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IX CENTENARIO DEL MARTIRIO DE SAN ESTANISLAO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Iglesia de San Estanislao, Roma
Domingo 13 de mayo de 1979

 

1. "Permaneced...".

La palabra que más frecuentemente se repite en las lecturas del V domingo de Pascua es precisamente la palabra "permaneced". Con esta palabra Cristo resucitado, antes crucificado, nos invita a la unión con El. Nos presenta esta unión, haciendo referencia a una semejanza tomada del orden de la naturaleza. Los sarmientos permanecen en la vid y por eso dan fruto. No pueden darlo por sí mismos, si falta esa unión orgánica con la vid. Efectivamente, en tal caso, permanecen sólo sarmientos y ramas secas, que se recogen y se echan al fuego. Para que puedan servir de leña para arder. En cambio, mientras los sarmientos permanecen en la vid y sacan de ella el jugo vital, continúan siendo auténticos sarmientos. Constituyen una sola cosa con la vid, e incluso se definen juntamente con el mismo nombre "la vid". Merecen también cuidados diligentes por parte del dueño, del viñador. El mira atentamente cada vid y cada sarmiento. Si da fruto, "lo poda" para que dé todavía más fruto. Pero si no da fruto, lo corta para que no estorbe, y con su follaje infecundo no haga pesada a la vid.

He aquí la semejanza.

He aquí la imagen en que se expresa todo lo que debía ser dicho, para que los oyentes entendieran, primero: el misterio de la permanencia espiritual en Cristo, y después: el deber de dar frutos espirituales por el hecho de permanecer en El. Por esto el Maestro utiliza al mismo tiempo el lenguaje descriptivo, mostrando al sarmiento que permanece en la vid, y el normativo, dando un precepto; dice "permaneced en mí".

2. ¿En qué consiste este "permanecer" nuestro en Jesucristo? El mismo San Juan, que ha incluido la alegoría de la vid en su Evangelio, ofrece, como autor de la primera Carta, una respuesta a esta pregunta. "El que guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 3, 24). Esta es la prueba. más evidente. El Apóstol parece como si dudara al responder al interrogante de si es posible determinar y comprobar, con la ayuda de algún criterio verificable, una realidad tan misteriosa como es el permanecer de Dios en el hombre y, gracias a esto, del hombre en Dios. Esta realidad es de naturaleza estrictamente espiritual. ¿Es posible comprobar, certificar esta realidad? ¿Puede el hombre tener certeza de que sus obras son buenas, agradables a Dios y que sirven para su permanencia en el alma? ¿Puede el hombre tener certeza de que se halla en estado de gracia?

El Apóstol contesta a esta pregunta como si se respondiera a sí mismo y a la vez a nosotros: "Si el corazón no nos arguye, podemos acudir confiados a Dios" (1 Jn 3, 21), la confianza de que permanecemos en El y El en nosotros. Y si, en cambio, tenemos motivos de duda, podremos obtener seguridad interior y paz por el amor operante hacia Dios y hacia los hermanos, podremos "aquietar nuestros corazones ante El, porque si nuestro corazón nos arguye, mejor que nuestro corazón es Dios, que todo lo conoce" (1 Jn 3, 19-20). Aun entonces no cesarnos de estar en el rayo de su amor, que puede transformar el estado de pecado en estado de gracia, y hacer nuevamente de nuestro corazón la morada del Dios viviente. Sólo es necesaria nuestra respuesta a su amor. El amor es principio de la Vida Divina de nuestras almas. El amor es la ley de nuestro permanecer en Cristo: del sarmiento en la vid.

Amemos, pues —escribe San Juan—, amemos "de obra y de verdad" (1 Jn 3, 18). Demuestre nuestro amor su verdad interior mediante los hechos. Defendámonos de las apariencias del amor, "...no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de verdad. En eso conoceremos que somos de la verdad y aquietaremos nuestros corazones ante El" (1 Jn 3, 18-19). "Y nosotros conoceremos que permanece en nosotros por el Espíritu que nos ha dado" (1 Jn 3, 24).

3. Nos reunimos hoy, queridos hermanos y hermanas, en la iglesia de San Estanislao en Roma, para comenzar el Jubileo del IX centenario del martirio del Patrono de Polonia. Al mismo tiempo se ha comenzado en Cracovia, conforme a la antiquísima tradición polaca: el 8 de mayo y el domingo que sigue inmediatamente a este día.

Todos los años esta solemnidad constituye la fiesta patronal de la Iglesia en Polonia, y se une estrechamente con la solemnidad de la Claramontana Reina de Polonia, el 3 de mayo, y la fiesta de San Wojciech (Adalberto) en Gniezno, el 23 de abril.

Este año, que en relación con el IX centenario de la muerte de San Estanislao, ha sido proclamado año jubilar, esta fiesta anual de Cracovia constituye el comienzo de las celebraciones religiosas, cuyo coronamiento tendrá lugar el domingo de Pentecóstes y de la Santísima Trinidad.

La acostumbrada reunión de los polacos en la iglesia romana de San Estanislao recuerda la importante iniciativa del Siervo de Dios, cardenal Stanislaw Hozjusz, obispo de Warmia, y uno de los Legados del Papa en el Concilio de Trento, que precisamente junto a esta iglesia fundó la residencia de San Estanislao. El cardenal, nacido en Cracovia, y por esto espiritualmente sensible al culto del Santo obispo y mártir, quiso designar con su nombre este lugar en Roma, como para recordar a los compatriotas de Polonia que, desde hace muchos siglos, permanecen en unión con la Sede de San Pedro y que deben continuar y permanecer en esta unión. Aquí, en esta residencia, acabó su vida en el año 1579 aquel gran hombre de Iglesia, amigo íntimo de San Carlos Borromeo, y después fue sepultado en la iglesia de Santa María "in Trastevere", esto es, en la que actualmente es la iglesia titular del cardenal primado de Polonia. El 400 aniversario de la muerte del cardenal Hozjusz, coincide con el Jubileo de San Estanislao de este año.

4. Queridos compatriotas. La elocuencia de los hechos es tal, que nos permite comprender de modo más adecuado y más profundo el Evangelio de la vid y los sarmientos del domingo de hoy. Nosotros permanecemos en unión con Cristo desde el tiempo del bautismo de Polonia, y esta unión espiritual encuentra su expresión visible en la unión con la Iglesia. En el año del aniversario de la muerte de San Estanislao debemos una gratitud particular a Dios, que aceptó el sacrificio del martirio y por este martirio fortaleció nuestra unión con Cristo viviente en la Iglesia. Y así como durante el milenio hemos cantado el Te Deum de agradecimiento por el don de la fe y del bautismo, nos conviene cantar este año el Te Deum para dar gracias por el reforzamiento de lo que ha tomado sus principios en el bautismo.

Y al mismo tiempo, meditando sobre la alegoría de la vid y los sarmientos, miramos a la figura del "Dueño" que cultiva la viña, que cuida con solicitud a cada uno de los sarmientos y en caso de necesidad los "poda" para que den más fruto. Comprendiendo más profundamente el significado de esta alegoría, oremos con ardor y humildemente cada uno por sí mismo y todos por todos, para que los sarmientos no se sequen y no se separen de Cristo, que es la Vid. Oremos para que las fuerzas de la irreligiosidad, las fuerzas de la muerte no sean más poderosas que las fuerzas de la vida, que las luces de la fe. Hemos encendido sobre Polonia y sobre los polacos en todo el mundo las luces del milenio. Esforcémonos todos para que no se apaguen. Que brillen así como brilla, después de 10 siglos, la cruz de Estanislao Szczepanow sobre el corazón y la conciencia de los polacos, señalándoles a Cristo, que jamás cesa de ser "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6) de los hombres y de las naciones.

Y ahora quiero añadir una palabra para los fieles de lengua italiana reunidos aquí.

Nos hemos congregado en esta iglesia romana de San Estanislao para comenzar el Jubileo del IX centenario del martirio del Patrono de Polonia, como sucede al mismo tiempo también en Cracovia. Mientras os doy las gracias, os invito también a participar con vuestro pensamiento y sobre todo con vuestra oración en esta gran solemnidad de los polacos. La iglesia de San Estanislao, en la que nos encontramos, representa ya de por sí un vínculo concreto entre la ciudad de Roma y mi tierra de origen, puesto que fue fundada por el cardenal polaco Stanislaw Hozjusz, natural de Cracovia y obispo de Warmia, Legado Pontificio en el Concilio de Trento, que murió en 1579, precisamente en la residencia aneja a este sagrado edificio.

Queridísimos: Hoy hemos leído en la Misa el Evangelio de la vid y los sarmientos. La Palabra de Jesús es para todos nosotros un estímulo a permanecer unidos al Señor, desunidos del cual estamos, en cambio, destinados a secarnos y morir. Polonia, desde los tiempos de su bautismo, permanece fielmente unida a Cristo y da expresión a este vínculo espiritual de fe y de amor mediante su inserción visible en la Iglesia. Pues bien, en el aniversario del martirio de San Estanislao, debemos dar gracias particularmente al Señor, que aceptó la ofrenda sacrificial de su vida, mediante la cual se reforzó nuestra unión a Cristo viviente en la Iglesia.

Por lo tanto, procuremos rezar juntos con humildad y ardor, para que no nos separemos nunca del Señor y para que las fuerzas de la fe y de la vida en el Señor no sucumban nunca a las de la incredulidad y de la muerte. Así sea.

¡Alabado sea Jesucristo!

 



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