintos países he querido reafirmar la preocupación de la Iglesia por el mundo del trabajo, especialmente por los agricultores, mineros y obreros; he hablado al mundo de la cultura, de la investigación universitaria y a cuantos se dedican a la tarea de educar y formar a las nuevas generaciones; he tenido un encuentro con miembros del Cuerpo Diplomático, de las clases dirigentes y empresariales, y asimismo con los que comparten responsabilidades políticas y económicas para el futuro de sus países.

He tenido también ocasión de alentar diversas presencias vocacionales en las Iglesias locales: me he reunido con los obispos, con los sacerdotes, con los religiosos y las religiosas, y además con los misioneros y seminaristas, catequistas y otras personas comprometidas con el apostolado laical.

Con gran esperanza y emoción he confiado a María, Madre de la Iglesia, todos los esfuerzos que se están llevando ya a cabo para la realización responsable de esta nueva tarea evangelizadora: todas las iniciativas pastorales que —a nivel nacional, diocesano y parroquial— han ido naciendo con motivo del jubileo de la evangelización y del Año Mariano, del Congreso Eucarístico y de la visita del Papa. Con la fuerza del Espíritu, este camino podrá inspirar y reavivar un nuevo celo apostólico para el anuncio y testimonio del Evangelio.

7. Estos comentarios confirman que en la mente de los organizadores han estado presentes de manera explícita las directrices principales del Vaticano II acerca de la relación de la Iglesia con el mundo y, especialmente, sobre la vocación de los laicos en la Iglesia. Se une a todo esto la importante función de la doctrina social de la Iglesia, desde sus primeros documentos hasta la última Encíclica Sollicitudo rei socialis, que en este contexto resulta de particular actualidad. En efecto, ésta contiene un mensaje apropiado también por lo que se refiere a la justa actitud que hay que tener para con los indígenas americanos.

Entre las necesidades de esta Iglesia hay que poner en primer lugar la falta de sacerdotes. Es necesario subrayar, también, la necesidad de un mayor número de personas consagradas en la vida religiosa. Por ello, es urgente el problema de las vocaciones y de la formación de los jóvenes candidatos a los ministerios bajo la guía de maestros y educadores competentes. Problema tanto más urgente dado que la escasez de sacerdotes facilita indirectamente la penetración de las distintas sectas de origen prevalentemente norteamericano. Existe en la sociedad latinoamericana un notable capital de religiosidad tradicional, un gran amor a Cristo y a su Madre, una viva adhesión a la Iglesia apostólica. Hay que hacer todo lo posible para que este capital no se derroche, sino que, por el contrario, pueda ulteriormente madurar y fructificar. Es indispensable igualmente instaurar una relación adecuada entre evangelización y progreso social, según el espíritu de la Evangelii nuntiandi.

8. En estos días en los que la Iglesia entera vive el aniversario de su nacimiento en el Cenáculo de Pentecostés —junto a María, Madre de Cristo—, oremos al Espíritu Santo-Paráclito para que, en esta nueva etapa de la historia, conceda un vigor renovado a nuestros hermanos y hermanas de Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay, en todas aquellas tareas vinculadas a la obra del Evangelio entre las diversas comunidades de América Latina.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora a los peregrinos de lengua española, venidos de Latinoamérica y de España.

De modo particular saludo a los Hermanos Maristas y al grupo de Religiosas de María Reparadora, así como a los estudiantes procedentes del Paraguay. Vuestros rostros me recuerdan los de tantos hermanos vuestros con quienes he compartido momentos de plegaria, de alegría y de fiesta. Con la Virgen María pidamos al Espíritu Santo que dé nuevo vigor apostólico a nuestros hermanos y hermanas del Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay, en su acción evangelizadora entre las diversas Comunidades de América Latina.

A todos imparto con afecto mi bendición apostólica.



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