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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 25 de enero de 1995

(Lectura:
capítulo 15 del evangelio de san Juan, versículos 4-5)

 

1. Hoy, fiesta de la conversión de san Pablo, dedicaremos nuestra reflexión al tema de la unidad de los cristianos. Del viaje apostólico a Asia y Oceanía, durante el cual tuve la dicha de tomar parte en la X Jornada mundial de la juventud, pienso hablar en la próxima audiencia general.

Con la fiesta de la conversión de san Pablo concluye la semana de oración por la unidad de los cristianos. El tema elegido para este año está tomado del evangelio de san Juan: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto porque sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5).

La analogía en que se basa el símbolo de la vid aparece con frecuencia en la sagrada Escritura (cf. Is 5, 1-7; Jr 2, 21; Ez 15, 1-8). Es un símbolo que alude a la unión de Dios con su pueblo y al amor con que él lo eligió y lo ama. Jesús mismo lo utiliza para explicar la relación que existe entre él y sus discípulos.

2. La imagen, tomada de la naturaleza, describe con inmediatez y eficacia el misterio sobrenatural de la comunión de vida entre Jesús y los suyos. Como acontece en el caso de la vid y los sarmientos, también entre el Maestro y sus discípulos circula la misma savia vital, se transmite la misma vida divina, la vida eterna "que estaba en el Padre y se nos manifestó" (1 Jn 1, 2).

Los sarmientos están unidos a la vid y de ella toman su alimento, para poder dar fruto. Del mismo modo, los discípulos están unidos al Señor y, gracias a esta unión existencial, pueden actuar espiritualmente y dar fruto: "Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí" (Jn 15, 4).

Los sarmientos no tienen vida propia: viven sólo si permanecen unidos a la vid donde han brotado. Su vida se identifica con la de la vid. La misma savia circula entre la vid y los sarmientos; ambos dan el mismo fruto. Entre ellos existe, por consiguiente, un vínculo indisoluble, que simboliza muy bien el que existe entre Jesús y sus discípulos: "Permaneced en mí, como yo en vosotros" (Jn 15, 4).

Si todos los sarmientos tienen en común con la vid la misma savia, también están unidos entre sí por una comunión recíproca. De esta comunión de vida brota la exigencia de la comunión en el amor: "que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Se trata de un amor fuerte, que no conoce limitaciones ni confines, y que Jesús pone en relación con su muerte, sufrida para redimir a sus amigos, los discípulos que han creído en Él: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). La referencia a la redención pone más de relieve el destino común de los discípulos de Cristo: todos han sido redimidos por un solo Señor.

3. El decreto del concilio Vaticano II sobre el ecumenismo destaca este misterio vital de comunión, es decir, la incorporación de los bautizados en Cristo: "Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado según la institución del Señor y recibido con la requerida disposición del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se regenera para el consorcio de la vida divina" (Unitatis redintegratio, 22). Por esta razón, el bautismo es el vínculo sacramental de la unidad que existe entre los discípulos de Cristo.

Por desgracia, a lo largo de los siglos las divisiones han introducido un profundo desconcierto en la comunidad cristiana. Han provocado resquebrajaduras y separaciones, a veces graves y dramáticas, que han causado a menudo penosos sufrimientos. Ahora bien, ninguna división ha podido romper la comunión fundamental que permanece entre "los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús Señor y Salvador" (ib., 1).

4. Por obediencia a la voluntad de Cristo, que oró por la unidad de los discípulos, y confiando en la ayuda del Espíritu Santo, el movimiento ecuménico se esfuerza con gran perseverancia por promover los elementos de unidad y resolver las posibles divergencias, a fin de hacer que crezca la comunión parcial que ya existe, hacia la plena unidad en la fe, en los sacramentos y en la armónica articulación de la Iglesia.

Las diversas iniciativas que el movimiento ecuménico promueve, así como el diálogo teológico propiamente tal, tienden, cada una por su parte, a un único objetivo: llegar a la unidad querida por el Señor. También este año tenemos motivos para agradecer al Señor los muchos signos de esperanza que suscita en nosotras la búsqueda de la unidad.

Las varias formas de diálogo ayudan al progreso del camino que ya se ha trazado de forma acertada. De este modo, se han logrado esclarecer puntos importantes y, en algunos temas cruciales, como el de la justificación, la investigación llevada a cabo nos ha acercado a una comprensión común.

En ese marco, ¿cómo no recordar que recientemente he firmado una declaración cristológica con el patriarca de la Iglesia asiria de oriente, Mar Dinkha IV, en la que confesamos juntos la fe común en Jesucristo, Verbo de Dios hecho hombre, verdadero Dios y verdadero hombre? Con esa declaración se ha resuelto una controversia con esa Iglesia, que duraba desde hace mil quinientos años. Así se ha confirmado que mediante el diálogo, a pesar de las distancias de tiempos y culturas, es posible esclarecer los malentendidos y los prejuicios.

5. Los logros intermedios obtenidos hasta ahora muestran que algunos obstáculos aparentemente insuperables pueden convertirse en ocasión de progreso hacia un conocimiento más pleno de la verdad. Son desafíos que es preciso afrontar, que exigen un compromiso personal de parte de todos los cristianos, fervor de obras y, tal vez, mayor determinación. La savia vital, que circula entre los sarmientos y que les viene de la vid, alimenta la urgencia de hacer más. La meta ya próxima del año 2000 es también un estimulo a hacer más y mejor, para que en el tercer milenio de la era cristiana la comunión de vida de los sarmientos con la vid resulte una imagen más adecuada de Aquel que es la verdadera vid: Cristo Jesús.

Amados hermanos y hermanas, renovemos nuestro compromiso y pidamos al Señor que nos conceda la gracia de seguir avanzando con constancia y buena voluntad, por el camino ya iniciado, hacia la paz, la reconciliación y la alabanza de Dios, a fin de que nuestro testimonio sea creíble ante el mundo.


Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo saludar a todos los peregrinos de lengua española, venidos a Roma desde América Latina y España para profesar la fe junto al sepulcro de Pedro.

En particular: a las Religiosas Siervas de María, que hoy celebran el XXV aniversario de la canonización de su fundadora Santa María Soledad Torres Acosta; al grupo de la Orden Franciscana Seglar de Bolivia; y a los peregrinos de México y Argentina.

A todos imparto de corazón mi bendición apostólica.



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