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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 15 de abril de 1998

 

1. La audiencia general de hoy se celebra en la octava de Pascua. En esta semana, y durante todo el arco de tiempo que llega hasta Pentecostés, la comunidad cristiana percibe de modo especial la presencia viva y eficaz de Cristo resucitado. En el espléndido marco de luz y júbilo propios del tiempo pascual, proseguimos nuestras reflexiones de preparación para el gran jubileo del año 2000. Hoy nos detenemos una vez más en el sacramento del bautismo que, sumergiendo al hombre en el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo, le comunica la filiación divina y lo incorpora a la Iglesia.

El bautismo es esencial para la comunidad cristiana. En particular, la carta a los Efesios sitúa el bautismo entre los fundamentos de la comunión que une a los discípulos de Cristo. «Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados, la de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos...» (Ef 4, 4-6).

La afirmación de un solo bautismo en el contexto de las otras bases de la unidad eclesial reviste una importancia particular. En realidad, remite al único Padre, que en el bautismo ofrece a todos la filiación divina. Está íntimamente relacionado con Cristo, único Señor, que une a los bautizados en su Cuerpo místico, y con el Espíritu Santo, principio de unidad en la diversidad de los dones. Al ser sacramento de la fe, el bautismo comunica una vida que abre el acceso a la eternidad y, por tanto, hace referencia a la esperanza, que espera con certeza el cumplimiento de las promesas de Dios.

El único bautismo expresa, por consiguiente, la unidad de todo el misterio de la salvación.

2. Cuando san Pablo quiere mostrar la unidad de la Iglesia, la compara con un cuerpo, el cuerpo de Cristo, edificado precisamente por el bautismo: «Hemos sido todos bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1 Co 12, 13).

El Espíritu Santo es el principio de la unidad del cuerpo, pues anima tanto a Cristo cabeza como a sus miembros. Al recibir el Espíritu, todos los bautizados, a pesar de sus diferencias de origen, nación, cultura, sexo y condición social, son unidos en el cuerpo de Cristo, de modo que san Pablo puede decir: «Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28).

3. Sobre el fundamento del bautismo, la primera carta de san Pedro exhorta a los cristianos a colaborar con Cristo en la construcción del edificio espiritual fundado por él y sobre él: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 P 2, 4-5). Por tanto, el bautismo une a todos los fieles en el único sacerdocio de Cristo, capacitándolos para participar en los actos de culto de la Iglesia y transformar su existencia en ofrenda espiritual agradable a Dios. De ese modo, crecen en santidad e influyen en el desarrollo de toda la comunidad.

El bautismo es también fuente de dinamismo apostólico. El Concilio recuerda ampliamente la tarea misionera de los bautizados, en conformidad con su propia vocación; en la constitución Lumen gentium, enseña: «Todos los discípulos de Cristo han recibido el encargo de extender la fe según sus posibilidades» (n. 17). En la encíclica Redemptoris missio subrayé que, en virtud del bautismo, todos los laicos son misioneros (cf. n. 71).

4. El bautismo es un punto de partida fundamental también para el compromiso ecuménico.

Con respecto a nuestros hermanos separados, el decreto sobre el ecumenismo declara: «En efecto, los que creen en Cristo y han recibido debidamente el bautismo están en una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica» (Unitatis redintegratio, 3). El bautismo conferido de forma válida obra, en realidad, una efectiva incorporación a Cristo y hace que todos los bautizados, independientemente de la confesión a la que pertenecen, sean verdaderamente hermanos y hermanas en el Señor. El Concilio enseña a este propósito: «El bautismo constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados en él» (ib., 22).

Se trata de una comunión inicial, que debe desarrollarse en la dirección de la unidad plena, como el mismo Concilio recomienda: «El bautismo por sí mismo es sólo un principio y un comienzo, porque todo él tiende a conseguir la plenitud de vida en Cristo. Así pues, el bautismo se ordena a la profesión íntegra de la fe, a la incorporación plena en la economía de la salvación, como el mismo Cristo quiso, y finalmente a la incorporación íntegra en la comunión eucarística» (ib.).

5. En la perspectiva del jubileo, esta dimensión ecuménica del bautismo merece ser puesta especialmente de relieve (cf. Tertio millennio adveniente, 41).

Dos mil años después de la venida de Cristo, los cristianos se presentan al mundo, por desgracia, sin la unidad plena que él deseó y por la que rogó. Pero, mientras tanto, no debemos olvidar que lo que ya nos une es muy grande. Es necesario promover, en todos los niveles, el diálogo doctrinal, la apertura y la colaboración recíprocas y, sobre todo, el ecumenismo espiritual de la oración y del compromiso de santidad. Precisamente la gracia del bautismo es el fundamento sobre el que hay que construir la unidad plena, hacia la que el Espíritu nos impulsa sin cesar.


Saludos

Saludo ahora con afecto a todos los peregrinos españoles y latinoamericanos; en particular, a los grupos venidos de España, Argentina, Colombia y México. Mientras os invito a vivir con alegría desbordante este tiempo pascual, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(Al coro «Voces del mundo », compuesto en su mayor parte por coros de Irlanda del norte y del sur, de Italia y Polonia)
Vuestra presencia nos ofrece la oportunidad de volver a dar gracias a Dios por los importantes pasos dados recientemente a fin de llevar la paz a Irlanda del norte.

«¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Con estas palabras comenzó su saludo a los peregrinos holandeses y belgas; en particular a los seminaristas y a sus formadores de la diócesis de Haarlem, acompañados por el obispo, mons. Hendrik Joseph Alois Bomers, c.m., y el obispo auxiliar, mons. Joseph Maria Punt. «"La vocación sacerdotal —les dijo— es un don de Dios, que constituye ciertamente un gran bien para quien es su primer destinatario. Pero es también un don para toda la Iglesia, un bien para su vida y misión" (Pastores dabo vobis, 41). Ojalá que vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles en la octava de Pascua os fortifique en vuestra vocación, un don de Jesucristo resucitado».

«Que Cristo resucitado llene vuestros corazones de su amor y de su gozo», dijo a los peregrinos lituanos. He aquí las palabras que dirigió a los checos procedentes de Brno y alrededores: «Ruego a Dios omnipotente que infunda en vosotros la verdadera alegría de la resurrección de Cristo y os acompañe siempre con sus numerosos dones».

A los fieles eslovacos les habló así: «En estos días profesemos con fe gozosa que el Señor Jesús ha resucitado de entre los muertos y está eternamente vivo. Esta fe refuerza en nosotros la esperanza de que también nuestro cuerpo resucitará para ser glorificado con Jesús. Os deseo que esta esperanza reavive siempre vuestro amor a Dios y al prójimo».

Después de saludar a cada uno de los grupos de los numerosos peregrinos croatas (1.845), se dirigió en particular al obispo de Požega, mons. Antun Škvorcevic, que presidía la peregrinación diocesana a las tumbas de los santos apóstoles Pedro y Pablo y a los lugares vinculados a la vida y al martirio de san Lorenzo, patrono de esa joven diócesis. Luego añadió: «Queridísimos hermanos, con este gesto, en el que toman parte los componentes de la Iglesia de Požega, habéis querido confirmar la comunión con la Iglesia de Roma y el sucesor de Pedro. Regresad a casa confirmados en la fe y, al prepararos a cruzar el umbral del tercer milenio cristiano, dad testimonio de los valores evangélicos, tan necesarios para la reconstrucción material y espiritual de vuestra patria, que sufrió primero largos años de dictadura y luego una guerra devastadora».

Dio la bienvenida a los seminaristas de Eslovenia, que culminan las fiestas pascuales con la visita a los monumentos cristianos de Roma. «Éstos —les dijo— os recuerdan que debéis ser hombres de oración. Para poder llevar a los otros a Cristo, es necesario instaurar con él una intimidad que se alcanza sólo pasando juntos mucho tiempo. Los años de seminario están destinados a la meditación fiel de la palabra de Dios y a la participación activa en los sacramentos, especialmente en la santa misa. Esto intensificar á vuestra amistad con Cristo y os preparará para el apostolado sacerdotal. Os encomiendo a la Madre celeste Marija Pomagaj y os imparto mi bendición apostólica».

El Papa habló, por último, en italiano. Dio una cordial bienvenida en particular a los Frailes Menores de la custodia del santuario de la Anunciación en Nazaret y a los Frailes Menores Capuchinos del santuario de Loreto, que habían acudido a la audiencia para que bendijera y coronara la estatua de «María de Nazaret», que visitará diversas capitales del mundo. «Queridísimos hermanos —prosiguió—, manifiesto mi viva complacencia por esta iniciativa mariana de preparación al gran jubileo del año 2000, y deseo que, por intercesión de la Virgen santa, la "Peregrinatio Mariae" mundial constituya una ocasión providencial de anuncio renovado del Evangelio y de gozoso testimonio cristiano». Para los diáconos de la Compañía de Jesús, acompañados de sus superiores y familiares, invocó una abundante efusión de dones celestiales, que les confirme en sus generosos propósitos de fidelidad al Señor.

Luego saludó también a otros grupos y finalmente añadió estas palabras:

Dirijo, ahora, unas palabras a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En este tiempo pascual os exhorto, jóvenes, y en particular al numeroso grupo de la profesión de fe, proveniente de diversas parroquias, arciprestazgos y colegios de Lombardía, a conjugar la fe en el Señor resucitado con el empeño diario de solidaridad para con los hermanos más pobres. Os invito a vosotros, enfermos, a ser testigos de la cruz gloriosa de Cristo; y a vosotros, recién casados, a contribuir con vuestro amor fiel y fecundo a la construcción de la civilización del amor, que nace de la Pascua.



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