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SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI EN EL VATICANO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA PARA LOS NIÑOS DE PRIMERA COMUNIÓN


Basílica de San Pedro
Jueves 14 de junio de 1979

 

Queridísimos niños y niñas:

¡Grande es mi alegría al versos aquí tan numerosos y tan llenos de fervor para celebrar con el Papa la solemnidad litúrgica del Cuerpo y de la Sangre de Señor!

Os saludo a todos y a cada uno en particular con la ternura más profunda, y os agradezco de corazón que hayáis venido a renovar vuestra comunión con el Papa y por el Papa, y asimismo agradezco a vuestros párrocos, siempre dinámicos y celosos, y a vuestros padres y familiares que os han preparado acompañado.

¡Todavía tengo ante los ojos el espectáculo impresionante de las multitudes inmensas que he encontrado durante ni viaje a Polonia; y he aquí ahora el espectáculo de los niños de Roma, he aquí vuestra maravillosa inocencia, vuestros ojos centelleantes, vuestras inquietas sonrisas!

Vosotros sois los predilectos de Jesús: "Dejad que los niños vengan mí —decía el divino Maestro— y no se lo prohibáis" (Lc 18, 16).

¡Vosotros sois también mis predilectos

Queridos niños y niñas: Os habéis preparado para la primera comunión con mucho interés y mucha diligencia, y vuestro primer encuentro con Jesús ha sido un momento de intensa emoción y de profunda felicidad. ¡Recordad siempre este día bendito de la primera comunión ¡Recordad siempre vuestro fervor y vuestra alegría purísima!

Ahora habéis venido aquí para renovar vuestro encuentro con Jesús. ¡No podíais hacerme un regalo más bello y precioso!

Muchos niños habían manifestado el deseo de recibir la primera comunión de manos del Papa. Ciertamente habría sido para mí un gran consuelo pastoral dar a Jesús por vez primera a los niños y niñas de Roma. Pero esto no es posible, y, además, es mejor que cada niño reciba su primera comunión en la propia parroquia, del propio párroco. ¡Pero al mero; me es posible dar hoy la sagrada comunión a una representación vuestra, teniendo presente en mi amor a todos los demás, en este amplio y magnífico cenáculo! ¡Y ésta es una alegría inmensa para mí y para vosotros, que no la olvidaremos jamás! Al mismo tiempo quiero dejaros algunos pensamientos que os puedan servir para mantener siempre límpida vuestra fe, fervoroso vuestro amor a Jesús Eucaristía, inocente vuestra vida.

1. Jesús está presente con nosotros.

He aquí el primer pensamiento.

Jesús ha resucitado y subido al cielo; pero ha querido permanecer con nosotros y para nosotros, en todos los lugares de la tierra. ¡La Eucaristía es verdaderamente una invención divina!

Antes de morir en la cruz, ofreciendo su vida al Padre en sacrificio de adoración y de amor, Jesús instituyó la Eucaristía, transformando el pan y el vino en su misma Persona y dando a los Apóstoles y a sus sucesores, los obispos y los sacerdotes, el poder de hacerlo presente en la Santa Misa.

¡Jesús, pues, ha querido permanecer con nosotros para siempre! Jesús ha querido unirse íntimamente a nosotros en la santa comunión, para demostrarnos su amor directa y personalmente. Cada uno puede decir: "¡Jesús me ama! ¡Yo amo a Jesús!".

Santa Teresa del Niño Jesús, recordando el día de su primera comunión, escribía: «¡Oh, qué dulce fue el primer beso que Jesús dio a mi alma!... Fue un beso de amor, yo me sentía amada y decía a mi vez: Os amo, me entrego a Vos para siempre... Teresa había desaparecido como la gota de agua que se pierde en el seno del océano. Quedaba sólo Jesús: el Maestro, el Rey» (Teresa de Lisieux, Storia di un'anima; edic. Queriniana, 1974, Man. A, cap. IV, pág. 75).

Y se puso a llorar de alegría y consuelo, entre el estupor de las compañeras.

Jesús está presente en la Eucaristía para ser encontrado, amado, recibido, consolado. Dondequiera esté el sacerdote, allí está presente Jesús, porque la misión y la grandeza del sacerdote es precisamente la celebración de la Santa Misa.

Jesús está presente en las grandes ciudades y en las pequeñas aldeas, en las iglesias de montaña y en las lejanas cabañas de África y de Asia, en los hospitales y en las cárceles, ¡incluso en los campos de concentración estaba presente Jesús en la Eucaristía!

Queridos niños: ¡Recibid frecuentemente a Jesús! ¡Permaneced en El: dejaos transformar por El!

2. Jesús es vuestro mayor amigo.

He aquí el segundo pensamiento.

¡No lo olvidéis jamás! Jesús quiere ser nuestro amigo más íntimo, nuestro compañero de camino.

Ciertamente tenéis muchos amigos; pero no podéis estar siempre con ellos, y ellos no pueden ayudaros siempre, escucharos, consolaros.

En cambio, Jesús es el amigo que nunca os abandona; Jesús os conoce uno por uno, personalmente; sabe vuestro nombre, os sigue, os acompaña, camina con vosotros cada día; participa de vuestras alegrías y os consuela en los momentos de dolor y de tristeza. Jesús es el amigo del que no se puede prescindir ya más cuando se le ha encontrado y se ha comprendido que nos ama y quiere nuestro amor.

Con El podéis hablar, hacerle confidencias; podéis dirigiros a El con afecto y confianza. ¡Jesús murió incluso en una cruz por nuestro amor! Haced un pacto de amistad con Jesús y no lo rompáis jamás! En todas las situaciones de vuestra vida, dirigíos al Amigo divino, presente en nosotros con su "Gracia", presente con nosotros y en nosotros en la Eucaristía.

Y sed también los mensajeros y testigos gozosos del Amigo Jesús en vuestras familias, entre vuestros compañeros, en los lugares de vuestros juegos y de vuestras vacaciones, en esta sociedad moderna, muchas veces tan triste e insatisfecha.

3. Jesús os espera.

He aquí el último pensamiento.

La vida, larga o breve, es un viaje hacia el paraíso: ¡Allí está nuestra patria, allí está nuestra verdadera casa; allí está nuestra cita!

¡Jesús nos espera en el paraíso! No olvidéis nunca esta verdad suprema y confortadora. ¿Y qué es la santa comunión sino un paraíso anticipado? Efectivamente, en la Eucaristía está el mismo Jesús que nos espera y a quien encontraremos un día abiertamente en el cielo.

¡Recibid frecuentemente a Jesús para no olvidar nunca el paraíso, para estar siempre en marcha hacia la casa del Padre celestial, para gustar ya un poco el paraíso!

Esto lo había entendido Domingo Savio que, a los 7 años, tuvo permiso para recibir la primera comunión, y ese día escribió sus propósitos: «Primero: me confesaré muy frecuentemente y haré la comunión todas las veces que me dé permiso el confesor. Segundo: quiero santificar los días festivos. Tercero: mis amigos serán Jesús y María. Cuarto: la muerte, pero no el pecado».

Esto que el pequeño Domingo escribía hace tantos años, 1849, vale todavía ahora y valdrá para siempre.

Queridísimos, termino diciéndoos, niños y niñas, ¡manteneos dignos de Jesús a quien recibís! ¡Sed inocentes y generosos! ¡Comprometeos para hacer hermosa la vida a todos con la obediencia, con la amabilidad, con la buena educación! ¡El secreto de la alegría es la bondad!

Y a vosotros, padres y familiares, os digo con preocupación y confianza: ¡Amad a vuestros niños, respetadlos, edificadlos! ¡Sed dignos de su inocencia y del misterio encerrado en su alma, creada directamente por Dios! ¡Ellos tienen necesidad de amor, delicadeza, buen ejemplo, madurez! ¡No los desatendáis! ¡No los traicionéis!

Os confío a todos a María Santísima, nuestra Madre del cielo, la Estrella en el mar de nuestra vida: ¡Rezadle cada día vosotros, niños! Dad a María Santísima vuestra mano para que os lleve a recibir santamente a Jesús.

Y dirijamos también un pensamiento de afecto y solidaridad a todos los muchachos que sufren, a todos los niños que no pueden recibir a Jesús, porque no lo conocen, a todos los padres que se han visto dolorosamente privados de sus hijos, o están desilusionados y amargados en sus expectativas.

¡En vuestro encuentro con Jesús rezad por todos, encomendad a todos, pedid gracias y ayudas para todos!

¡Y rezad también por mí. vosotros que sois mis predilectos!

 



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