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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 29 de diciembre de 1993

 

1. El domingo pasado, en la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia, la Iglesia ha dado inicio al Año de la familia, en sintonía con la iniciativa promovida por la Organización de las Naciones Unidas. La inauguración eclesial de ese Año se ha realizado con la eucaristía celebrada por el legado pontificio en Nazaret. En efecto, el Año de la familia debe ser sobre todo un año de oración, para implorar al Señor gracia y bendición para todas las familias del mundo.

Pero la ayuda que pedimos al Señor, como siempre, supone nuestro esfuerzo y exige nuestra correspondencia. Debemos pues, ponernos a la escucha de la palabra de Dios, valorando este año como ocasión privilegiada para una catequesis sobre la familia, realizada sistemáticamente en todas las Iglesias locales esparcidas por el mundo, a fin de ofrecer a las familias cristianas la oportunidad de una reflexión que les ayude a crecer en la conciencia de su vocación. En esta catequesis deseo, por tanto, ofrecer algunos puntos de meditación, tomados de varios pasajes de la sagrada Escritura.

2. Un primer tema nos lo propone el evangelio de san Mateo (2, 13-23) y se refiere a la amenaza que sufrió la Sagrada Familia casi inmediatamente después del nacimiento de Jesús. La violencia gratuita que pone en peligro su vida afecta también a muchas otras familias provocando la muerte de los santos inocentes, cuya memoria celebramos ayer.

Recordando esa terrible prueba vivida por el Hijo de Dios y sus coetáneos, la Iglesia se siente invitada a orar por todas las familias amenazadas desde dentro o desde fuera. Y ora, en particular, por los padres, cuya gran responsabilidad pone de relieve especialmente el evangelio de san Lucas. En efecto, Dios confía su Hijo a María, y ambos a José. Es preciso orar con insistencia por todas las madres y todos los padres, para que sean fieles a su vocación y sean dignos de la confianza que Dios deposita en ellos al encomendarles el cuidado de sus hijos.

3. Otro tema es el de la familia como lugar donde madura la vocación. Podemos ver este aspecto en la respuesta que dio Jesús a María y a José, que lo buscaban angustiados mientras él se encontraba con los doctores en el templo de Jerusalén: "¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 49). En la carta que dirigí a los jóvenes de todo el mundo el año 1985 con ocasión de la Jornada de la juventud, quise destacar el gran valor que tiene ese proyecto de vida que cada joven debe tratar de elaborar precisamente durante el tiempo de su juventud. Como Jesús, a sus doce años, estaba completamente entregado a las cosas del Padre, así cada uno está llamado a plantearse la pregunta: ¿Cuáles son esas "cosas del Padre", de las que debo ocuparme durante toda la vida?

4. La parenesis apostólica, como se encuentra por ejemplo en las cartas de san Pablo a los Efesios y a los Colosenses, nos presenta otros aspectos de la vocación de la familia. Para los Apóstoles al igual que más tarde para los Padres dé la Iglesia, la familia es la iglesia doméstica. A esta gran tradición permanece fiel el Papa Pablo VI en su admirable homilía sobre Nazaret y sobre el ejemplo que nos da la Sagrada Familia: "Enseñe Nazaret lo que es la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable..." (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española. 23 de enero de 1964. p. 3)

5. Así, desde el inicio, la Iglesia escribe su Carta a las familias, y yo mismo he querido seguir esa tradición, preparando una Carta para el Año de la familia, que se publicará dentro de poco tiempo. La Sagrada Familia de Nazaret es para nosotros un desafío permanente, que nos obliga a profundizar el misterio de la iglesia doméstica y de toda familia humana. Nos sirve de estímulo para orar por las familias y con las familias, y a compartir todo lo que para ellas constituye alegría y esperanza, pero también preocupación e inquietud.

6. La experiencia familiar, dentro de la vida cristiana, está llamada a convertirse en el contenido de un ofertorio diario, como una ofrenda santa, un sacrificio agradable a Dios (cf. 1 P 2, 5; Rm 12, 1). Nos lo sugiere también el evangelio de la presentación de Jesús en el templo. Jesús, que es "la luz del mundo" (Jn 8, 12), pero también "signo de contradicción" (Lc 2, 34), desea aceptar este ofertorio de toda familia como acepta el pan y el vino en la eucaristía. Quiere unir esas alegrías y esperanzas humanas, pero también los inevitables sufrimientos y preocupaciones, propios de toda vida de familia, al pan y al vino destinados a la transubstanciación asumiéndolos así, en cierto modo, en el misterio de su cuerpo y su sangre. Este cuerpo y esta sangre nos los ofrece en la comunión como fuente de energía espiritual, no sólo para cada persona sino también para cada familia.

7. La Sagrada Familia de Nazaret nos ayude a comprender cada vez más profundamente la vocación de toda familia que encuentra en Cristo la fuente de su dignidad y de su santidad. En la Navidad Dios ha salido al encuentro del hombre y lo ha unido indisolublemente a sí: este "admirabile consortium" incluye también el "familiare consortium". Contemplando esta realidad la Iglesia se pone de rodillas como ante un "gran misterio" (cf. Ef 5, 32): en la experiencia de comunión a que está llamada la familia ve un reflejo, en el tiempo, de la comunión trinitaria y sabe bien que el matrimonio cristiano no es sólo una realidad natural sino también el sacramento de la unidad esponsal de Cristo con su Iglesia. El concilio Vaticano II nos ha invitado a promover esta sublime dignidad de la familia y del matrimonio. Benditas las familias que sepan comprender y realizar este proyecto originario y maravilloso de Dios, caminando por las sendas marcadas por Cristo.

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Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos de lengua española, de modo especial a la numerosa peregrinación de los legionarios de Cristo con los nuevos diáconos y sus familiares; a los miembros del Movimiento «Regnum Christi» y a los alumnos y alumnas de sus centros educativos. Saludo igualmente al Colegio chileno «Charles De Gaulle» e Concepción y a los peregrinos de Santiago de Chile, así como a los peregrinos mexicanos.

Al felicitar a todos el Año Nuevo y desearos que sea un tiempo lleno de dones divinos y de auténtico compromiso en la vida cristiana trabajando por el bien de todas las familias, os imparto con gran afecto mi bendición apostólica.



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