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VISITA AL SANTUARIO ROMANO DE LA VIRGEN DEL DIVINO AMOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Martes 1 de mayo de 1979

 

Hoy, primer día de mayo, la Iglesia nos muestra a Cristo, Hijo de Dios, en el banco de trabajo, en la casa de José de Galilea.

Venerando a este excepcional hombre de trabajo, al carpintero de Nazaret, la Iglesia desea unirse espiritualmente a todo el mundo del trabajo, poniendo de relieve la dignidad del trabajo y, de modo particular, el trabajo físico, y desea encomendar a Dios a todos los trabajadores y los múltiples problemas que les conciernen. Lo haremos también nosotros durante este Sacrificio de la Santa Misa.

Estoy contento de encontrarme en medio de vosotros, queridos hermanos y hermanas, en unión de fe y de oración, bajo la mirada de la Santísima Virgen del Divino Amor, quien desde este sugestivo santuario, que es el corazón de la devoción mariana de la diócesis de Roma y sus alrededores, vela maternalmente sobre todos los fieles que se confían a su protección y custodia en su peregrinar acá abajo en la tierra.

1. En este día primero del mes de mayo, junto con todos vosotros, también yo he querido venir en peregrinación a este lugar bendito, para arrodillarme a los pies de la imagen milagrosa, que, desde hace siglos, no cesa de dispensar gracias y consuelo espiritual, y para dar así comienzo solemne al mes mariano, que en la piedad popular encuentra expresiones sumamente delicadas de veneración y afecto hacia nuestra Madre dulcísima. La tradición cristiana, que nos hace ofrecer flores, "ramilletes" y piadosos propósitos a la Toda-hermosa y Toda-santa, encuentre en este santuario, que surge en medio de la campaña romana, rica de luz y verdor, el punto ideal de referencia en este mes consagrado a Ella. Tanto más que su imagen, representada sentada en el trono, con el Niño Jesús en brazos, y con la paloma descendiendo sobre Ella, como símbolo del Espíritu Santo, que es precisamente el Divino Amor, nos trae a la mente los vínculos dulces y puros que unen a la Virgen María con el Espíritu Santo y con el Señor Jesús, Flor nacida de su seno, en la obra de nuestra redención: cuadro admirable, ya contemplado, en una invocación lírica, por el mayor poeta italiano, cuando hace exclamar a San Bernardo: "En tu seno se enciende el Amor / por el que caldeada en la eterna paz / ha brotado así esta Flor" (Paradiso, 35, 7-9).

2. En este clima espiritual de piedad mariana, se celebra el próximo domingo la Jornada de Oración por las Vocaciones, tanto sacerdotales, como simplemente religiosas: Jornada a la que la Iglesia da gran importancia, en un momento en e] que el problema de las vocaciones está en el centro de la más viva preocupación y solicitud de la pastoral eclesial. No os desagrade incluir esta intención en vuestras plegarias durante todo el mes de mayo. El mundo tiene hoy más que nunca necesidad de sacerdotes y religiosos, de religiosas, de almas consagradas, para salir al encuentro de las inmensas necesidades de los hombres: niños y jóvenes, que esperan quien les enseñe el camino de la salvación; hombres y mujeres, a quienes el fatigoso trabajo cotidiano hace sentir más agudamente la necesidad de Dios; ancianos, enfermos y pacientes que esperan quien se incline sobre sus tribulaciones y les abra la esperanza del cielo. Es un deber del pueblo cristiano pedir a Dios, por intercesión de la Virgen. que envíe obreros a su mies (cf. Mt 9, 38), haciendo oír a tantos jóvenes su voz que sensibilice su conciencia hacia los valores sobrenaturales y les haga comprender y evaluar, en toda su belleza, el don de esta llamada.

3. Pero además de dar comienzo al mes de mayo, he venido como Obispo de Roma, a visitar el centro parroquial que, a la sombra del santuario, desarrolla su actividad pastoral en medio de las poblaciones limítrofes, bajo la dirección del cardenal Poletti, mi Vicario General; del obispo auxiliar, mons. Riva; y con el trabajo del celoso párroco, don Silla, de los vicepárrocos y de las religiosas Hijas de la Virgen del Divino Amor.

Queridos sacerdotes, conozco vuestro celo y las dificultades que encontráis en el trabajo apostólico a causa de la distancia y del aislamiento en que se encuentran los barrios y caseríos confiados a vuestros cuidados pastorales. Pero sed intrépidos en la fe y en la fidelidad a vuestro ministerio, para desarrollar cada vez más entre las almas el sentido de la parroquia, como comunidad de auténticos creyentes; para incrementar la pastoral familiar, por medio de la cual una casa, o un grupo de casas, se conviertan en lugar de evangelización, de catequesis y de promoción humana; y para dedicar la debida atención a los muchachos y a los jóvenes, que representan el porvenir de la Iglesia. En este esfuerzo vuestro os expreso mi estímulo y os exhorto "junto con el Pueblo de Dios, que mira a María con tanto amor y esperanza", a recurrir en las dificultades "a Ella con esperanza y amor excepcionales. De hecho, debéis anunciar a Cristo que es su Hijo; ¿y quién mejor que su Madre os transmitirá la verdad acerca de El? Tenéis que alimentar los corazones humanos con Cristo; ¿y quién puede haceros más conscientes de lo que realizáis, sino la que lo ha alimentado?" (cf. Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, núm. 11).

4. Ya he hablado de la atención que esta parroquia dedica a los muchachos: pues bien, precisamente a los niños, que dentro de poco recibirán el sacramento de la confirmación, deseo dirigir una palabra de afecto sincero y de complacencia por la preparación que han tenido para recibir dignamente el don del Espíritu Santo, que el día de Pentecostés fue enviado sobre los Apóstoles, para que fueran en medio de los hombres, testigos intrépidos de Cristo y mensajeros esforzados de la Buena Nueva. Queridos muchachos, con el sacramento de la confirmación recibiréis la virtud de la fortaleza, para que no tengáis que retroceder ante los obstáculos que se interponen en el sendero de vuestra vida cristiana. Recordad que la imposición de las menos y el signo de la cruz con el sagrado crisma, os configuraran más perfectamente con Cristo, y os darán la gracia y el mandato de difundir entre los hombres su "buen olor" (2 Cor 2, 15).

5. Y ahora, mientras nos disponemos a celebrar el sacrificio eucarístico, en el que veneramos sobre el altar al "verdadero Cuerpo nacido de la Virgen María", no podemos menos de volver a sentir en nuestro espíritu las suaves expresiones de la liturgia de la Palabra, que han exaltado a María como la "Esposa que se engalana para su esposo" (cf. Ap 21, 1-5), la "Mujer" de la que ha nacido el Hijo de Dios (cf. Gál 4, 4-7) y, finalmente, la Madre del "Hijo del Altísimo" (cf. Lc 1, 26-38). Como veis, la Virgen está unida a Jesús; es para Jesús; es Madre de Jesús; introduce a Jesús en el mundo: Ella está, pues, en la cumbre de los destinos de la humanidad. Es Ella, quien por virtud del Espíritu Santo, esto es, del Divino Amor, hace a Cristo hermano nuestro con su maternidad divina, y como es Madre de Cristo en la carne, así lo es, por solidaridad espiritual, del Cuerpo místico de Cristo, que somos todos nosotros; es Madre de la Iglesia. Por esto, mientras sube al Padre celeste el sacrificio de alabanza, elevemos a nuestra dulcísima Madre, delante de su santuario, una plegaria que brote de nuestro corazón de hijos devotos:

Salve, oh Madre, Reina del mundo.

Tú eres la Madre del Amor Hermoso,
Tú eres la Madre de Jesús, fuente de toda gracia,
el perfume de toda virtud,
el espejo de toda pureza.
Tú eres alegría en el llanto, victoria en la batalla, esperanza en la muerte.
¡Como dulce sabor tu nombre en nuestra boca,
como suave armonía en nuestros oídos,
como embriaguez en nuestro corazón!
Tú eres la felicidad de los que sufren,
la corona de los mártires,
la belleza de las vírgenes.
Te suplicamos que nos guíes, después de este destierro,
a la posesión de tu Hijo, Jesús.
Amén.

 



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