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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 23 de abril de 1997

 

«Mujer, he ahí a tu hijo»

1. Después de recordar la presencia de María y de las demás mujeres al pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: «Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dice al discípulo: "He ahí a tu madre"» (Jn 19, 26-27).

Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen una «escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos.

Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como manifestación de la piedad filial de Jesús hacia su madre, encomendada para el futuro al discípulo predilecto, van mucho más allá de la necesidad contingente de resolver un problema familiar. En efecto, la consideración atenta del texto, confirmada por la interpretación de muchos Padres y por el común sentir eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno de los hechos más importantes para comprender el papel de la Virgen en la economía de la salvación.

Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal intención no es confiar su madre a Juan, sino entregar el discípulo a María, asignándole una nueva misión materna. Además, el apelativo «mujer», que Jesús usa también en las bodas de Caná para llevar a María a una nueva dimensión de su misión de Madre, muestra que las palabras del Salvador no son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que quieren situarse en un plano más elevado.

2. La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimiento en María, no cambia de por sí sus condiciones habituales de vida. En efecto, al salir de Nazaret para comenzar su vida pública, Jesús ya había dejado sola a su madre. Además, la presencia al pie de la cruz de su pariente María de Cleofás permite suponer que la Virgen mantenía buenas relaciones con su familia y sus parientes, entre los cuales podía haber encontrado acogida después de la muerte de su Hijo.

Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significado más auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciadas en el momento del sacrificio redentor, esa circunstancia les confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después de las expresiones de Jesús a su madre, añade un inciso significativo: «sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido» (Jn 19, 28), como si quisiera subrayar que había culminado su sacrificio al encomendar su madre a Juan y, en él, a todos los hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de la salvación.

3. La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad de María con respecto al discípulo, constituye un nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vida por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta al entregar una madre, la suya, que así se convierte también en madre nuestra.

Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera.

La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas de Caná y del Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los vivientes» (Gn 3, 20). Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo.

Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para ella muy doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús: «Mujer, he ahí a tu hijo», permiten a María intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría la anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por consiguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el inicio a extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión universal.

Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina.

4. Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal de María, pero instauró una relación materna concreta entre ella y el discípulo predilecto. En esta opción del Señor se puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no sea interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y personal relación de María con cada uno de los cristianos.

Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de María, reconozca plenamente en ella a su madre, encomendándose con confianza a su amor materno.


Llamamiento en favor de la paz en Zaire y del regreso de los refugiados ruandeses

Nuevamente dirijo mi afectuoso y, a la vez, doloroso pensamiento a Zaire y a toda su población, que sigue sufriendo también en este tiempo de Pascua, que debería ser tiempo de alegría.

Pido insistentemente a todas las partes implicadas en el conflicto que acepten un diálogo leal y unas verdaderas negociaciones, sumándose a los esfuerzos de la comunidad internacional, para que se llegue cuanto antes al cese de las hostilidades y se reanude el camino hacia una auténtica democracia. Sólo así se ahorrarán a tantos inocentes ulteriores y más graves sufrimientos.

Deseo llamar la atención de todos hacia la tragedia de los refugiados ruandeses, que no parece tener fin. Suplico que se les asegure la ayuda que necesitan. Pido que se les facilite su regreso a la patria, con dignidad, seguridad y justicia, sin poner obstáculos o barreras a los planes elaborados con ese fin.

A Cristo resucitado, vencedor del odio y de la muerte, elevamos nuestra unánime oración, para que la paz, que él quiere regalar como don pascual a Zaire y a la humanidad entera, encuentre acogida en corazones renovados y reconciliados

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Saludos

(A los peregrinos checos de la parroquia de Úpice)
Si Dios quiere, dentro de pocos días iré a vuestra querida patria para celebrar el milenio del martirio de san Adalberto, primer obispo bohemio en la sede de Praga. Que la preciosa herencia de este santo encienda en vosotros el deseo de verdad y de servicio a Dios con corazón indiviso. ¡Nos veremos en la República Checa!.

(A los peregrinos eslovacos)
«Hoy se celebra en Eslovaquia la memoria de san Adalberto, que murió mártir hace mil años. De esta forma demostró su gran amor a Cristo y difundió este amor en varias naciones de Europa. En Eslovaquia sigue todavía viva su presencia, también gracias a la actividad de la Asociación de san Adalberto. Convenceos de que la cultura inspirada en el evangelio de Cristo enriquece a la nación con verdaderos valores. Interesaos por la cultura cristiana, a fin de que vuestra nación sea una parte sana de la Europa cristiana.

(En español)
Deseo saludar ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la Policía nacional de España, así como a las Asociaciones valencianas de jubilados y pensionistas del reino de Valencia y del Banco Central Hispano. Saludo también al grupo de delegados de «Telecom» provenientes de diversos países de América. A todas las personas y grupos venidos de España y América Latina os imparto con afecto la bendición apostólica.

(En italiano)
A vosotros, queridísimos jóvenes, enfermos y recién casados, va mi especial recuerdo con profundo afecto.

Como sabéis, al final de esta semana me dirigiré a la República Checa para recordar el milenio del martirio de san Adalberto obispo, cuya memoria litúrgica se celebra hoy. El ejemplo de este heroico predicador del Evangelio y fundador de comunidades cristianas sea para vosotros, queridos jóvenes, modelo de generoso testimonio cristiano; para vosotros, queridos enfermos, apoyo en el ofrecimiento diario de vuestro sufrimiento; y para vosotros, queridos recién casados, ayuda y sostén en la santificación de vuestro amor conyugal.

A todos imparto mi bendición.



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