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MISA EN LA IGLESIA ROMANA DE SAN ANTONIO DE LOS PORTUGUESES

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Miércoles 23 de mayo de 1979

 

Señor cardenal patriarca y venerables hermanos en el Episcopado;
Excelentísimos señores;
queridísimos hijos e hijas de Portugal "fidelísimo":

¡La gracia del Señor Jesús esté con todos vosotros!

Os saludo cordialmente con aprecio y agradecimiento por la alegría de este encuentro. Y por medio de vosotros, sobre todo por medio de los amados obispos, mis hermanos, y de los señores Embajadores, saludo al querido pueblo portugués.

Nos congregó aquí el amor de Cristo con el fin de alabar y dar gracias a Dios. El motivo es una llamada y una respuesta que nos llegan a lo largo de ocho siglos. La llamada hecha por mi predecesor Alejandro III en la Bula Manifestis probatum, a vuestro primer rey Don Alfonso Henriques, se dirigía a Portugal, y decía: "Sumiso y devoto a la Santa Iglesia Romana, ejercitándote... en la dilatación de los confines de la fe cristiana: que la Sede Apostólica se alegre siempre por tan devoto y glorioso hijo y descanse en tu amor" (Bula Manifestis probatum, 23 mayo 1179; Lisboa, Torre do Tombo, Códices de Bulas, m. 16, doc. 20). Y la respuesta dada por el pueblo de Portugal a lo largo de su historia.

En esta fecha significativa, aquí en la iglesia de San Antonio de los Portugueses de Roma, muy próxima a la tumba de San Pedro, entre los motivos de gozo común en nuestra alabanza a Dios —como ha afirmado en su discurso el señor cardenal patriarca— sobresalen las relaciones entre Portugal y la Sede Apostólica en ocho siglos de historia recorridos juntos.

Lo que caracterizó este camino en su conjunto quizá se pueda sintetizar en esto: fidelidad a la Iglesia, Madre y Maestra de los pueblos, por parte de Portugal, desde que su primer rey por medio de su carta Claves regni (Carta al Papa Lucio II, 13 diciembre 1143) ofreció a la Iglesia romana la tierra portuguesa; y buena voluntad de parte de la Santa Sede que llegó a conceder a Portugal el título de "fidelísimo" en la persona de sus Soberanos (Benedicto XIV, Bula Charissime in Christo al rey de Portugal Don Juan V, 17 diciembre 1748. Bullarium Romanum, Venetiis 1778, t. II, pág. 1)

En la representación selecta que contemplo aquí hoy orando con el Papa, veo la herencia e identidad del Portugal cristiano, con fidelidades antiguas y renovadas, con aspiraciones pasadas y presentes. Son conocidas de Dios y en este momento dejo en el corazón, las evocaciones respetuosas y menciones debidas de personas y hechos que marcaron en vuestra patria la vida de la Iglesia una y única, solícita siempre y en todas partes de la vocación del hombre en Cristo (cf. Redemptor hominis, 18).

En nuestra liturgia de acción de gracias al Señor, quisiera mencionar brevemente tres coordenadas de la trayectoria de fidelidad a Dios y a la Iglesia de la vida cristiana y la piedad del querido pueblo portugués, como otros tantos motivos de regocijo en el Señor y de estímulo para el futuro. Estas coordenadas son:

— Cristo, Redentor y Salvador, no por azar figura cual símbolo expresivo en los ángulos de la bandera patria, cuya cruz distinguía a las carabelas del siglo XVI lanzadas a aventuras gloriosas por motivos también de "atrevimientos cristianos" (Luís de Camões, Lusíadas, canto VII, 14).

— La Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, Nuestra Señora, como preferís llamarla, que en la "casa lusitana" y "tierra de Santa María", en un momento determinado de la historia pasó de ser "Señora" a ser "Reina de Portugal" (cf. Acta de proclamación de Nuestra Señora de la Concepción, como Patrona de Portugal, en las Cortes de Lisboa, de 1646. Citada por el p. Miguel Oliveira en su Historia eclesiástica de Portugal, Lisboa 1958; págs. 333 y ss.).

— La vivencia de una dimensión esencial de la Iglesia que es la de ser por naturaleza misionera (Ad gentes, 1): la obra de evangelización llevada a cabo constituye una de las glorias religiosas más genuinas de Portugal (cf. Pío XII, Encíclica Saeculo exeunte octavo al Episcopado portugués en 1966).

A la luz del pasado, este grato encuentro de hoy —Portugal del presente o presente de la Iglesia en vuestra patria con el Sucesor de San Pedro— entraña voluntad de continuidad en la línea de vuestras fidelidades. Ojalá que buscando el bien común —ley suprema de la sociedad, según Dios— todos los portugueses se afanen por cultivar los valores espirituales en clima social de moralidad, justicia, paz y amor fraterno.

Sí, amados portugueses: cultivad la dignidad personal, conservad el buen espíritu de familia y respetad la vida y al Señor de la vida y Señor de la historia; que al vivir y testimoniar vuestra opción por Cristo, continuéis escuchando a vuestro escritor épico y "hagáis mucho en la santa cristiandad" (Luís de Camões, Lusíadas, canto VII, 3).

En vosotros aquí presentes bendigo vuestra tierra y vuestro pueblo —personas, familias y comunidades— y a sus responsables, pensando asimismo en vuestros emigrantes y con particular afecto en mis hermanos los obispos. El Papa os ama a todos y confía en vosotros.

Y concentrando la mente y el corazón en Cristo "para quien y por quien son todas las cosas" (Heb 2, 10) en esta Eucaristía y por mediación de Nuestra Señora y de todos los santos de vuestra tierra, vamos a continuar alabando, agradeciendo y pidiendo por Portugal a Dios Padre, unidos en el Espíritu Santo. Amén.

 



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