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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 4 de agosto de 2004

 

Cristo, siervo de Dios

1. En nuestro itinerario a través de los salmos y cánticos que constituyen la liturgia de las Horas nos encontramos con el cántico del capítulo segundo de la carta a los Filipenses, versículos 6-11, que se reza en las primeras Vísperas de los cuatro domingos en que se articula la liturgia.

Lo meditamos por segunda vez, para seguir penetrando en su riqueza teológica. En estos versículos brilla la fe cristiana de los orígenes, centrada en la figura de Jesús, reconocido y proclamado hermano nuestro en la humanidad, pero también Señor del universo. Por consiguiente, es una auténtica profesión de fe cristológica, que refleja muy bien el pensamiento de san Pablo, pero que también puede ser un eco de la voz de la comunidad judeocristiana anterior al Apóstol.

2. El cántico comienza hablando de la divinidad, propia de Jesucristo. En efecto, a él le corresponde la "naturaleza" y la condición divina, la morphè —como se dice en griego—, o sea, la misma realidad íntima y trascendente de Dios (cf. v. 6). Sin embargo, él no considera su identidad suprema y gloriosa como un privilegio del cual hacer alarde, un signo de poder y de mera supremacía.

El movimiento del himno avanza claramente hacia abajo, es decir, hacia la humanidad. "Al despojarse" y casi "vaciarse" de aquella gloria, para asumir la morphè, o sea, la realidad y la condición de esclavo, el Verbo entra por esta senda en el horizonte de la historia humana. Más aún, se hace semejante a los seres humanos (cf. v. 7) y se rebaja hasta someterse incluso a la muerte, signo del límite y de la finitud. Esta es la humillación extrema, porque acepta la muerte de cruz, que la sociedad de entonces consideraba la más infame (cf. v. 8).

3. Cristo elige rebajarse desde la gloria hasta la muerte de cruz:  este es el primer movimiento del cántico, sobre el que volveremos a reflexionar para ponderar otros aspectos.

El segundo movimiento avanza en sentido inverso:  desde abajo se eleva hacia lo alto, desde la humillación se asciende hacia la exaltación. Ahora es el Padre quien glorifica al Hijo, arrancándolo de la muerte y entronizándolo como Señor del universo (cf. v. 9). También san Pedro, en el discurso de Pentecostés, declara que "al mismo Jesús que vosotros crucificasteis Dios lo ha constituido Señor y Mesías" (Hch 2, 36). Así pues, la Pascua es la epifanía solemne de la divinidad de Cristo, antes velada por su condición de siervo y de hombre mortal.

4. Ante la grandiosa figura de Cristo glorificado y entronizado todos se postran en adoración. No sólo en el horizonte de la historia humana, sino también en los cielos y en los abismos (cf. Flp 2, 10) se eleva una intensa profesión de fe:  "Jesucristo es Señor" (v. 11). "Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos" (Hb 2, 9).

Concluyamos este breve análisis del cántico de la carta a los Filipenses, sobre el que hemos de volver, dando la palabra a san Agustín, el cual, en su Comentario al evangelio de san Juan, remite al himno paulino para celebrar el poder vivificador de Cristo que realiza nuestra resurrección, arrancándonos de nuestro límite mortal.

5. He aquí las palabras del gran Padre de la Iglesia:  "Cristo, "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios". ¿Qué hubiera sido de nosotros, aquí en el abismo, débiles y apegados a la tierra, y por ello imposibilitados de llegar a Dios? ¿Podíamos ser abandonados a nosotros mismos? De ninguna manera. Él "se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo", pero sin abandonar la forma de Dios. Por tanto, el que era Dios se hizo hombre, asumiendo lo que no era sin perder lo que era; así, Dios se hizo hombre. Por una parte, aquí encuentras la ayuda a tu debilidad; y, por otra, todo lo que necesitas para alcanzar la perfección. Que Cristo te eleve en virtud de su humanidad, te guíe en virtud de su humana divinidad y te conduzca a su divinidad. Queridos hermanos, toda la predicación cristiana y la economía de la salvación, centrada en Cristo, se resumen en esto y en nada más:  en la resurrección de las almas y en la resurrección de los cuerpos. Ambos estaban muertos:  el cuerpo, a causa de la debilidad; y el alma, a causa de la iniquidad; ambos estaban muertos y era necesario que ambos, el alma y el cuerpo, resucitaran. ¿En virtud de quién resucita el alma sino en virtud de Cristo Dios? ¿En virtud de quién resucita el cuerpo sino en virtud de Cristo hombre? (...) Que resucite tu alma de la iniquidad en virtud de su divinidad y resucite tu cuerpo de la corrupción en virtud de su humanidad" (Commento al Vangelo di san Giovanni, 23, 6, Roma 1968, p. 541).


Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos y familias de lengua española. Muchas gracias por vuestra visita. Buena continuación del verano.

Desde aquí quiero enviar un saludo a los jóvenes de España y de toda Europa reunidos estos días en Compostela, junto a la tumba del apóstol Santiago, donde encuentran la meta de su peregrinación. Allí pensáis en Europa, la misma Europa a la que en ese lugar, durante mi primera visita como Sucesor de san Pedro, invité a ser ella misma y a encontrarse con sus raíces cristianas.

Queridos jóvenes, centinelas del futuro, comprometeos a que la luz de Cristo, con vuestros ideales, trabajo y oración, alumbre el camino de Europa en un nuevo amanecer de fe y esperanza. Os abrazo con afecto y os bendigo de corazón.

(En polaco)
Viajando por los itinerarios de las vacaciones, abrís vuestros ojos a la belleza del mundo que nos rodea y del prójimo. Enriquecidos con estas experiencias, seguid con perseverancia a Cristo, defendiendo siempre los valores que dan sentido a la vida humana. Os bendigo a todos de corazón.

(En italiano)
Queridos hermanos, la liturgia nos recuerda hoy a un sacerdotes muy amado por sus contemporáneos:  san Juan María Vianney, el santo cura de Ars.

Que su ejemplo y su intercesión os estimulen a vosotros, queridos jóvenes, a corresponder con generosidad a las invitaciones de la gracia; os ayuden a vosotros, queridos enfermos, a comprender cada vez mejor el valor del sufrimiento aceptado por amor al Señor; y a vosotros, queridos recién casados, os hagan apreciar la virtud de la humildad, que es el fundamento de la armonía familiar.



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