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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 23 de mayo de 1990

 

El Espíritu Santo, autor de la unión hipostática

1. En el Símbolo de la Fe afirmamos que el Hijo, consubstancial al Padre, se ha hecho hombre por obra del Espíritu Santo. En la Encíclica Dominum et vivificantem escribí que “la concepción y el nacimiento de Jesucristo son la obra más grande realizada por el Espíritu Santo en la historia de la creación y de la salvación: la suprema gracia, ‘la gracia de la unión’, fuente de todas las demás gracias, como explica santo Tomás (cf. Summa Theol., III, q. 7, a. 13)... A ‘la plenitud de los tiempos’ corresponde, en efecto, una especial plenitud de la comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo. ‘Por obra del Espíritu Santo’ se realiza el misterio de la ‘unidad hipostática’, esto es, la unión de la naturaleza divina con la naturaleza humana, de la divinidad con la humanidad en la única Persona del Verbo-Hijo” (n. 50; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de junio de 1986, pág. 12).

2. Se trata del misterio de la Encarnación, a cuya revelación está ligada ―al inicio de la Nueva Alianza― la del Espíritu Santo. Lo hemos visto en anteriores catequesis, que nos han permitido ilustrar esta verdad en sus diversos aspectos, comenzando por la concepción virginal de Jesucristo, como leemos en la página de Lucas sobre la anunciación (cf. Lc 1, 26-38). Es difícil explicar el origen de este texto sin pensar en una narración de María, única que podía dar a conocer lo que había acontecido en Ella en el momento de la concepción de Jesús. Las analogías que se han propuesto entre esta página y las demás narraciones de la antigüedad, y especialmente de los escritos veterotestamentarios, no se refieren nunca al punto más importante y decisivo, a saber, el de la concepción virginal por obra del Espíritu Santo. Esto constituye, en verdad, una novedad absoluta.

Es verdad que en la página paralela de Mateo leemos: “Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel” (Mt 1, 22-23). Pero, el cumplimiento supera la expectativas. Es decir, el evento comprende elementos nuevos, que no habían sido manifestados en la profecía. Así, en el caso que nos interesa, el oráculo de Isaías sobre la virgen que concebirá (cf. Is 7, 14) permanecía incompleto y, por tanto, susceptible de diversas interpretaciones. El evento de la Encarnación lo “cumple” con una perfección que era imprevisible: una concepción realmente virginal es realizada por obra del Espíritu Santo, y el Hijo dado a luz, en consecuencia, es verdaderamente “Dios con nosotros”. No se trata sólo de una alianza con Dios, sino de la presencia real de Dios en medio de los hombres, en virtud de la Encarnación del Hijo eterno de Dios: una novedad absoluta.

3. La concepción virginal, por lo tanto, forma parte integrante del misterio de la Encarnación. El cuerpo de Jesús, concebido de modo virginal por María, pertenece a la persona del Verbo eterno de Dios. Precisamente esto es lo que realiza el Espíritu Santo al bajar sobre la Virgen de Nazaret. Él hace que el hombre (el Hijo del hombre) concebido por Ella sea el verdadero Hijo de Dios, engendrado eternamente por el Padre, consustancial al Padre, de quien el eterno Padre es el único Padre. Aún naciendo como hombre de María Virgen, sigue siendo el Hijo del mismo Padre por quien es engendrado eternamente.

De esta forma la virginidad de María pone de relieve, de modo particular, el hecho de que el Hijo, concebido de Ella por obra del Espíritu Santo, es el Hijo de Dios. Sólo Dios es su Padre.

La iconografía tradicional, que representa a María con el niño Jesús entre los brazos y no representa a José junto a Ella, constituye un silencioso pero insistente testimonio de su maternidad virginal y, por eso mismo, de la divinidad del Hijo. En consecuencia, esta imagen podría muy bien llamarse el icono de la divinidad de Cristo. La encontramos ya a fines del siglo II en un fresco de las catacumbas romanas y, sucesivamente, en innumerables reproducciones. En particular, es representada con toques de arte y de fe tan eficaces por los iconos bizantinos y rusos que se remontan a las fuentes más genuinas de la fe: los evangelios y la tradición primitiva de la Iglesia.

4. Lucas refiere las palabras del ángel que anuncia el nacimiento de Jesús por obra del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35). El Espíritu del que habla el evangelista es el Espírituque da vida”. No se trata sólo de aquel “soplo de vida” que es la característica de los seres vivos, sino también de la Vida propia de Dios mismo: la vida divina. El Espíritu Santo que está en Dios como soplo de Amor, Don absoluto (no creado) de las divinas Personas, en la Encarnación del Verbo obra como soplo de este Amor para el hombre: para el mismo Jesús, para la naturaleza humana y para toda la humanidad. En este soplo se expresa el amor del Padre, que amó tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito (cf. Jn 3, 16). En el Hijo reside la plenitud del don de la vida divina para la humanidad.

En la Encarnación del Hijo-Verbo se manifiesta, por tanto, de modo particular el Espíritu Santo como aquel “que da vida”.

5. Es lo que en la Encíclica Dominum et vivificantem llamé: “una especial plenitud de la comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo” (n. 50). Es el significado más profundo de la “unión hipostática”, fórmula que refleja el pensamiento de los Concilios y de los Padres acerca del misterio de la Encarnación y, por tanto, acerca de los conceptos de naturaleza y de persona, elaborados y usados sobre la base de la experiencia de la distinción entre naturaleza y sujeto, que todo hombre percibe en sí mismo. La idea de persona nunca había sido tan netamente determinada y definida como sucedió gracias a los Concilios, después de que los Apóstoles y los evangelistas dieron a conocer el acontecimiento y el misterio de la Encarnación del Verbo “por obra del Espíritu Santo”.

6. En consecuencia, se puede decir que en la Encarnación el Espíritu Santo pone también las bases de una nueva antropología, que se ilumina en la grandeza de la naturaleza humana tal cual resplandece en Cristo. En Él, en efecto, alcanza el vértice más alto de la unión con Dios, “habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo de forma tal que un mismo sujeto fuese hijo de Dios y del hombre” (santo Tomás, Summa Theol., III, q. 2, a. 12, ad 3). No era posible al hombre ascender más arriba de este vértice, así como tampoco es posible al pensamiento humano concebir una unión más profunda con la divinidad.


Saludos

Me es grato saludar a los peregrinos de América Latina y España presentes en esta Audiencia.

De modo particular, este saludo se dirige cordialmente a los Hermanos Maristas, que están efectuando en Roma un curso de renovación espiritual, así como a las Comunidades neocatecumenales de las Parroquias “ Nuestra Señora del Carmen ” y “ San Pío X ”, de Valencia y Algemesí, respectivamente, al grupo de pensionistas de Zaragoza, y a los profesores y alumnos de la Escuela de Turismo de la Universidad “ Intercontinental ” de México, nación que con tanto afecto y devoción me ha acogido durante mi reciente visita pastoral.

Doy mi más afectuosa bienvenida a la representación de la Congregación de Agustinas Recoletas que, con motivo de su primer Centenario de Fundación, ha querido presentar al Papa el sentido testimonio de filial cercanía y adhesión. Os agradezco de corazón este gesto en tan significativa efemérides. Y, al mismo tiempo, pido al Todopoderoso que, apoyadas en una vida constante y profunda de oración y en una vivencia comunitaria fraterna, sigáis sirviendo con plena generosidad a Cristo y a su Iglesia, de acuerdo con vuestro carisma fundacional. A vosotras, a las demás Religiosas de vuestro Instituto, y a todos los presentes de lengua española imparto complacido mi bendición apostólica.



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