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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 1 de febrero de 1995

 

1. Quisiera dedicar la audiencia de hoy a mi reciente viaje apostólico, que ha tenido lugar del 11 al 21 del pasado mes de enero. Ese viaje me llevó, en primer lugar, a Filipinas (Manila), y luego a Papúa Nueva Guinea (Port Moresby), Australia (Sydney) y Sri Lanka (Colombo). La finalidad de la visita a Filipinas fue la participación en la Jornada mundial de la juventud, mientras que las tres etapas sucesivas tuvieron como objetivo la proclamación de los primeros beatos de la Iglesia que está en Papúa Nueva Guinea, en Australia y en Sri Lanka.

Deseo dar las gracias, una vez más, a todos los que han colaborado en la realización de esta larga peregrinación, a los episcopados, así como a las autoridades civiles de cada una de las naciones que visité. La Santa Sede expresa su profunda gratitud a los jefes de Estado y a los responsables políticos por la colaboración que han prestado en la organización y el desarrollo de la visita.

2. El lema de la X Jornada mundial de la juventud eran las palabras de Cristo "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21). Los encuentros de la juventud se celebran cada año en las diversas diócesis y parroquias, coincidiendo con el domingo de Ramos. Los encuentros mundiales, por el contrario, se tienen cada dos años. El de Manila fue el décimo de los encuentros anuales y el sexto de los mundiales, que han tenido lugar, a partir de 1984, en Roma (1985), Buenos Aires, Argentina (1987), Santiago de Compostela, España (1989), Jasna Góra, Czestochowa, Polonia (1991), y Denver, Estado Unidos (1993). La próxima cita, Dios mediante, será en París el año 1997

Lo que define mejor esas manifestaciones anuales y mundiales es la idea y la realidad del pueblo peregrino de Dios. A pesar de las preocupaciones y las reservas manifestadas hace algunos años, se va afianzando cada vez más esta idea: la Iglesia es el pueblo de Dios que peregrina en el mundo, como ha recordado el concilio Vaticano II en la constitución Lumen gentium (cf. n. 9). Los jóvenes, en especial, son muy sensibles a esta verdad. Al realizar su peregrinación, se reúnen, intercambian experiencias y se robustecen en la fe que brota del seno del pueblo de Dios.

3. Las palabras: "Como el Padre me envió, también yo os envío" fueron pronunciadas por Cristo resucitado cuando se apareció a los Apóstoles reunidos en el cenáculo. En ese momento, después de los acontecimientos del Viernes santo, en la comunidad de los discípulos reinaba aún el miedo. Por eso, el Señor repite: "¡No temáis!" (Mt 28, 10; Mc 16, 6; cf. Lc 24, 37-38). La misión que Cristo recibió del Padre y que transmite a los Apóstoles es superior al miedo que suscita en ellos el drama del Viernes santo. Los Apóstoles son los testigos de la victoria de Cristo, y precisamente esa victoria les ayuda a aceptar la misión recibida. Cristo dice: "Como el Padre me envió, también yo os envío... Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 21-22). Así, el cenáculo de Jerusalén se prepara para la venida del Espíritu Santo, que se realizará el día de Pentecostés. Pentecostés es la plena revelación de lo que tuvo lugar el día de la Resurrección.

Precisamente lo que aconteció ese día y las palabras del Resucitado a los Apóstoles fueron tema de reflexión para los jóvenes reunidos en Manila, primero en el grupo de los delegados al Foro internacional de la juventud, procedentes de más de cien países de todos los continentes; luego, en la gran vigilia de la noche del sábado; y, por último, en la eucaristía del domingo, en la que, según cálculos locales, participaron más de cuatro millones de personas.

4. La elección de Manila para el Encuentro mundial de la juventud fue muy acertada, no sólo desde el punto de vista geográfico, sino también desde la perspectiva histórica. La Iglesia en Filipinas está celebrando precisamente este año el IV centenario de su fundación. En efecto, el año 1595 se creó la primera provincia eclesiástica, compuesta por la sede metropolitana de Manila y tres diócesis: Cebú, Nueva Segovia y Cáceres. Se trataba del fruto de la misión que, ya algún tiempo antes, había llegado al archipiélago de Filipinas. En el siglo XVI, cuando comenzó la gran epopeya misionera, vinculada sobre todo al descubrimiento de América, las palabras de Cristo: "Como el Padre me envió, también yo os envío" señalaron la dirección a los misioneros, en su mayoría españoles. Después de llegar a México y a América del sur, prosiguieron hacia occidente, junto con los grandes pioneros de los descubrimientos geográficos, hasta llegar a Filipinas. El sábado 14 de enero fue el día de acción de gracias por la fundación de la Iglesia jerárquica en el archipiélago filipino.

Así pues, se puede afirmar que el peregrinaje mundial de la juventud a Filipinas, en cierto sentido, ha sido la reanudación, después de cuatro siglos, de esa fase misionera de la "peregrinación" de la Iglesia, que había llevado a la creación de la primera provincia eclesiástica en Extremo Oriente. De este modo, la X Jornada mundial de la juventud cobró una dimensión histórica peculiar.

5. Además, en Manila pude visitar la sede de la emisora católica "Radio Veritas de Asia", fundada por iniciativa del Episcopado de Filipinas hace 25 años, y que, con la ayuda de los medios técnicos de que dispone el hombre de hoy, realiza la misma misión que han cumplido y siguen cumpliendo los misioneros peregrinos, primero los Apóstoles y luego sus sucesores. Gracias a tan admirables medios de comunicación, la palabra de Dios llega, en las diversas lenguas de Asia y de Extremo Oriente, a los pueblos que habitan en esas zonas del mundo: les llega mediante la información, la catequesis, la cultura, el canto y la música. De este modo, Radio Veritas lleva a cabo una gran labor de formación de la cultura humana. Y, por lo demás, eso es lo que ha hecho siempre la Iglesia, desde el tiempo de los Apóstoles.

6. Las etapas sucesivas de mi viaje a Extremo Oriente tuvieron un nexo no sólo cronológico sino también lógico, con la Jornada mundial de la juventud. En efecto, si ésta mostró una imagen viva de la Iglesia peregrina, las beatificaciones en Port Moresby, Sydney y Colombo señalaron la meta hacia donde camina la Iglesia a través de los siglos y las generaciones. La finalidad de este camino es la realización de la llamada universal a la santidad, como la pone de relieve el concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, cap. V). Esa santidad encuentra una expresión peculiar en las personas que la han encarnado de modo heroico. Los santos y los beatos son los grandes testigos de Cristo y su testimonio posee una importancia especial para los pueblos, los países y los continentes. Además, la experiencia enseña que para cada Iglesia local es muy importante el primero de esos beatos o santos, como acontece en el caso de las tres recientes beatificaciones.

7. En Papúa Nueva Guinea, donde la Iglesia conserva aún una índole eminentemente misionera, la llamada a la santidad se hizo realidad en un padre de familia, catequista y mártir: Peter To Rot, que murió por Cristo en el marco de los dramáticos acontecimientos de la segunda guerra mundial, en la isla de Nueva Bretaña, cerca de la capital Rabaul. Dio su vida como catequista fiel a su vocación, al seguir prestando su servicio en un momento en que era especialmente necesario a la comunidad cristiana y qué, al mismo tiempo, implicaba un gran peligro. Ofreció su vida también como joven padre de familia, santificándose de este modo en su vocación de esposo y padre. La Iglesia en Papúa Nueva Guinea tiene en él un modelo muy elocuente y, a la vez, un poderoso intercesor ante Dios.

8. Es diferente el matiz de la santidad de la madre Mary MacKillop, la primera beata de Australia. Procedente de una familia escocesa, fue la fundadora de la congregación de las religiosas de San José del Sagrado Corazón de Jesús, y desempeñó un papel importante en la evangelización de Australia, ante todo mediante su solicitud por las familias pobres. He podido percibir con claridad el hecho de que los australianos han encontrado en la nueva beata casi una confirmación de su misión en la Iglesia. Es un sentimiento comprensible y motivado. Efectivamente, en la historia, los santos siempre han ayudado a ahondar la conciencia de sus comunidades. También de sus comunidades nacionales. Australia esperaba esta primera beata, para poder expresar en ella algunos rasgos esenciales de la sociedad australiana. También en este caso se ha palpado el hecho de que el misterio de la comunión de los santos está vinculado a la misión de la Iglesia en una determinada parte del mundo.

9. La primera beatificación en Sri Lanka posee ese mismo carácter. En ella se refleja el papel de la Iglesia y del cristianismo en una isla que, desde el punto de vista geográfico, está vinculada al vasto subcontinente de la India. Por su clima cultural, esa isla da la impresión de encontrarse en el umbral de Asia. El padre José Vaz llegó como misionero desde un gran centro de irradiación evangélica: el patriarcado de Goa, fundado por los portugueses. Cuando llegó, la Iglesia de Sri Lanka, aún joven, corría el peligro de que se rompieran sus vínculos con la Sede apostólica. El padre Vaz supo hacer frente a ese peligro y por eso se le considera el apóstol que dio nuevo impulso a la Iglesia en esa tierra. Se trata de una Iglesia que constituye una minoría; con todo, posee una gran vitalidad, que la beatificación ha manifestado y favorecido. Se notó ya desde mi llegada a Colombo, y durante toda la visita. En ciertos aspectos, fue una etapa muy semejante a la de Manila, que mostró cómo la Iglesia de Extremo Oriente no sólo es una comunidad viva, sino también rica en entusiasmo. En ese sentido, tiene mucho que decir a las Iglesias antiguas del continente europeo.

10. Repasando en su conjunto las experiencias de este 63° viaje apostólico, se puede decir que se desarrollo bajo el signo de los jóvenes y de la juventud de la Iglesia. Es significativo el hecho de que esta juventud florezca en medio de culturas y civilizaciones muy antiguas. Eso se nota especialmente en Sri Lanka, pero no sólo allí. En todas las etapas pude constatar esa juventud de la Iglesia, que tiene su manantial en la presencia de Cristo. En el continente asiático, los cristianos constituyen una minoría. Hasta ahora, el Evangelio sólo ha llegado a un escaso porcentaje de sus habitantes. Pero ha suscitado comunidades vivas, que ciertamente no están marginadas de la sociedad. Al contrario, son la levadura evangélica que la vivifica en su totalidad, sobre todo mediante el elevado número de escuelas católicas, hospitales y otras obras de caridad. Así, ese amor que constituye la realidad mayor, según la expresión de san Pablo (cf. 1 Co 13, 13), marca el futuro del cristianismo en Extremo Oriente. Por consiguiente, es realmente hermoso y providencial que, gracias a esta visita mía a Filipinas, Papúa Nueva Guinea Australia y Sri Lanka, las Iglesias de Extremo Oriente hayan podido sentirse aun más cerca de la Sede de Pedro y que el Papa haya podido vivir esta cercanía con sus hermanos y hermanas de Extremo Oriente precisamente en su tierra. Por ello, todos juntos, demos gracias al Señor.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a los peregrinos venidos de América Latina y de España.

De modo particular, saludo al grupo procedente de La Plata (Argentina), a los numerosos fieles de Chile, así como a los alumnos y profesores del Colegio católico San José del Paraguay.

Al daros la bienvenida a este encuentro, os imparto con afecto la bendición apostólica.



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