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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 5 de julio de 1995

 

1. Hoy deseo dar gracias a Dios por la visita a Eslovaquia, que inicié al día siguiente de la solemnidad de San Pedro y San Pablo y continué durante los días sucesivos, hasta el 3 de julio.

Agradezco al Episcopado de Eslovaquia la invitación y la preparación pastoral de esta visita. Doy también las gracias a las autoridades civiles, al presidente de la República eslovaca, al primer ministro y al Gobierno, así como a los representantes del Parlamento y a las autoridades locales. Mi peregrinación ha estado acompañada por la gran cordialidad que brota del momento histórico: era la primera vez que el Papa visitaba el Estado eslovaco independiente.

La nación eslovaca tiene una larga historia, que se remonta a los tiempos de Cirilo y Metodio y de su misión dentro de los confines del reino de la gran Moravia. En aquellos tiempos se erigió también la sede episcopal de Nitra, una de las más antiguas de toda la Europa central. A lo largo de su historia, los eslovacos primero vivieron en el ámbito de la gran Moravia y luego formaron parte del reino húngaro; esa situación duró hasta la primera guerra mundial. En el año 1918 nació la República checoslovaca, en el ámbito de la cual los eslovacos ―excluyendo el período de la segunda guerra mundial― fueron forjando su existencia estatal hasta el año 1993. Con gran admiración se debe constatar que las dos repúblicas, ahora independientes, la checa y la eslovaca, supieron dividirse de modo pacífico, sin conflictos y sin derramamiento de sangre, cosa que no sucedió, por desgracia, en la ex Yugoslavia. La división se fundó en las múltiples diferencias de las dos naciones, que, a pesar de todo, son semejantes en muchos aspectos, especialmente en la lengua. De este modo la nación eslovaca tiene ahora su propio Estado que abarca la vasta y fértil llanura al sur de los Cárpatos y de los montes Tatra.

La visita a Eslovaquia me ha permitido conocer mejor ese país y sus habitantes, sobre todo en los principales centros de la vida nacional y religiosa.

Así, el primer día estuve en Bratislava, capital del país, y fui al encuentro con los jóvenes en Nitra. El segundo día visité el santuario mariano de Saštin situado al norte de Bratislava, en el territorio de la Eslovaquia occidental. La mañana del domingo 2 de julio estuvo dedicada a la canonización de los tres mártires de Košice, ciudad en donde fueron martirizados durante el siglo XVII. En la canonización participaron los representantes de los Episcopados de toda la Europa central. A primera hora de la tarde me dirigí a Prešov, y luego, el mismo día, a Spiš, desde donde me trasladé al santuario mariano de Levoča. Spiš está en la parte de la Eslovaquia que se extiende al pie de los montes Tatra, de forma que en el último día pude volver a ver esos montes, a los cuales estuve muy vinculado en mi juventud. El último lugar que visité en el viaje fue la ciudad de Poprad, desde la cual volví a Roma.

2. El objetivo principal de mi visita a Eslovaquia fue la canonización de los tres mártires de Košice y a este acontecimiento quisiera dedicar una atención especial. Esos mártires son: Marcos Križevci, croata, canónigo de la catedral de Esztergom, y también dos jesuitas: Melchor Grodziecki de Silesia, polaco, y Esteban Pongrácz, húngaro. Su martirio tuvo lugar en el mismo período de la historia de Europa en que, en la ciudad de Olomouc, en Moravia, fue martirizado san Ján Sarkander, a quien tuve la dicha de inscribir hace poco en el catálogo de los santos. Los mártires de Košice dieron la vida por su fidelidad a la Iglesia, sin ceder a la brutal presión de la autoridad civil de los soberanos, que querían obligarlos a la apostasía. Los tres aceptaron el martirio con espíritu de fe y de amor hacia sus perseguidores. Inmediatamente después de su muerte se convirtieron en objeto de culto en Eslovaquia y, al comienzo de nuestro siglo, después de un esmerado proceso canónico, la Iglesia los proclamó beatos. Ahora, una vez madura la causa de canonización, he podido proclamarlos santos durante mi estancia en Košice, con gran participación de la población católica local.

Esta canonización fue también un acontecimiento ecuménico importante, como lo demostraron el encuentro con los representantes de las confesiones protestantes y la visita al lugar que recuerda la muerte de un grupo de fieles de la Reforma, condenados en el siglo XVII en nombre del principio cuius regio, eius religio. De ese hecho queda como recuerdo un monumento erigido en la ciudad de Prešov, ante el cual hice unos minutos de oración.

3. Prešov es también la localidad en donde tiene su residencia el obispo greco católico. La Iglesia oriental, que tiene sus fieles en ambas partes de los Cárpatos nació de la unión realizada hace 350 años en Uzgorod, en el territorio que primero perteneció a Hungría y luego a la República checoslovaca, y que ahora forma parte de Ucrania. En cierto sentido la eparquía de Presov forma parte de esa Iglesia, en el extremo de la zona occidental que concentra los greco-católicos eslovacos y los rutenos más allá de los Cárpatos. Aunque toda la Iglesia católica en Checoslovaquia, durante el régimen comunista, estuvo sometida a graves persecuciones, éstas afectaron de modo especial a los greco católicos eslovacos de la eparquía de Prešov.

4. No se debe olvidar que toda la Iglesia de Eslovaquia, que se encontraba en el ámbito de la República comunista checoslovaca de entonces, sufrió dolorosas persecuciones. A casi todos los obispos se les impidió desempeñar su servicio pastoral. Muchos pasaron grandes penalidades en las cárceles. Algunos de ellos acabaron su vida como verdaderos mártires: pienso, en particular, en mons. Wojtaššák, obispo de la diócesis de Spis, y en mons. Pavel Gojdic, obispo greco-católico de Prešov. Un testigo particular de esta generación de obispos encarcelados a causa de la fe es el cardenal Ján Chryzostom Korec, actual ordinario de Nitra.

La Iglesia de Eslovaquia, desde hace pocos años, goza de libertad religiosa y tal vez este hecho explica la gran vitalidad que he podido ver y palpar por doquier durante mi visita. El problema de la persecución de la Iglesia en Eslovaquia y la cuestión de sus mártires exigen una reflexión más profunda, que no podrá menos de incluirse en la preparación espiritual para el jubileo del segundo milenio.

Si nos preguntamos de dónde sacaron los eslovacos la fuerza en el período de la persecución, la respuesta la hallamos, de modo especial, visitando los santuarios marianos. Durante ese período difícil para la nación y para la Iglesia en Eslovaquia, los santuarios se convirtieron en un gran punto de apoyo para la fe del pueblo de Dios. Allí ninguna prohibición de la policía y de la Administración pudo vencer. Desde los santuarios marianos, como Šaštin y Levoča, esa fuerza se irradió hacia los fieles, las familias, las parroquias, es decir, hacia toda Eslovaquia.

5. Como se puede deducir de cuanto he dicho, la visita a la Iglesia en Eslovaquia se inscribe en la amplia historia de la salvación en nuestro siglo. Y, al mismo tiempo, se inscribe en la historia de la nación eslovaca y de su lugar en Europa. Precisamente, en gran medida gracias a la misión de la Iglesia, la nación eslovaca obtuvo su independencia como nación, cuyos ciudadanos son en su mayoría católicos, y entró en la gran comunidad de los pueblos de todo el mundo, y particularmente de Europa. Eslovaquia aporta a esta comunidad la contribución de su identidad cultural; y aporta también la voluntad de construir su herencia y la europea sobre los principios que brotan de los derechos de las naciones, adecuadamente reconocidos y defendidos en el ámbito internacional, incluidos desde luego los relativos a la minorías.

La Sede apostólica y el Papa expresan su reconocimiento por el patrimonio de la Eslovaquia independiente, poniendo así de relieve también el derecho de esta nación a ocupar el lugar que le corresponde en el concierto de las naciones europeas como miembro con título pleno.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar cordialmente a los visitantes de lengua española.

De modo especial, a las Misioneras de Nuestra Señora del Pilar, a los fieles diocesanos de Santander y Cuenca, a los grupos parroquiales y a los alumnos de los Padres Escolapios de Logroño.

Saludo también al Coro Nacional de Niños argentinos, y a los diversos peregrinos de Costa Rica y Venezuela.

Al agradecer a todos las oraciones que ofrecéis al Señor por mi ministerio de Sucesor de Pedro, os imparto con afecto mi bendición apostólica.



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